Tag Archives: Poesía

Primavera y poesía

Muy a menudo, primavera y poesía van de la mano. Por un lado, sucede que casi todo el mundo identifica, mediante una reducción simplista, poesía con poesía lírica, y poesía lírica con poesía amorosa. Por otro lado, la primavera está considerada unánimemente, según recurrencia de la emoción humana, como la estación del amor. Acaso lo uno y lo otro no sean sino lugares comunes de nuestra cultura; pero, en cualquier caso, helos siempre ahí.

Muy a menudo también, además de tratarse de dos conceptos que van de la mano, son dos realidades que nos llegan de la mano, pues el 21 de marzo es el Día Mundial de la Poesía y también la fecha más habitual del equinoccio de primavera en el hemisferio boreal. No en vano, las Naciones Unidas declararon que el día en que la naturaleza inicia oficialmente su florecimiento —es un decir; el cambio climático está provocando que la floración se adelante sobremanera— fuese el día en que se conmemora también «el florecimiento de las capacidades creadoras de cada persona».

Este año, sin embargo, la primavera ha venido —”nadie sabe cómo ha sido”— un día antes que la poesía. Exactamente, ha empezado en el mismo momento en que yo publico esta entrada, es decir, a las 10:01 (hora peninsular) de este domingo 20 de marzo. Bien…, qué más da: la coincidencia o el desfase no son relevantes; lo que verdaderamente importa es que una y otra, primavera y poesía, se nos instalen en las entrañas para el resto del año. Y vuelta a empezar.

Os invito a celebrar el advenimiento con la vigesima cuarta galería del alma machadiana, un poema en que el gran poeta sevillano vincula primavera y amor.

La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil…
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar…
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!

Sesión 56 de los patios poéticos

El lunes pasado, durante la quincuagésima sexta sesión de los patios poéticos leímos dos poemas de Luis García Montero: “Dedicatoria” y “El amor difícil”. Y, aprovechando el hecho de que el poeta granadino bebe de las fuentes líricas de Pedro Salinas leímos también “Perdóname por ir así buscándote”, composición publicada en La voz a ti debida, obra de quien fuese el gran poeta del amor entre los de la generación del 27.


Perdóname por ir así buscándote” nos presenta el amor como fuente de conocimiento y transformación del ser humano. Con sus versos, el poeta se disculpa por su torpeza al buscar en el interior de la amada, pero se muestra decidido a hallar lo mejor de ella para revelárselo, para que se conozca y pueda transformarse en lo que ha sido siempre sin saberlo, un ser sublime. Entonces, el amor del poeta, como ente autónomo, podrá dialogar con ella.

El poema se estructura en tres partes. En la primera es en la que el autor se disculpa y se justifica:

Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor alguna vez.

En la segunda —la más extensa—, expresa su ilusión, aquello que desearía lograr:

Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en lo alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan solo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.

Por último, en la tercera parte, expresa de manera concisa la esperanza de dialogar con su amada transformada:

Y que a mi amor entonces le conteste
la nueva criatura que tú eras.

Con todo, la transformación pretendida por el poeta no conlleva un auténtico cambio en la amada, pues, en última instancia, se trata de mostrarle quién es ella de verdad, quién ha sido realmente desde siempre sin saberlo a la luz del amor. Porque el amor necesariamente sublima, idealiza al ser amado, convirtiendo esa hermosa perfección en realidad auténtica. Todo esto se sintetiza elocuentemente en el pretérito verbal con que se cierra el poema: quien en un futuro ha de contestar al amor del poeta no es la nueva criatura que tú eres, sino la nueva criatura que tú eras. De esta manera, ella hablará desde el pasado en un presente hecho futuro.

