A través de la ventana de mi habitación es por donde más dirijo mi mirada estos días. Me agrada pasar el rato mirando el cielo y observando cómo las nubes se mueven lentamente y van adquiriendo formas diferentes. No me gusta estar en casa encerrada, pero divisar ese trozo de firmamento detrás del cristal, me calma y tranquiliza.
Desde aquí alcanzo a ver la tienda de veinticuatro horas donde siempre entra y sale gente, pero estas últimas dos semanas tiene un aspecto más desierto. También descubro las claraboyas de mis vecinos por donde se traspasa la música que ponen cada día.
Al estar en cuarentena, estoy prácticamente todo el día sola con mis pensamientos, a veces estos son malos porque les doy demasiadas vueltas a cuestiones que no me hacen ningún bien. He estado reflexionando sobre las cosas a las que les dábamos importancia y en las que, en estas circunstancias, empezamos a ver el verdadero valor que tienen. A su misma vez, he filosofado sobre todas esas personas que se estarán maldiciendo por no haber hecho algo por el simple miedo a lo que pueda suceder. ¿A cuántas la vida les devolverá la oportunidad y todavía no lo saben?
Dos meses después, ya empiezo a ver la luz al final del túnel. Los días han pasado relativamente rápidos y, tener la oportunidad de poder salir de casa aunque sea dentro de un horario estricto, me ha ayudado mucho a sobrellevar la situación. Cada vez queda menos para volver a lo que, a partir de lo sucedido, será la normalidad.
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