La vara

Baladre

Baladre

Hallé en la escuela una vara,
recia y amarga, no sé si de baladre,
como las que llevan los arrieros
para tormento de sus pobres asnillos,
y en una esquina del día la quemé
y eché al aire sus cenizas…  

¡Así! ¿No había de poder más el amor?..

Con mansedumbre y caridad,
con la tea encendida de mi desvelo,
¿no había de darse el milagro?… 

… Eché al aire sus cenizas, y una alondra vino a cantar en mi mano.

 

(Juan Berdel)

 

No hay nada nuevo bajo el sol

Sócrates

Sócrates

 

El Médico de Familia inglés, Ronald Gibson, comenzó una conferencia sobre conflicto generacional, citando cuatro frases:

1) “Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos.”

2) “Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país, si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible.”

3) “Nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos.”

4) “Esta juventud esta malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura.”

Después de enunciar las cuatro citas, el Doctor Gibson, observaba como gran parte de la concurrencia aprobaba cada una de las frases. Aguardó unos instantes a que se acallaran los murmullos de la gente comentando lo expresado y entonces reveló el origen de las frases, diciendo:

La primera frase es de Sócrates (470 – 399 A .C.);

La segunda es de Hesíodo ( 720 A .C.);

La tercera es de un sacerdote ( 2.000 A .C.);

La cuarta estaba escrita en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia (actual Bagdad) y con más de 4.000 años de existencia;

Y ante la perplejidad de los asistentes, concluyó diciéndoles:

Señoras Madres y Señores Padres de familia:

RELÁJENSE, QUE LA COSA SIEMPRE HA SIDO ASÍ…

(enviat per una font anònima)

 

 
 

En el umbral

 

María Eugenia Mendoza
María Eugenia Mendoza

 

Mis pasos rompen hierbas aromáticas y su perfume se mezcla con el de la tierra húmeda. Llego a la plaza y saludo al grupo. El ponche de frutas que preparé temprano ayuda a entrar en calor. Hoy es jueves, noche de tertulia y tengo una historia que compartir.

Desde hace tres años nos reunimos las mujeres del pueblo para hablar de lo que se nos ocurra. Al principio nos concentrábamos en echar tijera y hacer trizas la reputación de los ausentes o nos quejábamos de nuestra suerte. Al final terminábamos todas amargadas. Ignoro si agotamos los chismes o descubrimos que era más sabroso y útil recuperar y, mejor todavía, construir nuevas historias y desde entonces cada quien trata de hacer mejor sus cosas para presumirlas el jueves.

Todas nacimos, crecimos, nos enamoramos y tuvimos hijos aquí, en este pueblo que ha expulsado a muchos pero que nosotras hemos decidido mantener vivo. Las tertulias han ayudado, así como a que cada quien cultive mejor su gracia.

Yo, por decir, soy buena para curar empacho, mal de ojo, susto y otros males comunes. Tengo un don, escucho a las plantas. Me revelan sus secretos para aliviar algunos dolores del cuerpo y del alma. De veras. Hasta mi hijo, que estudia medicina en la capital reconoce que soy atinada. Hasta me invitó a la universidad porque uno de sus maestros acostumbra invitar a los papás a una clase especial para hablar de medicina tradicional, que es la que yo practico, no es que sea doctora, pero…

Cuando me lo dijo creí que estaba vacilando pero cuando recibí la invitación de su profesor inmediatamente me puse a preparar mis remedios para llevar muestras de lo que aquí funciona para tratar a mi gente.

Estaba retefeliz porque la clase iba a ser en uno de los palacios de la capital.

Entrar a un palacio era un sueño. Imaginaba uno fantástico, como de cuento, enorme, con torres y vigías, jardines y fuentes, como los describe la poeta del pueblo.

Llegó el día. Ahí estaba emocionadísima. Con el orgullo latiendo en mi pecho, brincando de alegría.

Cuando me paré frente al portón no lo podía creer. Deseaba sonreír a la gente que se cruzaba en mi camino. Me contuve. Ni la ciudad ni la gente están preparadas para andar recibiendo sonrisas de una fuereña así porque sí.

 Segundos de contemplación, de prepararme para mi entrada triunfal y…

Me quedo estancada en el umbral. Ni siquiera advierto si interrumpo el paso.

Un escalofrío recorre mi cuerpo. Deseo ignorarlo pero es imposible.

Una voz interna me impele a pedir ayuda. No puedo hablar.

Mi pie derecho quedó en el aire, congelado, como si tuviese voluntad propia y se rehusara a completar ese primer paso.

Un oscuro murmullo me corta la respiración, amenaza arrancarme el alma si no desando mis pasos.