Buena parte de la fuerza expresiva de esta composición descansa en dos metáforas de verticalidad aparentemente opuesta: una referida a la profundidad; la otra a la altura. En la primera, el poeta se sumerge en el ser de la amada (nadador por tu fondo, preciosísimo) y accede con un propósito a aquello que no se ve en la superficie de la personalidad: Es que quiero sacar de ti tu mejor tú. Ese que no te viste y que yo veo. En la segunda metáfora, convertida en alegoría, el amante, conocedor de la esencia del ser amado, se encuentra en lo alto del árbol, porque desde siempre la luz ha sido tomada como símbolo de la razón y el conocimiento. La luz última que [el árbol] le ha encontrado al sol se transforma así en la revelación del conocimiento. Sus raíces se hunden en el suelo como nosotros en nuestro pasado, pero sale a la superficie y se yergue de la misma forma que la amada (no el poeta, quien la espera en lo alto) ha de ascender. Subida sobre ti, como te quiero, tocando ya tan sólo a tu pasado con las puntas rosadas de tus pies, en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo de ti a ti misma: la transformación se completa cuando se logra superar el pasado.


El inicio del poema de Salinas (Perdóname por ir así buscándote) es la cita con que Luis García Montero introduce su poema “El amor difícil”, cuyo título, como el del poemario en que se incluyó originariamente, Habitaciones separadas, abre la senda interpretativa de esta composición en que se nos habla de un amor que no acaba de encenderse. De un desamor, en definitiva. Amante y amada no se encuentran, existe entre ellos una insalvable distancia que no es de kilómetros, sino de desencuentro, y su único elemento de unión es el viento, que aparece al principio y al final del poema casi como si de un tercer personaje se tratase.

Si en el poema de Salinas el amante aguarda esperanzado a que la amada llegue a él tras haberle revelado su auténtico ser, en el de García Montero la búsqueda de ese ser por parte del yo poético es un fiasco, acaso porque este no es un nadador por [el] fondo de la amada y su intento de averiguación es externo:

Pero bares abiertos y cerrados,
calles de noche y día,
estaciones sin público,
barrios enteros con su gente, luces,
teléfonos, pasillos y esta esquina
nada saben de ti.

La estrofa se configura a través de una enumeración de elementos urbanos, muy del gusto del poeta. La relación antitética dominante en ellos (abierto y cerrado, noche y día, vacío y gentío, lugares de paso y lugares de residencia) nos habla de que la búsqueda de la amada es exhaustiva. Por otra parte, el hecho de que sea una enumeración próxima a lo caótico (como las que poematizaba Salinas: los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos) nos sugiere el desacierto en el resultado: nada saben de ti. El último verso de la estrofa se abre significativamente con el pronombre indefinido nada y se  remata con el único pronombre de segunda persona que hay en ella, mientras que el resto del poema es un profuso océano de pronombres personales cuyo undoso vaivén va del yo al tú y viceversa (también Salinas fue poeta de pronombres, como hemos visto en parte en el poema anterior).

La incertidumbre de un “amor difícil” se refuerza a lo largo del poema con la repetición anafórica del adverbio de duda quizá que hay en las dos primeras estrofas y por las prótasis condicionales de la segunda y la última estrofas. Y resulta elocuente que quien tiene como misión encontrar, se declare ya en los primeros versos tan perdido. Y no solo tan perdido, sino tan frío en esta esquina [que] el viento pensó que yo era piedra y quiso con mi cuerpo deshacerse.

El poeta está cerca de la amada (Quizá tú no me viste; Y cuando el viento quiere destruirse me busca por la puerta de tu casa), pero no suficientemente. El viento es testigo de ello: la frialdad y la apariencia pétrea son opuestas a la llama del amor. Aun así, la estrofa final ofrece un atisbo de esperanza:

Yo le repito al viento
que si al fin te encontrase,
que si tú aparecieses, yo sabría
explicarme contigo.

El viento adopta ahora el papel de confidente y se abre la posibilidad de que la amada aparezca sin que haya de ser encontrada. Entonces, con mayor seguridad de la que vimos en Ángel González durante el patio poético anterior (Ya no sé si me explico, pero quiero aclarar que si yo fuese Dios…), el yo poético podrá declarar su amor. Así, el final de este poema y el de Salinas van de la mano.


