Mi madre y yo durante la cuarentena. Archivo familiar.
Creo que lo que más ha cambiado en mi vida en cuanto a relaciones sociales es, obviamente, no verme cara a cara con mis amigos. Un hecho que ha provocado que intensifique el uso de los dispositivos electrónicos porque así me siento más cerca de ellos.
Para empezar, como todo el mundo, echo de menos no sólo a personas, sino esos pequeños detalles del día a día que no valoramos lo suficiente. Como, por ejemplo, cuando estás con alguien y te dice que te quedes cinco minutos más; llegar tarde a algún sitio; no decidirse con la ropa que te vas a poner… Cosas que nos llenan por dentro pero no lo sabemos. Con todo esto, he aprendido que debo valorar más lo que tengo y me he dado cuenta de que en esta cuarentena nos acompaña la típica frase de “nunca sabes que lo tienes hasta que lo pierdes” y así es. Mi abuela siempre me la decía y yo asentía y le explicaba que valoraba las cosas pero me ha hecho ver que no era suficiente.
Desde otro punto de vista, el virus no solo es negativo. A raíz del confinamiento, se ha reducido casi un 80% la contaminación, sobre todo en las grandes ciudades. En Venecia el agua está completamente cristalina. También ha habido mucha unión ciudadana: a la hora de hacer mascarillas caseras, o otro tipo de material sanitario, como los respiradores, para entregarlo a los hospitales y centros de salud. El estar tanto tiempo encerrados en casa ha provocado que salga la creatividad de nuestras mentes: creando canciones, pintando, escribiendo…
Para concluir, toda situación aporta aspectos negativos y positivos y, como dice mi madre: “de todo se aprende”. Se puede afirmar, entonces, que estamos viviendo el hecho histórico más aburrido de todos.
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