Cada día me levanto y me asomo al balcón y lo único que veo es una multitud de árboles poco poblados y tristes, como agotados de llevar años en la misma posición. Detrás de estos, se pueden observar unos pisos de aspecto apagado, con algunas manchas oscuras debidas a un incendio que hubo unos años atrás. 

Por culpa de la cuarentena, ya no camina nadie por las calles, sólo se escucha a algún que otro pájaro que habita aquí. 

El único momento de alegría de estos días tiene lugar a las 8 de la noche, cuando los vecinos salen a aplaudir honestamente por los sanitarios y otros trabajadores que están dando todo lo que pueden por los demás ciudadanos. También suelen poner música en unos inmensos altavoces para que la escuche todo el barrio y la estancia se les haga más amena.

La verdad, estos días se me están haciendo bastante largos, pero el sitio en el que vivo ayuda mucho a pasarlos más fácilmente.

Hoy, dos meses después, las calles comienzan a repoblarse, se empiezan a escuchar murmullos de hombres, mujeres y niños. Es increíble cómo ha cambiado todo en tan solo unos meses y cómo puede transformarse tu vida en un simple instante. Por ese motivo, hay que vivir siempre al máximo. Nunca podremos saber si, de un día a otro, ya no estaremos.