Con “Dedicatoria” García Montero reinventa el madrigal, poema breve que se caracteriza por exponer un pensamiento amoroso, suave y delicado en forma de silva métrica. Estuvo muy en boga durante el Siglo de Oro y el poeta lo retoma tantísimo tiempo después desproveyendo de rima sus versos y minimizando su número.

Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.

Este breve poema, como el anterior, se publicó originalmente en el poemario Habitaciones separadas y, pese a su tono más bien optimista, no deja de transmitirnos un nuevo apunte de crisis sentimental: el amante aguarda, incansable, a que su amor sea por fin correspondido.

Día Mundial de la Poesía

Imagen de jplenio en Pixabay

Todo poema es merecedor de ser estandarte del Día Mundial de la Poesía. Por ejemplo, “La pequeña llama”, de Juana de Ibarbourou, un lírico soneto de rima variable en los cuartetos.

Yo siento por la luz un amor de salvaje.
Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge;
¿no será, cada lumbre, un cáliz que recoge
el calor de las almas que pasan en su viaje?

Hay unas pequeñitas, azules, temblorosas,
lo mismo que las almas taciturnas y buenas.
Hay otras casi blancas: fulgores de azucenas.
Hay otras casi rojas: espíritus de rosas.

Yo respeto y adoro la luz como si fuera
una cosa que vive, que siente, que medita,
un ser que nos contempla transformado en hoguera.

Así, cuando yo muera, he de ser a tu lado
una pequeña llama de dulzura infinita
para tus largas noches de amante desolado.

Los tres poemas del timbre

El timbre musical con que señalamos los cambios de hora en el instituto nos trae durante esta semana canciones que versionan poemas en castellano, catalán, latín e inglés. De resultas, en la primera clase semanal de castellano impartida a los grupos de 2.º de bachillerato, se han recitado los tres poemas que se hallan musicados en esta lengua: “No volveré a ser joven”, de Jaime Gil de Biedma; “Pequeño vals vienés”, de Federico García Lorca; y “Vientos del pueblo”, de Miguel Hernández.

En el primero, a través de una lenguaje llano, cercano, propio de los poetas de la Generación de los 50, Gil de Biedma nos ofrece una introspección desengañada y melancólica acerca de la existencia del ser humano. El paso inexorable del tiempo nos vuelca, sin tránsito en el poema, sobre la certeza de la muerte. Los alumnos han tenido la oportunidad de reconocer en él algunos de los tópicos literarios que aparecen en el glosario terminológico de la PAU de Lengua Castellana: theatrum mundi, carpe diem, memento mori, tempus fugit

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
—como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
—envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

En el segundo, García Lorca nos deja entrever apenas un dolor amoroso homosexual que se esconde tras herméticos versos que rezuman irracionales metáforas surrealistas. La ciudad fría de Nueva York no es capaz de hacerse eco del sentimiento humano y el poeta intenta huir de ella a través del marcado ritmo métrico con el que la composición emula el compás 3/4 valsístico. Los alumnos de la materia de modalidad han podido contrastar al Lorca de Poeta en Nueva York con el del Romancero gitano que andamos analizando estos días.

En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del “Te quiero siempre”.

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.

En el tercero y último poema de esta selección, Miguel Hernández compone una enardecedora arenga dirigida al pueblo español, individualizado según sus orígenes regionales (castellanos, murcianos, vascos, catalanes…). La Guerra Civil ha empezado hace unos meses y el poeta siente la necesidad de que sus versos se comprometan con la causa republicana. El español ha de ser león, ha de ser águila, ha de ser toro y no buey doblegado por el yugo de la opresión.

Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.

No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.

¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros, de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.

El olivo y los aceituneros

olivar

Imagen de Ulrike Leone en Pixabay

Hoy se conmemora el Día Mundial del Olivo y, los alumnos del CFGM de Serveis de Restauració estarán durante media mañana dedicándose a una cata de aceite virgen extra procedente de cinco DOP catalanas.

