El lunes pasado, durante la quincuagésima sexta sesión de los patios poéticos leímos dos poemas de Luis García Montero: “Dedicatoria” y “El amor difícil”. Y, aprovechando el hecho de que el poeta granadino bebe de las fuentes líricas de Pedro Salinas leímos también “Perdóname por ir así buscándote”, composición publicada en La voz a ti debida, obra de quien fuese el gran poeta del amor entre los de la generación del 27.
“Perdóname por ir así buscándote” nos presenta el amor como fuente de conocimiento y transformación del ser humano. Con sus versos, el poeta se disculpa por su torpeza al buscar en el interior de la amada, pero se muestra decidido a hallar lo mejor de ella para revelárselo, para que se conozca y pueda transformarse en lo que ha sido siempre sin saberlo, un ser sublime. Entonces, el amor del poeta, como ente autónomo, podrá dialogar con ella.
El poema se estructura en tres partes. En la primera es en la que el autor se disculpa y se justifica:
Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor alguna vez.
En la segunda —la más extensa—, expresa su ilusión, aquello que desearía lograr:
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en lo alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan solo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.
Por último, en la tercera parte, expresa de manera concisa la esperanza de dialogar con su amada transformada:
Y que a mi amor entonces le conteste
la nueva criatura que tú eras.
Con todo, la transformación pretendida por el poeta no conlleva un auténtico cambio en la amada, pues, en última instancia, se trata de mostrarle quién es ella de verdad, quién ha sido realmente desde siempre sin saberlo a la luz del amor. Porque el amor necesariamente sublima, idealiza al ser amado, convirtiendo esa hermosa perfección en realidad auténtica. Todo esto se sintetiza elocuentemente en el pretérito verbal con que se cierra el poema: quien en un futuro ha de contestar al amor del poeta no es la nueva criatura que tú eres, sino la nueva criatura que tú eras. De esta manera, ella hablará desde el pasado en un presente hecho futuro.
Buena parte de la fuerza expresiva de esta composición descansa en dos metáforas de verticalidad aparentemente opuesta: una referida a la profundidad; la otra a la altura. En la primera, el poeta se sumerge en el ser de la amada (nadador por tu fondo, preciosísimo) y accede con un propósito a aquello que no se ve en la superficie de la personalidad: Es que quiero sacar de ti tu mejor tú. Ese que no te viste y que yo veo. En la segunda metáfora, convertida en alegoría, el amante, conocedor de la esencia del ser amado, se encuentra en lo alto del árbol, porque desde siempre la luz ha sido tomada como símbolo de la razón y el conocimiento. La luz última que [el árbol] le ha encontrado al sol se transforma así en la revelación del conocimiento. Sus raíces se hunden en el suelo como nosotros en nuestro pasado, pero sale a la superficie y se yergue de la misma forma que la amada (no el poeta, quien la espera en lo alto) ha de ascender. Subida sobre ti, como te quiero, tocando ya tan sólo a tu pasado con las puntas rosadas de tus pies, en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo de ti a ti misma: la transformación se completa cuando se logra superar el pasado.
El inicio del poema de Salinas (Perdóname por ir así buscándote) es la cita con que Luis García Montero introduce su poema “El amor difícil”, cuyo título, como el del poemario en que se incluyó originariamente, Habitaciones separadas, abre la senda interpretativa de esta composición en que se nos habla de un amor que no acaba de encenderse. De un desamor, en definitiva. Amante y amada no se encuentran, existe entre ellos una insalvable distancia que no es de kilómetros, sino de desencuentro, y su único elemento de unión es el viento, que aparece al principio y al final del poema casi como si de un tercer personaje se tratase.
Si en el poema de Salinas el amante aguarda esperanzado a que la amada llegue a él tras haberle revelado su auténtico ser, en el de García Montero la búsqueda de ese ser por parte del yo poético es un fiasco, acaso porque este no es un nadador por [el] fondo de la amada y su intento de averiguación es externo:
Pero bares abiertos y cerrados,
calles de noche y día,
estaciones sin público,
barrios enteros con su gente, luces,
teléfonos, pasillos y esta esquina
nada saben de ti.
La estrofa se configura a través de una enumeración de elementos urbanos, muy del gusto del poeta. La relación antitética dominante en ellos (abierto y cerrado, noche y día, vacío y gentío, lugares de paso y lugares de residencia) nos habla de que la búsqueda de la amada es exhaustiva. Por otra parte, el hecho de que sea una enumeración próxima a lo caótico (como las que poematizaba Salinas: los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos) nos sugiere el desacierto en el resultado: nada saben de ti. El último verso de la estrofa se abre significativamente con el pronombre indefinido nada y se remata con el único pronombre de segunda persona que hay en ella, mientras que el resto del poema es un profuso océano de pronombres personales cuyo undoso vaivén va del yo al tú y viceversa (también Salinas fue poeta de pronombres, como hemos visto en parte en el poema anterior).
La incertidumbre de un “amor difícil” se refuerza a lo largo del poema con la repetición anafórica del adverbio de duda quizá que hay en las dos primeras estrofas y por las prótasis condicionales de la segunda y la última estrofas. Y resulta elocuente que quien tiene como misión encontrar, se declare ya en los primeros versos tan perdido. Y no solo tan perdido, sino tan frío en esta esquina [que] el viento pensó que yo era piedra y quiso con mi cuerpo deshacerse.
El poeta está cerca de la amada (Quizá tú no me viste; Y cuando el viento quiere destruirse me busca por la puerta de tu casa), pero no suficientemente. El viento es testigo de ello: la frialdad y la apariencia pétrea son opuestas a la llama del amor. Aun así, la estrofa final ofrece un atisbo de esperanza:
Yo le repito al viento
que si al fin te encontrase,
que si tú aparecieses, yo sabría
explicarme contigo.
El viento adopta ahora el papel de confidente y se abre la posibilidad de que la amada aparezca sin que haya de ser encontrada. Entonces, con mayor seguridad de la que vimos en Ángel González durante el patio poético anterior (Ya no sé si me explico, pero quiero aclarar que si yo fuese Dios…), el yo poético podrá declarar su amor. Así, el final de este poema y el de Salinas van de la mano.
Con “Dedicatoria” García Montero reinventa el madrigal, poema breve que se caracteriza por exponer un pensamiento amoroso, suave y delicado en forma de silva métrica. Estuvo muy en boga durante el Siglo de Oro y el poeta lo retoma tantísimo tiempo después desproveyendo de rima sus versos y minimizando su número.
Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.
Este breve poema, como el anterior, se publicó originalmente en el poemario Habitaciones separadas y, pese a su tono más bien optimista, no deja de transmitirnos un nuevo apunte de crisis sentimental: el amante aguarda, incansable, a que su amor sea por fin correspondido.