Estos últimos días de confinamiento han resultado aburridos. Y, de muchas maneras, he intentado distraerme. Así he llegado a tener largas conversaciones con mis familiares, ya sea por teléfono o cara a cara.
Desde información histórica a interesantes anécdotas sobre su vida, mi padre ha sido un grato interlocutor cuando se trata de hablar del pasado y siempre he disfrutado al oír los sucesos que le ocurrían de joven.
P: Como primera pregunta, antes de vivir en Blanes ¿dónde vivías? R: En mi casa.
P: Ya, pero… R: Yo vivía en Barcelona pero nací en Jerez de la Frontera. Viví allí de pequeño.
P:¿Cómo era la ciudad cuando eras niño? R:Era la época del franquismo, bueno, vivíamos en una dictadura cuando yo era pequeño. Entonces no estábamos en la Unión Europea y teníamos mucha diferencia con Europa. Nosotros éramos muy pobres.
P: ¿Cómo eras de pequeño? R:Igual que todos los niños, pequeño. Pero yo me portaba bien, no me metía en problemas, me metían a mí.
P: ¿Alguna anécdota que lo constatara? R: Por ejemplo… Me acuerdo que tendría yo unos doce o trece años y abrieron un supermercado en una población que se llama el Puerto de Santa María. Está a unos diez km de Jerez. Mi familia tenía una casita cerca del Puerto, donde veraneábamos. Cuando abrieron el supermercado fuimos todos los hermanos allí. Era el antiguo Prica, que luego pasó a llamarse Continente y más tarde Carrefour, como ahora. Pues un día entré y vi a una de mis hermanas con una amiga. Estaban comprando. Bueno, “comprando”. Ellas me dijeron eso pero en realidad estaban robando. “Mira, guárdanos tú esto…”, me pidieron. Era una prenda de ropa o algo así. Yo les dije que no me metieran en líos que había cámaras y de todo pero insistieron. Así que cogí y la escondí en el pantalón. A la altura de la cintura. Y, claro, cuando me iba a la calle, ya ni me acordaba que lo tenía, un guardia de seguridad me agarró por el hombro: “Sígueme”. Me registraron y vieron que había robado. Después me pasaron a un despacho, grande, donde había un hombre mayor, por lo menos tenía ochenta años, muy viejo. Me miraba, desde una mesa grande, en un sillón y me dice el tío, muy serio: “Tú, ¿qué has hecho?”. Respondí: “¿Yo? Nada”. “Entonces estás aquí por algo”. Y yo:” Bueno, tengo una hermana y…. Claro, que me hicieron coger esto… Y, en cierta manera, me han obligado”. El hombre me dijo:”Pues tienes aquí un valor de…”. Yo no sé cuánto me dijo que era. “Pues tú mismo. O llamo a la policía para que te lleven a la cárcel, o vuelves con el dinero para pagar esto”, continuó. “Voy a por el dinero para pagar esto”, le aseguré. “Seguro ¿no?”, insistió. “Seguro”. Me fui y ya no volví más.
P: ¿No regresaste? R: No volvimos más. Ni para pagar ni nada. Ahí nos estará esperando hace ya cuarenta años. Lo que no quería es que se enteraran nuestros padres, porque le tenía más miedo a mi padre que a la policía. Con que… Pero yo no me meto en líos, me meten.
P: Cambiando de tema. También, durante tu adolescencia, asististe a una escuela de arte ¿no? R: Sí, estuve nueve años. Empecé con doce, mi padre vió que a mi me encantaba el dibujo y me llevó a la escuela de Bellas Artes Aplicadas… Bueno, la escuela de arte de Jerez de la Frontera. Hasta los veintiuno. Iba todos los días, de seis a nueve de la tarde, de lunes a viernes. Si acaso me perdí una clase o dos. Más no.
Me enseñaron muy bien ahí. Tuve durante esos nueve años a muy buenos profesores. Como don Manuel Prieto. Mi profesor favorito, fue el que mejor me enseñó aunque no era profesor de dibujo, sino de vaciado.
P: ¿Vaciado? R: Profesor de vaciado, por ejemplo, de una figura él creaba el molde. Es decir, de la figura de David, pues él hacía el molde. Era un máquina, muy, muy bueno. A él le gustaba pintar, también. Murió hace unos pocos años. Una pena. Fui una vez a visitarlo, no lo veía hacía ya tiempo. Ese hombre no tenía hijos ni nada pero a mí me apreciaba mucho.
P: A ti se te daba bien entonces dibujar ¿verdad? R: Sí bueno, en la escuela de arte gané un premio. De un concurso que hubo. Bueno, con todos los que había… Para este premio, el Prieto votó por mí y un tal Fernando Reina, otro pintor también. Dijeron que me dieron el premio porque era muy trabajador. Yo no charlaba, no perdía el tiempo… Las tres horas aprovechaba muy bien el tiempo, me ponía a pintar. Había mucha gente que iba allí a charlar pero, cuando el tío ese decía a las nueve “¡venga, a recoger!”, dos o tres de nosotros decíamos: “¿Ya? Qué rápido ha pasado el tiempo”.
P: Otra pregunta. Cuéntame sobre la academia militar. R: Estuve quince meses en la policía aérea. Quince meses haciendo más guardias que el sereno de mi barrio. Sobre la escuela militar… Mira, entré con diecinueve años, en el año 1981. El quince de enero. Con un frío que pelaba, por la mañana.
De recluta, tres meses. Por aquel entonces vino la época del Tejero, el que quiso dar un golpe de Estado. Estábamos todos confinados, como ahora, encerrados en un barracón esperando a ver qué iba a pasar. Recuerdo que éramos ciento cinco reclutas. Y la policía, los veteranos, armados hasta los dientes. No teníamos ni idea de lo que iban a hacer con nosotros porque, como éramos reclutas, no se atrevían a darnos una metralleta ni nada porque tampoco sabíamos usarla. Llevábamos un mes en la mili. Aunque al final, fue una anécdota más.
P: ¿Se podría decir que te fue bien durante la juventud? R: Sí, de la mili se aprende y uno se lo pasa bien, lo que pasa es que no quiere ir porque, claro, la mili es un rollo. Pero, ahora, lo cuentas y ni te acuerdas de todo el tiempo que pasaste. Aprendí mucho también en la escuela de arte, hice buenos amigos y tuve buenos profesores. Aún me sigo hablando con gente que conocí allí. Sí, sí que me fue bien.

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