En el Departamento de Lengua y Literatura Castellanas, sin embargo, la conmemoración de hoy adquiere ecos líricos provenientes de los celebérrimos versos del poema “Aceituneros”, compuesto por Miguel Hernández, unos versos que, como bien sabrán los muchos migrantes jiennenses llegados a Lloret de Mar, conforman desde hace ocho años la letra del himno oficial de la provincia de Jaén.

Aprovechemos la ocasión para releerlos una vez más y para escuchar la no menos conocida selección musicada por Paco Ibáñez en la antológica versión interpretada en el Olympia de París.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.
No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que solo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.

Haikus

Haikus

En esta entrada, transcribo algunos de los haikus (o haikús) compuestos por los alumnos de 3.º de ESO. Además de deleitaros con su lectura, podéis ejercitar vuestro conocimiento de esta manifestación de la lírica japonesa tradicional comprobando la métrica heptasilábica de los tres versos, la presencia o ausencia de kigos

  • Buscando la luz / cerca del horizonte / descubriste el sol.           Celeste Cañete.
  • En esta playa / de arena color miel, / puedo ver tu tez.               Laura Fernández.
  • En el cielo oscuro, / entre tantas estrellas, / me mira la luna.    Anna Fernández.
  • De no estar tú, / demasiado enorme / sería esta cama.               Karan Pal.                   (variante sobre un original de Kobayashi Issa)
  • Soledad amada, / duerme en mi interior, / dame tu calor.          Carlos Poza
  • ¿Y si el alba / se apaga cuando / ya anochece?                              M.ª José Escot
  • ¿Es el viento / o es este caracol / y el tiempo?                               David Iniesta   
  • Las amapolas / que viven en mí solo / son tus recuerdos.           David Iniesta

Feliz día de Reyes

El camello, por Jnj ©

El camello se pinchó
con un cardo del camino
y el mecánico Melchor
le dio vino.

Baltasar fue a repostar
más allá del quinto pino
e intranquilo el gran Melchor
consultaba su “Longinos”‘.

¡No llegamos, no llegamos,
y el “Santo Parto” ha venido!
Son las doce y tres minutos
y tres reyes se han perdido.

El camello cojeando
más medio muerto que vivo
va espeluchando su felpa
entre los troncos de olivos.

Acercándose a Gaspar,
Melchor le dijo al oído:
– Vaya birria de camello
que en Oriente te han vendido.

A la entrada de Belén
al camello le dio hipo.
¡Ay qué tristeza tan grande
en su belfo y en su tipo!

Se iba cayendo la mirra
a lo largo del camino,
Baltasar lleva los cofres,
Melchor empujaba al bicho.

Y a las tantas ya del alba,
ya cantaban pajarillos,
los tres reyes se quedaron
boquiabiertos e indecisos,
oyendo hablar como a un Hombre
a un Niño recién nacido.

No quiero oro ni incienso
ni esos tesoros tan fríos,
quiero al camello, le quiero.
Le quiero, repitió el Niño.

A pie vuelven los tres reyes
cabizbajos y afligidos,
mientras el camello echado
le hace cosquillas al Niño.

Gloria Fuertes publicó este poema en 1954. Este año conmemoramos el centenario de su natalicio.

Rosalía

Rosalía

Si habéis navegado hoy por la red, posiblemente habréis visto que, en su página del buscador, Google dedica un homenaje, en forma de doodle, a la gran autora de las letras hispánicas Rosalía de Castro, quien nació en Santiago de Compostela un 24 de febrero como hoy, allá en 1837.

Tanto para aquellos que aún no la conozcáis como para aquellos que ya habéis leído alguna de sus composiciónes, he aquí unos conocidísimos —a la par que hermosos— versos suyos:

Rosalía (orillas del Sar)A través del follaje perenne
que oír deja rumores extraños,
y entre un mar de ondulante verdura,
amorosa mansión de los pájaros,
      desde mis ventanas veo
      el templo que quise tanto.

            El templo que tanto quise…
Pues no sé decir ya si le quiero,
que en el rudo vaivén que sin tregua
      se agitan mis pensamientos,
      dudo si el rencor adusto
vive unido al amor en mi pecho.