Monthly Archives: juliol 2010
La lengua de las mariposas
«¿Qué hay , Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la lengua de las mariposas».
El maestro aguardaba desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de poderosas lentes.
«La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un resorte de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sienten ya el dulce en la boca como si «¿Qué hay , Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la lengua de las mariposas».
El maestro aguardaba desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de poderosas lentes.
«La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un resorte de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sienten ya el dulce en la boca como si la yema fuera la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa». Y entonces todos teníamos envidia de las mariposas. Que maravilla. Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de jarabe.
Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender como yo quería a mi maestro. Cuando era un «picarito», la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que cimbraba en el aire como una vara de mimbre.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
Dos de mis tíos, como muchos otros mozos, emigraron a América por no ir de quintos a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba con ir a América sólo por no ir a la escuela. De hecho, había historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio. Aparecían a los dos o tres días, ateridos y sin habla, como desertores de la batalla del Barranco del Lobo. Yo iba para seis años y me llamaban todos Gorrión. Otros niños de mi edad ya trabajaban. Pero mi padre era sastre y no tenía tierras ni ganado.
Prefería verme lejos y no enredando en el pequeño taller de costura. Así pasaba gran parte del día correteando por la Alameda, y fue Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, el que me puso el apodo. «Pareces un gorrión».
Creo que nunca corrí tanto como aquel verano anterior al ingreso en la escuela. Corría como un loco y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la mirada puesta en la cima del monte Sinaí, con la ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
Manuel Rivas: La lengua de las mariposas.
Texto completo
entonces todos teníamos envidia de las mariposas. Que maravilla. Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de jarabe.
Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender como yo quería a mi maestro. Cuando era un «picarito», la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que cimbraba en el aire como una vara de mimbre.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
Dos de mis tíos, como muchos otros mozos, emigraron a América por no ir de quintos a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba con ir a América sólo por no ir a la escuela. De hecho, había historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio. Aparecían a los dos o tres días, ateridos y sin habla, como desertores de la batalla del Barranco del Lobo. Yo iba para seis años y me llamaban todos Gorrión. Otros niños de mi edad ya trabajaban. Pero mi padre era sastre y no tenía tierras ni ganado.
Prefería verme lejos y no enredando en el pequeño taller de costura. Así pasaba gran parte del día correteando por la Alameda, y fue Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, el que me puso el apodo. «Pareces un gorrión».
Creo que nunca corrí tanto como aquel verano anterior al ingreso en la escuela. Corría como un loco y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la mirada puesta en la cima del monte Sinaí, con la ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
Manuel Rivas: La lengua de las mariposas.
El Tour del cielo
En el cole, esta tarde,
lo soñé
mientras el profe explicaba
no sé qué.
Soñé que, en bicicleta,
subía al cielo
sin gafas ni maleta
y que, allá arriba,
estaba preparada la salida.
Había ruedas
por todos los rincones
monociclos, triciclos
y tándems a montones,
bicicletas de todos los colores
y nubes de algodón
con sabores a fresa
y a limón.
Íbamos a correr
el Tour del cielo
sobre las dulces sendas
de nata y terciopelo.
Dieron la salida.
Entonces, el maestro preguntó:
_ Alicia, dime tú las provincias
de Galicia.
Yo, que estaba preparada
y sin titubear
ni un solo instante respondí:
– Valencia y Alicante.
Sin inmutarse, el profe
como con cautela,
se acercó a la ventana
y observó, meditando.
Luego dio media vuelta,
sonrió y dijo hacia la clase:
– Hoy ganará la carrera
pues la he visto volando
por encima de la escuela.
Mª Rosa Serdio
BRINDIS
A mis amigos de Santander que festejaron
mi nombramiento profesional.
Debiera hora deciros: ?«Amigos,
muchas gracias», y sentarme, pero sin ripios.
Permitidme que os lo diga en tono lírico,
en verso, sí, pero libre y de capricho.
Amigos:
dentro de unos días me veré rodeado de chicos,
de chicos torpes y listos,
y dóciles y ariscos,
a muchas leguas de este Santander mío,
en un pueblo antiguo,
tranquilo
y frío,
y les hablaré de versos y de hemistiquios,
y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo),
y de pluscuamperfectos y de participios,
y el uno bostezará y el otro me hará un guiño.
