HERALDO DE ARAGÓN. Artes & Letras. 15 de abril de 2010

Foto: El pequeño teatro de los libros -Zaragoza-

 

 Reseña de Ucronía e hilván, por Nacho Escuín. Heraldo de Aragón

 

 

 

Este es un libro esencial que habla del devenir, de “la utopía en el tiempo” como señaló Charles Bernard Renouvier, que se instala en la pregunta eterna ¿qué pasaría o qué hubiese pasado si…?

Una pregunta necesaria: obligación de todo individuo es preguntarse por la verdad de su tiempo para acercarse a las propias verdades, preguntarse también qué hubiera pasado si el mundo no fuera en esencia como creemos que es, si en algunas ocasiones la moneda hubiera caído del otro lado. Y es un libro que también habla de la errancia, de ese caminar sin fin por la vida, pero no por la vida misma, sino por la imagen que tenemos de ella.

La narración del tiempo y de la realidad es una reinterpretación humana y por ello susceptible de ser errónea, idealizada o banal. De eso habla la segunda parte del libro, de un hilo argumental en el que los ojos no ven (ceguera por desconocimiento, por exceso de luz, por falta de perspectiva) y no pueden hacerlo pues carecen de la capacidad necesaria para ello (o deben no ver demasiado para poder sobrevivir): “Cuando los ojos necesitan/ no ver./ Cuando huye el corazón”.

Ucronía e hilván de José Ángel Hernández es una reconstrucción de los hechos y de las esencias, un sendero para entender la existencia a través de la belleza y de lo terrible de la propia vida: una ventana que en apariencia permite la entrada de la luz pero que es la entrada a un vagón de emigrantes. Se plantea lo que el individuo conoce y que reflexiona sobre lo que no conoce. Duro trabajo este, de entender la vida sin todos los datos.

IGNACIO ESCUÍN BORAO

 

Heraldo de Aragón. Artes & Letras. 15 de abril de 2010

 

Obrigado, amigos.

Por la lectura

POR LA LECTURA 

                                                                       

Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un
Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse,
acudía a la escuela incluso los sábados por la
mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían
cedido, atendía su biblioteca
circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por
amigos, instituciones y padres de alumnos.

Sus ‘clientes’ éramos jóvenes y adultos, hombres
y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a
cada
cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari
y a Karl May.

Muchos años después hice una visita a un bibliotequita de un pueblo
madrileño. No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo
recientemente una joven titulada quien había ideado
crear un rincón exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para
sentarlos.

Al principio las madres acogieron la idea con simpatía porque les servía de
guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio los dejaban allí un rato
mientras terminaban de hacer sus compras, pero cuando regresaban a por
ellos, no era raro que los niños, intrigados por el final, pidieran quedarse
un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo. Durante la
espera, las madres curioseaban, cogían
algún libro, lo hojeaban y a veces también ellas quedaban prendadas.

Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos:algunas
lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta
en manos de una joven bibliotecaria les
descubriera otros mundos. Y aún más años después descubrí otro prodigio en
un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la
que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los
propios enfermos, fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada.
Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por
las distintas plantas, con largasperegrinaciones y luchas con la
administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre
abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que
proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años
ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un
servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del
prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio
de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro.

Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesón bibliotecario,
al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago. Se pretende
obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en
concepto de canon para resarcir -es dicen- a los autores del desgaste del
préstamo.

Me quedo confuso y no entiendo nada. En la vida corriente el que paga una
suma es porque:

a) obtiene algo a cambio.

b) es objeto de una sanción.

Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada a
adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir
con su misión, que es precisamente ésa, la de
prestar libros y fomentar la lectura?

Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación?.¿Acaso
dejaron de cobrar por el libro?. ¿Se les leerá menos por ser lecturas
prestadas?.¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como
cuando una fábrica regala muestras de sus productos? Pero, sobre todo: ¿Se
quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos
leídos?

No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy
yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi
obra.

Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor
cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en
diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña.

¡NO AL PRÉSTAMO DE PAGO EN BIBLIOTECAS!

José Luis Sampedro

http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/sampedro/miradas_lectura.htm