Platero y yo
10 maig 2011Un domingo de sol, sonaron las campanas de la iglesia.
-¡Cristina, hija, a despertarse que hoy tenemos misa!- dijo mi madre.
-¡Uff! Solo son las ocho de la mañana, pero como buena religiosa tendré que ir…- le contesté.
Me levanté de la cama con legañas en los ojos, así que fui al baño a mojarme la cara para despejarme.
Después de desayunar un buen plato de tortilla casera, hecha por mi madre, me vestí con ropa elegante y me fui a mi habitación a coger el bolso y mi mp3 para no aburrirme en la iglesia, como siempre me pasa.
Camino hacia allí, mi madre y yo nos encontramos con mis tres mejores amigas trillizas: Marta, Erika y Lucía, pero mi madre me dijo que no me parara porque si no el padre Ramón cerraría las puertas de la iglesia y no podríamos entrar, por lo tanto, solo las saludé.
Llegamos a misa, pero antes de entrar, vi una puerta a mi derecha que me llenó de curiosidad. En la rendija de la puerta se apreciaba una luz brillante que se salía de lo normal. Movida por la intriga fui a curiosear diciéndole a mi madre que necesitaba ir al servicio.
Entré y descubrí un mundo de fantasía. Yo estaba en el oeste y estaba vestida de una forma muy rara, tenía una placa en forma de estrella:
-¡Soy sheriff!- me dije a mi misma sorprendida.
Estaba rodeada de arena y cada dos metros había una casita de madera roja.
Fui corriendo a la que tenía más cerca, al entrar, vi que no había nadie, pero intrigada, entré en una de las habitaciones, miré a ambos lados y a mi izquierda encontré un Koala pequeñito. Lo fui a tocar pero se lanzó a mí. Pensaba que era para hacerme daño, pero en realidad lo que quería era el plátano que tenía en la mano. Lo cogió y se lo comió en un ¡plis-plas! Nos hicimos muy buenos amigos, y como no podía decirme su nombre, como animal que es, le llamé Platero.
Salimos los dos juntos de esa horrible casa solitaria para ver lo que sucedía en la calle. Al salir vimos que no había nada, ¡solo arena brillante! Me quedé un poco extrañada y me pregunté a mi misma en voz alta:
-¡¿Cómo puede ser que la arena sea brillante como el oro y el dinero de mi paga del mes?!
Para mi doble sorpresa, Platero me miró y dijo:
-Pues no lo se, para mi es normal.
Me quedé totalmente pálida como las muñecas de porcelana, ¡resulta que hasta los animales pueden hablar!
Me senté en el suelo maravillada aunque a la vez un poco asustada porque estaba en un sitio desconocido. Pasaron horas y horas, cansada de estar sentada en el suelo me levanté. Sabía que en esa arena había algo extraño y al pisarla noté un dolor en el pie, era algo duro:
-¡Es oro!- dije contenta.
Le pedía una pala a Platero y me puse a escavar.
Cada vez nos hundíamos más, una de las veces hinqué la pala en la tierra y rebotó a mi cabeza, dándome un golpe que me dejó inconsciente cinco minutos.
Al despertarme del desmayo aparecí en un mundo diferente: olía a golosinas, nubes, chupa-chups… Me recordó a las chuches que me compraba mi madre y me las ponía en el caga-tió.
Miramos para bajo y vimos una ciudad de chuches, ¡El mejor sitio del mundo!
Lo que más me gustó fue que te podías comer todo lo que te encontrabas a tu paso.
Platero y yo nos lo pasamos muy bien y nos hicimos más amigos de lo que éramos, pero no nos podíamos quedar en ese mundo delicioso y para chuparse los dedos, porque teníamos que volver al hogar de Platero.
-Aún no me has dicho como te llamas- me dijo Platero.
-Me llamo Cristina, tengo once años y soy muy inteligente- le contesté orgullosa mostrando una sonrisa de oreja a oreja.
-Yo te he llamado Platero pensando que no podías hablar, pero ahora que se que puedes, dime cómo te llamas. -le dije.