Cierro los ojos, tal vez habían visto demasiado desde que salí de la estación del tren y caminé por las embriagantes calles. Pero en vez de alivio mis sentidos se agudizan y comienzo a oír amargas palabras ininteligibles, gritos jóvenes a punto de extinguirse, ruidos enmarañados en dolor y odio. El amargo sabor del miedo combinado con súplicas estériles y tacto espinoso me confunden al tiempo que dan claridad a mi mente.

Ahora sé lo que es tener el alma en un hilo. Mi cuerpo es atacado por un hormigueo paralizante no sé si darme por vencida y dejarla volar libre, lejos de este sitio en donde la memoria de mi pueblo quiere hacerse escuchar.

¿Cómo vencer esta brutal embestida de sangre borboteando y copioso sudor frío? ¿Cómo lograré sofocar este fuego infernal que me abrasa?

Pienso en mi hijo, aprieto la carta y mis remedios, repaso conjuros y cantos que me ayuden a salir de este trance.

A punto de desvanecerme, confundida, sin saber si mi alma está lista para desprenderse, siento un tirón salvador.

Una mano firme, decidida me toma del brazo y me conduce al interior.

Un suspiro escapa de mi garganta. Reprimo las lágrimas. Como una visión descubro el rostro de un hombre joven, lleva una caja pletórica de flores y plantas.

El hombre señala un letrero: Santo Oficio.

El efecto es brutal pero me siento aliviada.

Veo a mi hijo acercarse. Mi alma me pertenece nuevamente.

Al dirigirnos al auditorio con mi salvador, su profesor, me susurra al oído: “experimenté algo similar cuando crucé por primera vez el umbral del Palacio. Es imposible acallar las voces de la oscuridad, pero ahora estamos aquí para sanar cuerpos y almas presentes y futuras”.

 

MENDOZA, María Eugenia (2010): incluido en  Entre gozos y rebozos. Nostalgias del campo, México, Palabras y Plumas Editores

 

Aldea de las Letras

 

Escuela

Federico García Lorca

Federico García Lorca

 

Maestro.

¿Qué doncella se casa
con el viento?

Niño.

La doncella de todos
los deseos.

Maestro.

¿ Qué le regala
el viento?

Niño.

Remolinos de oro
y mapas superpuestos.

Maestro.

Ella ¿le ofrece algo?,

Niño.

Su corazón abierto.

Maestro.

Decid cómo se llama.

Niño.

Su nombre es un secreto.

(La ventana del colegio tiene
una cortina de luceros.)

Federico García Lorca

 

¡Es una verdadera injusticia!

pippi

-No puedes imaginarte lo simpática que es la profesora –dijo Tommy astutamente, una tarde en que Annika y él habían ido a casa de Pippi después de hacer los deberes.

-Si supieras lo divertido que es el colegio… -añadió Annika, como quien no da importancia a la cosa-. Me volvería loca de pena si no pudiera ir.

Pippi, sentada en una silla, se lavaba los pies en una cubeta. No decía nada, se limitaba a mover velozmente los dedos de los pies, llenando de salpicaduras el suelo.

-Además, no hay que estar allí mucho tiempo –advirtió Tommy-: sólo hasta las dos.

-Y tenemos vacaciones en navidad, vacaciones en Pascua y vacaciones en verano.

Pippi se mordisqueó pensativa el dedo gordo de un pie, pero no dijo nada. De pronto, sin pensarlo, vació la cubeta en el suelo de la cocina, y los pantalones de Míster Nelson, que estaba cerca de ella, bien sentadito y jugando con un espejo, se empaparon como una esponja.

-¡No hay derecho! –dijo Pippi con el ceño fruncido y sin advertir la contrariedad que la mojadura había producido a Míster Nelson- . Es una verdadera injusticia y no lo consentiré.

-¿Qué es lo que no consentirás? –preguntó Tommy.

-Dentro de cuatro meses será Navidad; vosotros tendréis vacaciones, y yo… -la voz de Pippi estaba impregnada de tristeza-, yo no tendré vacaciones de Navidad, ni nada que se le parezca… ¡Esto no puede ser! Mañana mismo empezará a ir al colegio.

 

LINDGREN, Astrid (2010): Pippi Calzaslargas, Barcelona, Juventud, Il. Richard Kennedy, pp. 43 y ss.

Saps qui ens ha tocat de tutor?

i-la-mort-em-parlava

 

Per aquí com sempre… Bé, si deixem de banda que tu no hi ets, és clar! Avui hem començat les classes, i economia em sembla molt difícil, així d`entrada. Em penso que hauré d`estudiar més, aquest curs, si no vull cagar-la. I també em tocarà estudiar més llengua, que ja no et tindré a tu per copiar! Ai, ¿saps qui ens ha tocat de tutor? El Jordi Solsona, el de llatí! Està bo, eh? Però no et posis gelosa, que segur que tu també deus tenir algun profe o company que t`animi la vista!

