Voy a olvidarte

Yo sigo pensando que
debo olvidarte al fin,
que esto parece un cuento
de amor tal vez junto a ti.
Pero me pregunto,
si esto ha llegado hasta aquí,
entonces me respondo a mí
que esto no es así.

Voy a olvidarte y darte
todo eso que no importa
lo menos para mí.
Porque lo único que quiero
es dejar de pensar en ti.

Yo sigo contando

las horas que pasan
si tú no estás aquí.
Cada minuto es una
eternidad si no estás conmigo.
Pero si te enteras
todo acaba para mí,
serás un creído
como ya todos los demás.
Voy a olvidarte y darte
todo eso que no importa
lo menos para mí.
Porque lo único que quiero
es dejar de pensar en ti.

Marta del Río
Guanyadora premis Sant Jordi, poesia en castellà

Viaje sin retorno

Megan iba caminando por el campo, pensativa, y a la vez muy triste.

Megan era una chica de unos dieciséis años y ya había vivido demasiadas experiencias, todas ellas, muy dolorosas.

Hacía años que ella y toda su familia recibía amenazas, y no vivían en paz.

Megan fue a coger algo de alimentos y cuando volvió… Su familia había estado asesinada por aquellos hombres, más bien los bandidos de las montañas.

Megan caminaba sin destino… Y sin parar de llorar.

Hacía días que no comía y estaba más muerta que viva, cuando por fin llegó al pueblo, para pedir ayuda.

Cuando abrió los ojos estaba en una cama muy blanda, y muy cómoda.

Oyó que detrás de la puerta hablaban dos personas, por lo visto uno era el doctor del pueblo y le decía a aquella mujer que Megan estaba bien físicamente, pero mentalmente estaba muy mal.

En ese mismo momento una mujer abrió la puerta y le preguntó cómo estaba. Megan le contestó que estaba bien, pero no sabía dónde se encontraba.

Resulta que estaba en la habitación de invitados del palacio de ese pueblo, y que Peter, el príncipe del palacio la había encontrado desmayada en el suelo y se la había traído hasta aquí.

La chica, sin entender casi nada, esa misma noche cogió una espada del castillo y se fugó.

No se dio cuenta que la estaban siguiendo, y cuando paró ya en medio del bosque para respirar se giró y allí había un chico.

El chico, muy majestuoso, se presentó. Dijo que se llamaba Peter y que tenía dieciocho años y que vivía en una casa del pueblo, le dijo que no debería haberse fugado del castillo estando en ese estado…

Megan le preguntó cómo lo sabía, el chico le contestó que en el pueblo no se hablaba de otra cosa.

Megan le contó su historia y su plan de ir a matar a los bandidos de las montañas para hacer venganza.

Peter le dijo que era una estupidez, pero cualquiera le cambiaba la idea.

Pasaron la noche juntos, y la mañana siguiente fueron en camino a las montañas. Hasta que llegasen a las montañas había un gran camino, unos cuantos días más o menos.

En ese período de tiempo se enamoraron locamente. Vivían el uno para el otro. Una tarde, cuando iban escalando las montañas cayó una tormenta y se refugiaron en una cueva. Ahí Megan empezó a llorar, por todo lo que había perdido. Peter, desesperado porque no podía soportar ver a Megan tan triste, la abrazó bien fuerte y le dijo:

  • – Megan, desde el primer momento que te vi, supe que eras especial, y que ahora te amo locamente y nunca me separaré de ti, pero te lo suplico, deja de llorar, esta tortura es imposible de soportar…

Se besaron y durmieron abrazados toda la noche.

Por la mañana, se despertaron tal y como se habían dormido y retomaron el camino. Ya por fin, al anochecer, encontraron la cueva y Peter y Megan vieron que eran cinco bandidos. Megan dijo que atacarían por la noche, Peter le dijo que ni de coña. Ella se enfadó con el por qué no la dejaría entrar. Peter se vio obligado a contarle la verdad.

Megan, siento haberte engañado pero es que si te hubiera dicho que era el príncipe te irías sin mí, ya que yo podría llamar a la guardia del pueblo, quería protegerte y llegar a quererte como te quiero para que tú fueras mi esposa cuando te despertaras, si querías, mi padre va a venir mañana por la mañana para cogerlos, no te tienes que preocupar de nada. Te he dejado acercarte demasiado al peligro, pensaba que no llegaríamos tan fácilmente y que te rendirías, pero por lo visto, todo al contrario. Y me alegro de haberte acompañado porque lo que siento por ti no lo he sentido por ninguna otra chica. Venga, vámonos a casa.

Megan, toda enfadada, le gritó:

  • – ¡No!

Él le dijo que tanto si le gustaba como no, dormirían esa noche en una cueva de por ahí y se marcharían, ya que él no estaba dispuesto a correr ningún peligro con ella. Fueron a una cueva y él le hizo prometer que no se iría. Ella lo prometió, pero esa misma noche se fue.

Cuando Peter despertó, ella no estaba a su lado, y fue corriendo a la cueva de los bandidos. Allí había su padre y todos sus sldados, y habían detenido a los bandidos, pero el médico del pueblo estaba allí. Él se preguntó por qué, ya que la opción esa de que Megan…

Fue corriendo hacia allí y estaba ella, tumbada en el suelo con una espada clavada en la barriga. Megan abrió los ojos mientras Peter lloraba y tuvieron una pequeña conversación:

  • – Peter, siento haberte mentido, pero quería vengar la muerte de mis padres.
  • – Lo sé, mi vida, ahora sé fuerte para ponerte bien, ¿vale?
  • – Vale, pero quiero que sepas que te quiero mucho.
  • – Y yo también te quiero, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Ella cerró los ojos, feliz, y ya no despertó jamás.

Peter, destrozado, por la noche fue a su tumba y, junto a ella, se clavó la espada en el corazón, ya que sin ella él no era nada.

Judith Pérez Román
Guanyadora premis de Sant Jordi, prosa en castellà

Zapatero a tus zapatos

Al fin salí de mi casa
después de un mes en la cama.
Varicela y malestar
y no poder descansar.
Y por fin la calle pisé,
pero algo raro noté:

El amable zapatero
estaba de camarero.
El agradable pescador
tejiendo en el comedor.
La divertida dentista
haciendo de artista.
El cariñoso profesor
era un diestro labrador.
El lindo gato ladraba
y el perrito maullaba.

Pero, ¿qué estaba pasando?
Se estaban desmadrando:
Los malos eran buenos,
los buenos eran malos
Los desgraciados eran felices,
los felices desgraciados.
Los pobres eran ricos,
y los ricos eran pobres.

Desesperada grité
Y así fue como lo solucioné:
¡ZAPATERO, A TUS ZAPATOS
PESCADERO, A TU PESCADO
DENTISTA A TUS DIENTES
PROFESOR A TUS ALUMNOS
GATITO A TU MAULLIDO
Y PERRITO A TU LADRIDO!

De inmediato, tras haberlo dicho,
fue cómo la picada mágica de un bicho
Todo volvió a la normalidad
y también vino la felicidad
Tanto a los felices
como a los infelices.

Helena Hosta Cuy
Guanyadora premis Sant Jordi, poesia en castellà