-No puedes imaginarte lo simpática que es la profesora –dijo Tommy astutamente, una tarde en que Annika y él habían ido a casa de Pippi después de hacer los deberes.
-Si supieras lo divertido que es el colegio… -añadió Annika, como quien no da importancia a la cosa-. Me volvería loca de pena si no pudiera ir.
Pippi, sentada en una silla, se lavaba los pies en una cubeta. No decía nada, se limitaba a mover velozmente los dedos de los pies, llenando de salpicaduras el suelo.
-Además, no hay que estar allí mucho tiempo –advirtió Tommy-: sólo hasta las dos.
-Y tenemos vacaciones en navidad, vacaciones en Pascua y vacaciones en verano.
Pippi se mordisqueó pensativa el dedo gordo de un pie, pero no dijo nada. De pronto, sin pensarlo, vació la cubeta en el suelo de la cocina, y los pantalones de Míster Nelson, que estaba cerca de ella, bien sentadito y jugando con un espejo, se empaparon como una esponja.
-¡No hay derecho! –dijo Pippi con el ceño fruncido y sin advertir la contrariedad que la mojadura había producido a Míster Nelson- . Es una verdadera injusticia y no lo consentiré.
-¿Qué es lo que no consentirás? –preguntó Tommy.
-Dentro de cuatro meses será Navidad; vosotros tendréis vacaciones, y yo… -la voz de Pippi estaba impregnada de tristeza-, yo no tendré vacaciones de Navidad, ni nada que se le parezca… ¡Esto no puede ser! Mañana mismo empezará a ir al colegio.
LINDGREN, Astrid (2010): Pippi Calzaslargas, Barcelona, Juventud, Il. Richard Kennedy, pp. 43 y ss.