-Nunca he tenido nombre, ya que nunca he tenido familia ni amigos. Me gusta que me llames así, y me encanta haberte conocido- me confesó con su voz dulce.
Nos dimos un abrazo fuerte e inolvidable. Nos hicimos mejores amigos, pero no me podía quedar allí eternamente ya que ese no era mi mundo.
Encontré la rendija por la que había pasado y con lágrimas en los ojos me despedí de mi mejor amigo Platero.
No queríamos que esta amistad se acabara, por eso el Koala me regalo una pulsera de la amistad. Me aviso que en mi mundo se haría invisible, pero le dije que eso seria a los ojos de las personas pero no a los ojos de mi corazón.
Salí por la puerta que unía los dos mundos, pensando que mi madre estaría preocupadísima por mí, por los días que pase con Platero fuera de casa, pero al asomarme a misa, vi que mi madre estaba allí y para mi sorpresa había pasado ¡solo cinco minutos!
Entré y me senté al lado de mi madre silenciosamente, ya que la misa había empezado.
-¿Qué te ocurre Cristina, que has tardado cinco minutos en volver del baño?-dijo mi madre.
Como yo sabía que no me iba a creer que había estado con un Koala parlanchín llamado Platero en un mundo de fantasía, me inventé una escusa:
-Es que…me encontraba mal.
Acabó la misa y nos fuimos a casa. Nada más llegar me metí en la cama, estaba triste porque no volvería a ver más a Platero.
Al día siguiente tenía colegio y como cada lunes la profesora nos preguntó qué hemos hecho en el fin de semana, yo decidí contar la historia de Platero y yo.
Al acabar mis compañeros se rieron de mí, no me creían. Llegué a mi casa, como faltaban pocos días para mi cumpleaños, mi madre me preguntó qué regalo quería para ese día, y yo, sin dudarlo, dije que quería un Koala, aunque en verdad a quien quería era a Platero.
-¡Es muy caro!, ¿Y eso dónde se compra?, ¡jajajaja! -dijo mi madre.
Cogí la mochila, enfadada por la contestación que me había hecho mi madre, y me fui a hacer los deberes de plástica, mates y religión a mi habitación.
Me sentía, como dicen mis amigos, ‘’rayada’’.
Me senté en el escritorio. Cogí mi lápiz azul y mi goma amarilla y me puse a hacer los deberes.
Soy una niña muy inteligente, pero no sé lo que me pasaba que me equivocaba cada dos por tres en las tareas de la escuela.
No era un problema para ir al psicólogo, pero tenía un gran problema: No podía sacarme de la cabeza a Platero y además nadie me creía cuando les contaba la experiencia que había tenido con él.
Llegó la noche y me fui a dormir temprano, con mi peluche, ya que al día siguiente tenía colegio y además era mi gran día, por fin cumplía los doce años.
Llegó el esperado día, todo el mundo no paraba de felicitarme y darme dibujos en el colegio.
Cuando estábamos en clase de ciencias mi móvil empezó a sonar ‘’Ring Ring’’. Me tuve que ir al lavabo a cogerlo. Era mi madre, me envió un mensaje diciéndome: “A las cinco ve a casa corriendo.”
Yo estaba intrigada, miraba el reloj de la clase sin parar.
Por fin se hicieron las cinco de la tarde, fui a mi casa lo más rápido que pude, encendí las luces y para mi sorpresa, mis familiares estaban allí y gritaron al unísono: ¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz!.
Qué alegría me dieron, en ese momento no quería que esa fiesta fantástica se acabara. Había pasteles, regalos, gorritos de cumpleaños,…
Al terminar la fiesta fui corriendo a darle un abrazo a mi madre para agradecerle la fiesta sorpresa. No tuve el regalo que hubiera deseado, tener a Platero, pero no culpo a mi madre de ello. Su cariño fue el mejor regalo que ella me pudo ofrecer. Aunque familiares, amigos… no crean lo ocurrido yo nunca olvidaré a Platero.
Sorpresa