Y otro, seguramente el más listo,
me pondrá un alias definitivo.
Y así pasarán cursos monótonos y prolijos.
Pero un día tendré un discípulo,
un verdadero discípulo,
y moldearé su alma de niño
y le haré hacerse nuevo y distinto,
distinto de mí y de todos: él mismo.
Y me guardará respeto y cariño.
Y ahora os digo:
amigos,
brindemos por ese niño,
por ese predilecto discípulo,
por que mis dedos rígidos
acierten a moldear su espíritu,
y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo,
y por que siga su camino
intacto y limpio,
y porque este mi discípulo,
que inmortalice mi nombre y mi apellido,
… sea el hijo,
el hijo
de uno de vosotros, amigos.
A mis amigos de Santander que festejaron
mi nombramiento profesional.
Debiera hora deciros: ?«Amigos,
muchas gracias», y sentarme, pero sin ripios.
Permitidme que os lo diga en tono lírico,
en verso, sí, pero libre y de capricho.
Amigos:
dentro de unos días me veré rodeado de chicos,
de chicos torpes y listos,
y dóciles y ariscos,
a muchas leguas de este Santander mío,
en un pueblo antiguo,
tranquilo
y frío,
y les hablaré de versos y de hemistiquios,
y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo),
y de pluscuamperfectos y de participios,
y el uno bostezará y el otro me hará un guiño.
Y otro, seguramente el más listo,
me pondrá un alias definitivo.
Y así pasarán cursos monótonos y prolijos.
Pero un día tendré un discípulo,
un verdadero discípulo,
y moldearé su alma de niño
y le haré hacerse nuevo y distinto,
distinto de mí y de todos: él mismo.
Y me guardará respeto y cariño.
Y ahora os digo:
amigos,
brindemos por ese niño,
por ese predilecto discípulo,
por que mis dedos rígidos
acierten a moldear su espíritu,
y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo,
y por que siga su camino
intacto y limpio,
y porque este mi discípulo,
que inmortalice mi nombre y mi apellido,
… sea el hijo,
el hijo
de uno de vosotros, amigos.
LA MAESTRA RURAL
La Maestra era pobre. Su reino no es humano. La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida! ¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso, ¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste Pasó por él su fina, su delicada esteva, Daba sombra por una selva su encina hendida Y en su Dios se ha dormido, como en cojín de luna; Como un henchido vaso, traía el alma hecha Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta Gabriela Mistral: Desolación
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Camín de la escuela
GONZÁLEZ OVIES , Aurelio (2003): 34 poemes (a imaxe del silenciu), Llibrería Académica
Párvulos, de Celia Viñas
¿Tú has tenido
una maestra
como yo, di,
con su falda de cerezas?
No sé cómo se llamaba;
más tenía una cenefa
en su falda
de cerezas.
Y era el campo y era el cielo
de mi escuela,
el cerezo de su falda
de soltera.
VIÑAS, Celia (2007): Celia Viñas para niños y jóvenes, Ed. de La Torre. Ed. a cargo de Ana María Romero Yebra.
AL COLEGIO, de Vicente Aleixandre
Yo iba en bicicleta al colegio.
Por una apacible calle muy céntrica de la noble ciudad misteriosa.
Pasaba ceñido de luces, y los carruajes no hacían ruido.
Pasaban majestuosos, llevados por nobles alazanes o bayos, que caminaban con eminente porte.
¡Cómo alzaban sus manos al avanzar, señoriales, definitivos,
no desdeñando el mundo, pero contemplándolo
desde la soberana majestad de sus crines!
Dentro, ¿qué? Viejas señoras, apenas poco más que de encaje,
chorreras silenciosas, empinados peinados, viejísimos terciopelos:
silencio puro que pasaba arrastrado por el lento tronco brillante.
Yo iba en bicicleta, casi alado, aspirante.
Y había anchas aceras por aquella calle soleada.
En el sol, alguna introducida mariposa volaba sobre los carruajes y luego por las aceras
sobre los lentos transeúntes de humo.
Pero eran madres que sacaban a sus niños más chicos.
Y padres que en oficinas de cristal y sueño…
Yo al pasar los miraba.
Yo bogaba en el humo dulce, y allí la mariposa no se extrañaba.
