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El maestro de escuela

René Magritte. El maestro de escuela

René Magritte. El maestro de escuela

 

 

Miradle, siempre, en su modesta estancia

Rodeado de niños inocentes,

Con palabras sencillas y elocuentes,

Las nieblas disipar de la ignorancia.

Vedle, con firme y pertinaz constancia,

Iluminar aquellas pobres mentes

Con sus consejos sabios y prudentes,

Amigo inseparable de la infancia.

¡Loor a esa figura venerable

Que, consagrando toda su existencia

A infundir el tesoro inapreciable

De la verdad, la luz y la experiencia,

Muestra al niño la fuente inagotable

De dignidad y honor, virtud y ciencia!

 

(Pedro Barrantes)

Un grito silencioso

El grito. Munch
El grito. Munch

Sabía el nombre de cada uno de los alumnos. Había repasado varias veces la lista hasta aprendérselos de memoria, no era difícil cuando conocías sus historias personales. Karim, llegado en una patera desde Marruecos: estaba solo, su familia se había endeudado para darle un futuro mejor. Mireia: sus padres se acababan de separar. Kalimba, un chico con déficit de atención al que sus padres no podían ayudar porque no hablaban español. Bienve: en su barrio, la droga corría por las alcantarillas. Marta, desbordada por la propia adolescencia… Pequeños o grandes, cada uno tenía sus problemas y una realidad diferente que había que tener en cuenta. Por eso no había querido esperar a pasar lista para aprenderse sus nombres, como hacía la mayoría de los profesores; le parecía que, conociendo la vida de cada uno, podría comprenderlos mejor y lidiar con sus sarcasmos o salidas de tono sin sentirse agredido. Pero ahora no estaba tan seguro. Si fuera ajeno a sus problemas, podría darles un grito sin el menor remordimiento…

Jessica seguía en esa actitud provocadora, esperando una respuesta, sabiéndose vencedora del reto que había lanzado. Pero, detrás de esa mirada hostil, Nicolás pudo ver el dolor que había en su corazón endurecido por las circunstancias y escuchar su grito, un grito tan silencioso, inconformista y atormentado como el del cuadro Munch. Definitivamente no podíaa obviar que aquellos chavales estaban condicionados por una sociedad que lanzaba toda su mugre contra una escuela incapaz de suplir las múltiples cesiones de responsabilidad: la de unos padres permisivos que defendían las tropelías de sus hijos a toda costa y eran incluso capaces de mentir por ellos; la de unos medios de comunicación que continuamente lanzaban mensajes de “todo vale”, del triunfo rápido y sin esfuerzo; la de un sistema en el que los listillos y los pícaros eran los ganadores; la de unos políticos que hacían los programas de enseñanza desde sus despachos, sin descender a las aulas; la de nos empresarios cuyo principal objetivo de consumo eran los jóvenes….

 

MENÉNDEZ-PONTE, María (2009): “La voz muda”, en 21 relatos por la educación, Madrid, SM, (Gran Angular, 283), p. 92-93

 

La vara

Baladre

Baladre

Hallé en la escuela una vara,
recia y amarga, no sé si de baladre,
como las que llevan los arrieros
para tormento de sus pobres asnillos,
y en una esquina del día la quemé
y eché al aire sus cenizas…  

¡Así! ¿No había de poder más el amor?..

Con mansedumbre y caridad,
con la tea encendida de mi desvelo,
¿no había de darse el milagro?… 

… Eché al aire sus cenizas, y una alondra vino a cantar en mi mano.

 

(Juan Berdel)

 

Educar

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca…
hay que medir, pensar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.

(Gabriel Celaya)

 

Gabriel Celaya