Recuerdo la primera vez que nos confirmaron en clase que no íbamos a volver al aula en un par de semanas. Al principio todos nos lo tomamos muy bien. Es decir, dos semanas sin asistir al instituto eran como unas vacaciones extra. Obviamente, no tardé en darme cuenta de mi error. Nunca había pasado más de dos días seguidos sin salir de casa y en consecuencia, cuando instauraron el confinamiento, lo pasé bastante mal. Reparé en lo mucho que echaba de menos mi rutina anterior. Sin embargo, intenté ver la parte positiva. Me instauré a mí misma un horario el cual me mantuviera ocupada la mayor parte del día y así no tener tiempo a pensar en lo aburrido que era en realidad. En esos primeros días, aprendí a sobrellevar el estrés de no saber cuándo iba a acabar la situación actual.
Pasaban los días y semanas. El confinamiento se alargaba y llegó también la fecha de mi cumpleaños. Mis amigos me felicitaban vía Whatsapp o Instagram y pensé en que ojalá la cuarentena hubiese terminado antes ya que no hablaba con ellos tan a menudo. También me prometí que este año sí que intentaría celebrarlo tan pronto como saliera de mi casa.
A día de hoy sigo en el mismo sitio, esperando pacientemente y leyendo las noticias todos los días. De estos momentos, a pesar de estar terriblemente aburrida debido al tiempo libre, también he tenido la oportunidad de acabar actividades que anteriormente me resultaban imposibles. He aprendido cuatro piezas nuevas con el piano, he terminado tres libros, he visto cinco series y he avanzado bastante con el violín, entre otras cosas. Aunque me sigue molestando no haber podido asistir al concierto de música o al campamento el cual tenía planeado ir sino fuera por la situación actual. Una lástima.
Pero, sobre todo, me he dado cuenta que es mejor aprovechar al máximo los días “normales”, porque nunca sabes cuánto va a tardar la próxima pandemia mundial en aparecer para fastidiar todos tus planes.

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