Pálida en la irisada tarde de invierno,
se alargaba en la despaciosa calle como sobre un abrigado valle entísimo.
Y la vi alzarse alguna vez para quedar suspendida
sobre aquello que bien podría ser borde ameno de un río.
Ah, nada era terrible.
La céntrica calle tenía una posible cuesta y yo ascendía, impulsado.
Un viento barría los sombreros de las viejas señoras.
No se hería en los apacibles bastones de los caballeros.Y encendía como una rosa de ilusión, y apenas de beso, en las mejillas de los inocentes.
Los árboles en hilera eran un vapor inmóvil, delicadamente
suspenso bajo el azul. Y yo casi ya por el aire,
yo apresurado pasaba en mi bicicleta y me sonreía…
y recuerdo perfectamente
cómo misteriosamente plegaba mis alas en el umbral mismo del colegio.
ALEIXANDRE, Vicente: Historia del corazón. La mirada infantil. Madrid: Espasa-Calpe
El Domine Cabra: un mestre de la picaresca
Él era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo. No hay más que decir para quien sabe el refrán que dice, ni gato de perro de aquella color. Los ojos, avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos; tan hundidos y obscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aún no fueron de vicio, porque cuestan dinero; las barbas, descoloridas de miedo de la boca vecina, que , de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate, largo como avestruz, con una nuez tan salida, que parecía que se iba a buscar de comer, forzada de la necesidad; los brazos, secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de media abajo, parecía tenedor, o compás con dos piernas largas y flacas; su andar muy despacio; si se descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San lázaro; la habla hética; la barba grande, por nunca se la cortar por no gastar; (…) Traía un bonete los días de sol, ratonado, con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos de caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos, entre azul; llevábala sin ceñidor; no tenía cuello ni puños; lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues ¿su aposento ? Aun arañas no había en él; conjuraba los ratones, de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba; la cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado, por no gastar las sábanas; al fin, era archipobre y protomiseria.
FRANCISCO DE QUEVEDO. Historia de la vida del Buscón. Cap. IV.
Texto de El Buscón íntegro. Biblioteca Cervantes
Professorat i estrès
I. Els professors són implacables
Els professors, però, no van oblidar que era dilluns. Ja ho tenen això. Són implacables, peces de rellotgeria programades al segon. Funcionen amb una agenda bocamolla que els xerra en tot moment quin dia som i què han de fer. Jo també tinc agenda, però la tinc plena de dibuixos, guixots i parides. L`agenda del Kentucky, però, deia que tocava examen de naturals aquell dilluns. Gasteròpods, anèl·lids i no sé quantes coses més. Ni m`havia passat pel cap la possibilitat d`un examen. Resultat: no en tenia ni idea. Vaig entregar el full en blanc i vaig mirar d`esgrimir una excusa creïble.
-No m`he trobat bé el cap de setmana i …
-Vagi al metge, Nico, vagi al metge… –em va respondre amb ironia el Kentucky.
-No, de debò –vaig mirar de fer cara de malalt-, vaig menjar uns formatges en mal estat i…
-La pròxima vegada mengi arròs bullit –va tallar-me. (p. 70).
II. El professorat i l`estrès
Va seguir el rebombori imaginable, mentre el Wyoming intentava imposar-se sense èxit. Picava a la taula, cridava, es congestionava, però ningú li`n feia cas. En el fons, era bastant penós, ja que el Wyoming només volia fer la seva feina, però quan una classe entra en el caos és molt difícil arreglar-ho. Deu ser, més o menys, com quan t`enamores, que per més coses que et diguin no estàs disposat a fer cas de ningú. És clar que amb la Sharon era molt diferent.
Vaig sentir un dia a la tele que els professors són els ciutadans que tenen més baixes per estrès. No m`estranya. Si jo fos professor i tingués una classe com la nostra tindria estrès des del primer minut. Abans era molt diferent, segons m`expliquen els pares. Hi havia més disciplina, més ordre, més respecte… Però ja no dic jo, que la vida és molt rara i que cada vegada més penso que la sèrie dels Simpson tira curt quan retrata les contradiccions del món en què vivim. (pp. 92-93)
Moret, Xavier (1999): La vida és rara, Barcelona, Cruïlla, Gran Angular, 105.