 

BAGÉS, Noemi (2008): I la mort em parlava, Barcelona, Barcanova, Antaviana Jove, 71, p. 22

Educar

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca…
hay que medir, pensar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.

(Gabriel Celaya)

 

Gabriel Celaya

Decreto del 22

“En 2002, el Gobierno de la nación, tras comprobar cómo las sucesivas reformas educativas no producían los resultados apetecidos y las tasas de fracaso escolar seguían siendo incompresiblemente elevadas pese a la continua implantación del examen de Estado, la reválida de Enseñanzas Medias, la reválida de Enseñanzas Elementales, la reválida de Enseñanza Preescolares, la separación de itinerarios a los seis años, a los ocho, a los doce, a los catorce y a los diecisiete, decidió, por Real Decreto-Ley 22/2002 de 22 de agosto, siguiendo las últimas tendencias didácticas que establecían en veintidós el número óptimo por aula, instaurar en nuestro sistema educativo la llamada “ratio áurea” y laceración de los institutos remanentes” (Introito). Y ya lo que es el colmo es que el propio Subdelegado, alarmado por Directores de los institutos normales que ven que los alumnos remanentes los superan, da una orden al director: “Nada de enseñar a los alumnos. Nada de aprender”.

 

LALANA, Fernando; ALMÁRCEGUI, José Mª (2004): Los hijos del Trueno, Madrid, Alfaguara, Serie Roja, pág. 114.

La bolsita de recuerdos

Mercedes Calvo

Mercedes Calvo

 Esta bolsita me sirve
para guardar las estrellas
el patio de los naranjos
la campana de la iglesia
los días de la semana
y una monedita nueva.
Pero no me sirve, no,
para guardar la tristeza.
Esta bolsita la quiero
para llevarla a la escuela
con lápices de color
la piedra de la rayuela
toda la tabla del dos
y el dulce de la merienda.
Pero no la quiero, no
para llevarme una pena.
Bolsita de caramelo
trapito multicolor
ere chiquita chiquita
como un granito de arroz
pero cabe todo el mundo
todo el mundo en tu interior.

Mercedes Calvo

La lengua de las mariposas

la-lengua-de-las-mariposas

 

«¿Qué hay , Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la lengua de las mariposas».

El maestro aguardaba desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de poderosas lentes.

«La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un resorte de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sienten ya el dulce en la boca como si «¿Qué hay , Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la lengua de las mariposas».

El maestro aguardaba desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de poderosas lentes.

«La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un resorte de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sienten ya el dulce en la boca como si la yema fuera la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa». Y entonces todos teníamos envidia de las mariposas. Que maravilla. Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de jarabe.

Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender como yo quería a mi maestro. Cuando era un «picarito», la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que cimbraba en el aire como una vara de mimbre.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
Dos de mis tíos, como muchos otros mozos, emigraron a América por no ir de quintos a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba con ir a América sólo por no ir a la escuela. De hecho, había historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio. Aparecían a los dos o tres días, ateridos y sin habla, como desertores de la batalla del Barranco del Lobo. Yo iba para seis años y me llamaban todos Gorrión. Otros niños de mi edad ya trabajaban. Pero mi padre era sastre y no tenía tierras ni ganado.

Prefería verme lejos y no enredando en el pequeño taller de costura. Así pasaba gran parte del día correteando por la Alameda, y fue Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, el que me puso el apodo. «Pareces un gorrión».

Creo que nunca corrí tanto como aquel verano anterior al ingreso en la escuela. Corría como un loco y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la mirada puesta en la cima del monte Sinaí, con la ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica.

«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»

Manuel Rivas: La lengua de las mariposas.

Texto completo

entonces todos teníamos envidia de las mariposas. Que maravilla. Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de jarabe.

Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender como yo quería a mi maestro. Cuando era un «picarito», la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que cimbraba en el aire como una vara de mimbre.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
Dos de mis tíos, como muchos otros mozos, emigraron a América por no ir de quintos a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba con ir a América sólo por no ir a la escuela. De hecho, había historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio. Aparecían a los dos o tres días, ateridos y sin habla, como desertores de la batalla del Barranco del Lobo. Yo iba para seis años y me llamaban todos Gorrión. Otros niños de mi edad ya trabajaban. Pero mi padre era sastre y no tenía tierras ni ganado.

Prefería verme lejos y no enredando en el pequeño taller de costura. Así pasaba gran parte del día correteando por la Alameda, y fue Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, el que me puso el apodo. «Pareces un gorrión».

Creo que nunca corrí tanto como aquel verano anterior al ingreso en la escuela. Corría como un loco y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la mirada puesta en la cima del monte Sinaí, con la ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica.

«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»

Manuel Rivas: La lengua de las mariposas.

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