De todas las ventanas de mi casa, he decidido escoger la de mi habitación, la que más observo durante estos duros días de cuarentena. Al levantarme y abrir mi persiana, lo primero que encuentro es aquella farmacia y ese edificio de enfrente, además de la carretera por la que hace ya una semana pasaban coches y gente a rebosar. Desde el vidrio también puedo contemplar la comunidad de vecinos: los diferentes balcones por los que cada noche a las ocho salen todos a aplaudir, la guardería o el bar de abajo, que ahora permanecen cerrados, o los garajes por los que solo salen dos o tres coches para ir a trabajar. Sinceramente, al mirar estas vistas recuerdo la animación que había y que volverá cuando el tema del coronavirus quede zanjado, pero todavía queda esperar para poder salir y dejar de ojear este triste paisaje que nos ha dejado la enfermedad.
Ya han pasado dos meses del encierro obligado y poquito a poco todo mejora. Ahora nos dejan ir a correr de dos en dos o a pasear en pareja con alguien que viva contigo, eso sí, a un kilómetro de tu casa. El problema está en que la gente piensa que puede hacer vida normal y no respeta las reglas establecidas por el gobierno. Y aunque no me gustaría que pasara, si muchas personas hacen caso omiso a las medidas que dicta el Estado, el Covid-19 podría volver a afectarnos con más fuerza que antes.
Manuel Sampayo
jonfuentes
Muy buen texto, ¡se nota que escribes aquello que sientes de corazón!
ainhoagarcia
¡Me ha gustado mucho! Es un texto muy bonito. Me ha conmovido que hables con el corazón y no con la cabeza.