Borges: El Aleph

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Cuento (1949) de José Luís Borges (1899-1986).La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no (…). Consideré que el 30 de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. (…)

Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces no dejé pasar un 30 de abril sin volver a su casa (…)

Dos domingos después, Daneri me llamó por teléfono, entiendo que por primera vez en la vida. Me propuso que nos reuniéramos a las cuatro (…).

Con tristeza y con ira balbuceó que (…) iban a demoler su casa.

—¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay! —repitió, quizá olvidando su pesar en la melodía.

No me resultó muy difícil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detectable del pasaje del tiempo; además se trataba de una casa que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz. (…)

Dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.

—Está en el sótano del comedor —explicó, aligerada su dicción por la angustia—. Es mío, es mío; yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar.

La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo. Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph.

—¡El Aleph! —repetí.

— Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema! (…).

Traté de razonar.

—Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?

—La verdad no penetra un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la Tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.

(…)

Junto al jarrón sin una flor, en el piano inútil, sonreía (más intemporal que anacrónico) el gran retrato de Beatriz, en torpes colores. No podía vernos nadie; en una desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije:

—Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges.

Carlos entró poco después. Habló con sequedad; comprendí que no era capaz de otro pensamiento que de la perdición del Aleph.

—Una copita del seudo coñac —ordenó— y te zampuzarás en el sótano. Ya sabes, el decúbito dorsal es indispensable. También lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta acomodación ocular. Te acuestas en el piso de la baldosas y fijas los ojos en el decimonono escalón de la pertinente escalera. Me voy, bajo la trampa y te quedas solo. Algún roedor te mete miedo ¡fácil empresa! A los pocos minutos ves el Aleph. ¡El microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo!

Ya en el comedor, agregó:

—Claro está que si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio… Baja; muy en breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz.

(…)

Cumplí con su ridículo requisito; al fin se fue. Cerró cautelosamente la trampa, la oscuridad, pese a una hendija que después distinguí, pudo parecerme total. Súbitamente comprendí mi peligro: me había dejado soterrar por un loco, luego de tomar un veneno. Las bravatas de Carlos transparentaban el íntimo terror de que yo no viera el prodigio; Carlos, para defender su delirio, para no saber que estaba loco tenía que matarme. Sentí un confuso malestar, que traté de atribuir a la rigidez, y no a la operación de un narcótico. Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph.

Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?

(…)

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi (…)

(…)

Dos observaciones quiero agregar: una sobre la naturaleza del Aleph; otra, sobre su nombre. Éste, como es sabido, es el de la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada. Su aplicación al círculo de mi historia no parece casual. Para la Cábala esa letra significa el En Soph, la ilimitada y pura divinidad.

(…)

+ info: Texto íntegro del cuento fantástico El Alheph (1949) de José Luís Borges (1899-1986)

El Aleph en música

para narrador, clarinete, viola, violonchelo y piano de Carles Guinovart i Rubiella.

Desde 1994, año tras año, hemos encargado a un artista que nos aporte su visión particular de las palabras de El Aleph de Jorge Luís Borges. (…). Este año hemos querido saldar nuestra deuda con el magnífico arte de combinar notas y silencios que integra, como nos gusta hacer en D’Aleph, razón y sentimiento, matemática y matiz. Para hello, hemos pedido a Carles Guinovart la composición de una obra original inspirada en El Aleph.

Al aceptar el encargo de escribir una composición sobre el tema de El Aleph de Jorge Luís Borges, al compositor le pareció más oportuno y comunicativo escribir la música sobre la narración esenciada del texto que plantease una obra de música pura, siempre más difícil de captar dado su carácter abstracto. La riqueza de imágenes que proporciona la lectura de la obra de Borges explicita mucho mejor, en su verbalización sobre la música, la intención de ésta y su simbología. Si bien Guinovart no ha renunciado a ninguno de los lenguajes que le son propios estéticamente según los cánones de su tiempo, sí que se ha permitido incursiones estilísiticas hacia formas y lenguajes del pasado para sí universalizar mejor, en tiempo y espacio, el sujeto poético y trascendente de la obra literaria, estableciendo a la vez lazos más ámplios de comunicación con un público potencial.

(…)

Llegado un cierto momento, el compositor se ha permitido una licencia literaria al añadir un nuevo párrafo a las extraordinarias visiones del protagonista a través del Aleph:

“Vi a J. S. Bach, sentado ante su teclado y escuché, en superposición de líneas, su diáfana polifonía”

El universo de Bach es, para los músicos, inmenso, inconmensurable -como el Aleph mismo-, es decir el multum in parvo, la unidad dentro de la más insospechada e imaginativa variedad, acumulación de acontecimientos simultáneo, en tiempo y espacio, que no puede encontrar mejor expresión, aunque sea a modo de “collage estilístico” que en el mundo del Canon y la Fuga; más aún si, como en el caso de que nos ocupa, se acompaña el relato de una estricta “fuga canònica por aumentación”.

El carácter altamente visionario y hasta “surrealista” del texto de Borges invita a la multiplicidad de lenguajes; como éste, que, si bien es del propio compositor, pertenece al estilo severo del siglo XVIII; así como también el homenaje estilístico a esa otra gran “B” de la Historia de la Música que es el referente de Béla Bartók, que ocupa la sección final.

Esta últim a partel construida sobre una Passacaglia insistentemente repetitiva como es preceptivo, goza asimismo tanto del espíritu de la variación como de la fughetta, empujando el delirante mundo borgiano hasta el punto culminante. La multiplicidad de puntos sonoros se produce mediante el símbolo del Aleph expresado por la pequeña esfera de una o varias pelotas de ping-pong discurriendo sobre las cuerdas del piano en el momento sublime que expresa:

“Vi el Aleph desde todos los puntos”

desde cuya cúspide de intensidad literaria, emotiva y musical, declina el discurso hasta la coda:

“Vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo… y lloré”.

En la obra se utilizan, tal como se ha dicho, diferentes lenguajes, algunos incluso muy lejanos, tonal y estilísticamente, que sirven como elemento de choque o sorpresa. El dramatismo de la composición viene marcado pues por un deliberado eclecticismo que universaliza mejor las múltiples, casi infinitas, referencias, de puro surrealismo, que surgen de la pequeña esfera cósmica. Pero este torbellino de imágenes tal vez sea la expresión idónea, onírica, del alma dolorida de Borges en un feliz arrebato de inconmensurable ternura. Esa ternura y dolor, como lejano eco procedente de lo más recóndito del “ser”, esta sugestión vertiginosa, es la que ha querido plasmar la música, dimensionando el relato con sus poderes de convicción, llevándonos de la mano, como un nuevo Virgilio, al encuentro de Beatriz.

D’AlephFUENTE: El Aleph, Ed. Albert Moraleda. Ref. 0260 D.L. B-49904-2003 [CD]

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