Si pudiésemos extender el dinero como una capa delgada por encima de todas las cosas, quizá la vida se suavizara. El mundo estaría más acolchado. Pero la vida, que dura es la vida. La vida es durísima. Sí, lo es, lo es. Mami, mamá, madre: nunca me lo dijiste. No, nadie me lo dijo. Es, es tan, es tan…
Es posible que todos seamos tullidos, o minusválidos. Yo lo soy. He sido derrotado por la vida. No fui rival para ella. Soy un tullido en conjunto y pieza por pieza. Tengo problemas de calvicie, problemas de encías, problemas de todo. El corazón no me marcha bien. No sé nada. Soy débil, fatuo, frágil.
Fui un fumador millonario, pero ahora se acabó. Todo eso forma parte del pasado. Me conformo con dos cajetillas diarias. No puedo permitirme otra cosa. Yo mismo tengo que liarme los pitillos, maldita sea. Y ya casi no bebo: apenas un whisky, un par de jarras de cerveza, un bourbon y unas cuantas aguas azucaradas. O bien una botella de jerez de Chipre o de oporto búlgaro, para ayudarme a descender hacia la noche. Es todo lo que me puedo permitir. Tambien ahorro en pornografía. Se acabaron las revistas de desnudos y a las duchas con ayudante. Salen muy caras. Todavía me hago alguna que otra paja, una y otra vez. ¿Y quién no se la casca? Ustedes podrán decir de las pajas lo que les de la gana, pero a mi me parece evidente que más baratas, y mas a mano, imposible. Al final hay que conformarse con las pajas. Que son absolutamente democáticas.