SOLUCIONES DEL FRAGMENTO “LOS PAZOS DE ULLOA” ACTIVIDAD 4.10

SOLUCIONES DEL FRAGMENTO “LOS PAZOS DE ULLOA” ACTIVIDAD 4.10

El siguiente fragmento pertenece a Los pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán. En él, el sacerdote don Julián vive una curiosa y cruel escena en el momento de la cena. Participan también Primitivo, una especie de capataz del marqués, y su hija Sabel. Lee detenidamente el texto y contesta a las preguntas que se plantean a continuación:

Como si también los perros comprendiesen su derecho a ser atendidos antes que nadie, acudieron desde el rincón más oscuro, y olvidando el cansancio, exhalaban famélicos bostezos, meneando la cola y levantando el partido hocico*. Julián creyó al pronto que se había aumentado el número de canes, tres antes y cuatro ahora; pero al entrar el grupo canino en el círculo de viva luz que proyectaba el fuego, advirtió que lo que tomaba por otro perro no era sino un rapazuelo* de tres a cuatro años, cuyo vestido, compuesto de chaquetón acastañado y calzones de blanca estopa, podía desde lejos equivocarse con la piel bicolor de los perdigueros, en quienes* parecía vivir el chiquillo en la mejor inteligencia y más estrecha fraternidad. Primitivo y la moza disponían en cubetas de palo el festín de los animales, entresacado de lo mejor y más grueso del pote; y el marqués –que vigilaba la operación–, no dándose por satisfecho, escudriñó con una cuchara de hierro las profundidades del caldo, hasta sacar a luz tres gruesas tajadas de cerdo, que fue distribuyendo en las cubetas. Lanzaban los perros alaridos entrecortados, de interrogación y deseo, sin atreverse aún a tomar posesión de la pitanza; a una voz de Primitivo, sumieron de golpe el hocico en ella, oyéndose el batir de sus apresuradas mandíbulas y el chasqueo de su lengua glotona. El chiquillo gateaba por entre las patas de los perdigueros, que, convertidos en fieras por el primer impulso del hambre no saciada todavía, le miraban de reojo, regañando los dientes y exhalando ronquidos amenazadores: de pronto la criatura, incitada por el tasajo* que sobrenadaba en la cubeta de la perra Chula, tendió la mano para cogerlo, y la perra, torciendo la cabeza, lanzó una feroz dentellada, que por fortuna sólo alcanzó la manga del chico, obligándole a refugiarse más que de prisa, asustado y lloriqueando, entre las sayas de la moza, ya ocupada en servir caldo a los racionales. Julián, que empezaba a descalzarse los guantes, se compadeció del chiquillo, y, bajándose, le tomó en bra- 4.10 122zos, pudiendo ver que a pesar del mugre, la roña, el miedo y el llanto, era el más hermoso angelote del mundo. –¡Pobre! –murmuró cariñosamente–. ¿Te ha mordido la perra? ¿Te hizo sangre? ¿Dónde te duele, me lo dices? Calla, que vamos a reñirle a la perra nosotros. ¡Pícara, malvada! Reparó el capellán que estas palabras suyas produjeron singular efecto en el marqués. Se contrajo su fisonomía: sus cejas se fruncieron, y arrancándole a Julián el chiquillo, con brusco movimiento le sentó en sus rodillas, palpándole las manos, a ver si las tenía mordidas o lastimadas. Seguro ya de que sólo el chaquetón había padecido, soltó la risa. –¡Farsante! –gritó–. Ni siquiera te ha tocado la Chula. ¿Y tú, para qué vas a meterte con ella? Un día te come media nalga, y después lagrimitas. ¡A callarse y a reírse ahora mismo! ¿En qué se conocen los valientes? Diciendo así, colmaba de vino su vaso, y se lo presentaba al niño que, cogiéndolo sin vacilar, lo apuró de un sorbo. El marqués aplaudió: –¡Retebién! ¡Viva la gente templada! –No, lo que es el rapaz…, el rapaz sale de punta –murmuró el abad de Ulloa. –¿Y no le hará daño tanto vino? –objetó Julián, que sería incapaz de bebérselo él. –¡Daño! ¡Sí, buen daño nos dé Dios! –respondió el marqués, con no sé qué inflexiones de orgullo en el acento–. Déle usted otros tres, y ya verá… ¿Quiere usted que hagamos la prueba? –Los chupa, los chupa –afirmó el abad. –No, señor; no, señor… Es capaz de morirse el pequeño… He oído que el vino es un veneno para las criaturas… Lo que tendrá será hambre. –Sabel, que coma el chiquillo –ordenó imperiosamente el marqués, dirigiéndose a la criada. EMILIA PARDO BAZÁN: Los pazos de Ulloa, Cátedra.

a) ¿Qué descubre Julián entre los perros? Un niño pequeño.

b) ¿Cómo está caracterizado el niño? Va vestido con un chaquetón castaño y unos calzones blancos, el mismo color que el de los perdigueros, y se mueve entre ellos como uno más.

c) ¿Cuántas tajadas saca el marqués del pote? ¿Qué te llama la atención de este hecho? Tres, las mejores de la olla. Al niño no le ofrece comida.

d) ¿Cómo reacciona don Julián ante el mordisco del perro al niño? ¿Y el marqués? Don Julián se asusta, lo toma en brazos y le habla con cariño. El marqués, en cambio, se ríe y le dice que la culpa es suya, por meterse con la perra. A continuación, le ofrece un vaso de vino.

e) ¿A qué crees que obedece esta actitud diferente? Don Julián es un capellán joven, culto y urbano, que no está acostumbrado a la brutalidad de ese mundo rural, representado por don Pedro.

f) ¿Qué valoración general harías de la escena?

Ten en cuenta lo que se explica en la unidad sobre el Naturalismo, movimiento al que pertenece esta obra. Respuesta abierta. Pueden tenerse en cuenta los siguientes aspectos del Naturalismo: ambiente desagradable, brutalidad, precisión a la hora de reproducir el lenguaje hablado –con sus coloquialismos y vulgarismos- atendiendo al tipo de personaje, gusto por el detalle escabroso, etc. También puede anotarse la importancia del determinismo social: ¿hasta qué punto las personas que intervienen en esta escena condicionan la futura manera de ser del niño?

 

Ángeles

Acerca de Ángeles

Ángeles Rodríguez Blanco (arodr224@xtec.cat) Departament d'Educació Generalitat de Catalunya
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