Las bombas no se pueden olvidar. Quizá no se registra el día y la hora exacta, pero su recuerdo es imborrable. “Fue el mismo día que otra bomba cayó en la plaza Nova, frente a la catedral… Yo estaba sola en casa, en la calle de la Rosa, porque mi madre había ido al lavadero…”. Mercè Romero tenía 8 años y estaba sola en casa cuando sonó la alarma. “Unos vecinos me llevaron al sótano de un bar que servía de refugio; cuando salimos, la casa frente a la nuestra se había derrumbado, era una montaña de ruinas que había que escalar para salir… Nuestro piso, en el número 6, quedó muy tocado, tuvimos que irnos…”. Era el 30 de enero de 1938 y el bombardeo sobre el casco viejo de Barcelona fue especialmente cruel y mortífero, con unos 600 muertos. En la plaza Sant Felip Neri murieron 42 personas, la mayoría escolares. Era el peor bombardeo sobre Barcelona desde que había empezado la guerra, y la ciudad llevaba unos cuantos. Pero lo peor estaba por llegar. El 16, 17 y 18 de marzo. Hace 75 años.
Esos tres días de marzo, los bombarderos italianos Saboya, en 13 raids ejecutados en intervalos aproximados de tres horas, descargaron más de 40 toneladas de bombas que mataron a unas mil personas y causaron muchos más heridos. Varias de esas bombas cayeron sobre la Gran Via, entre la plaza Universitat y el paseo de Gràcia, donde destruyeron edificios y dejaron más de cien muertos. Una de ellas fue especialmente mortífera, la que cayó en Gran Via/Balmes, cerca del cine Coliseum: alcanzó un camión militar cargado de explosivos que multiplicó la masacre.
Ese marzo, una Barcelona de un millón de habitantes –con decenas de miles de refugiados llegados del resto de España– era la sede del gobierno republicano de Juan Negrín. También lo era del gobierno vasco. El ejército franquista había iniciado pocas semanas antes la gran ofensiva de Aragón, preludio de la decisiva batalla del Ebro. La ciudad estaba a tiro de la Aviación Legionaria italiana con base en Baleares. El Duce Benito Mussolini dio la orden por telegrama el día 16 al general Vincenzo Velardi, jefe de la Aviación Legionaria: “Iniciar desde esta noche acción violenta sobre Barcelona con martilleo espaciado en el tiempo”. La orden era machacar la ciudad.
Los historiadores han apuntado diversas circunstancias que podían haber decidido al caudillo fascista a dar esa orden, sin consultar siquiera a Francisco Franco: una intención de acelerar el final de una guerra que Franco quería larga, conseguir un éxito sonado cuando Adolf Hitler ya presumía del Anschluss (la anexión de Austria a Alemania ), vengarse de la derrota italiana en Guadalajara hacía un año, probar una nueva táctica de bombardeo sobre una gran ciudad, como la aviación de la Legión Cóndor había experimentado otra en Gernika… En todo caso, se quería atacar a la población civil en la retaguardia y, de paso, hundir la moral republicana. No se buscaban objetivos militares, industriales o estratégicos. Barcelona fue objetivo principal de los bombardeos en la guerra, pero ni mucho menos el único. En Catalunya la lista de ciudades bombardeadas por franquistas, italianos y alemanes es larga: Lleida, Granollers, Tarragona, Reus, Figueres, Badalona, Manresa, Les Borges Blanques…, hasta 140 poblaciones.
Mercè Romero ya no estaba en la calle de la Rosa esos tres días de “martilleo espaciado”. Con su familia, se había trasladado a vivir al edificio donde trabajaba su padre, la agencia de aduanas J. Marly, en la Rambla. Allí también se oía “el vuelo de los cazas y los silbidos de las bombas cuando caían, y las explosiones”. Y las sirenas de alarma, que esos tres días no cesarían; la que anunciaba que cesaba un bombardeo era seguida de la llegada de más aviones… “Durante años me duró esa sensación, pensando que oía ruidos del cielo…” explica. Pero no volvió a un refugio. “Mi padre no quiso ir nunca; decía que si nos tenía que pasar algo, que nos pasase. Nos quedábamos en una habitación pequeña, junto a una pared maestra, y mi padre me hacía tener un lápiz en la boca, para evitar que una onda expansiva me reventase los tímpanos”.
Tampoco fue a refugios Pilar Llopart, que había nacido el día que murió Francesc Macià (Navidad de 1933) y vivía en el hotel Inglés, que su padre regentaba en la calle Boqueria. “A veces, mi padre nos llevaba a mi hermana y a mí al terrado y desde allí veíamos los aviones, las explosiones sobre la Barceloneta… Quería que lo viviéramos de la manera menos traumática posible… Yo era muy pequeña, pero recuerdo perfectamente que vi la cara de los aviadores cuando volaban bajo…”.
Manuel Cardeña, nacido en 1930, sí fue alguna vez al refugio de la calle Ali Bey (hoy Tànger, en el Poblenou) a la que se habían mudado desde el Clot al inicio de la guerra. Pero era “un refugio lleno de fango, justo sobre la capa freática…, no se podía estar allí y mi padre decidió que no volveríamos. Nos quedábamos en casa, junto a la pared maestra, rodeados de colchones”.
No se ha precisado cuántos refugios se construyeron en Barcelona, pero fueron cientos. Desde julio de 1937 existía la Junta de Defensa Pasiva de Catalunya. El Ayuntamiento (Hilari Salvadó era el alcalde) también creó una junta de defensa pasiva local. Estas juntas coordinaron brigadas constructoras de refugios antiaéreos en fábricas, bajo plazas y otros solares. La junta local llegó a planificar casi 1.300 refugios públicos y privados, pero no se hicieron todos, y no se ha podido documentar una lista completa. Además, se usaron como refugio las estaciones del metro. Muchos preferían no refugiarse en el subsuelo. Y si se estaba algo alejado del barrio en que caían las bombas de turno, aún se podía contemplar el ataque. Como hizo más de una vez Cardeña: “El edificio donde vivíamos era alto, de siete pisos, y en el terrado había un nido de ametralladoras antiaéreas que no recuerdo que se utilizaran nunca, pero mis hermanas subían a charlar con los soldados. Desde nuestra galería veíamos los bombardeos sobre la Barceloneta, y cómo saltaban por lo aires, maderas, hierros…”. Y tenía otro mirador, a ras de suelo: “Me tumbaba en el patio de la fábrica de toldos de Can Rigalt, donde trabajaba mi padre, y veía cómo los aviones combatían en el aire”.
Pilar Llopart veía “por un lado, el potente reflector de la iglesia del Pi, y por otro, la punta del monumento a Colón y cómo caían las bombas sobre el puerto” desde la terraza del hotel Inglés. Hasta que un día “una bomba entró en el hotel, por la parte de atrás, en oblicuo desde el tercer piso hasta la planta baja, y destruyó toda la parte trasera, pero no murió nadie, porque todos estábamos en la parte delantera”. Tuvieron que dejar el hotel.
Algunos de aquellos niños de entonces no tenían miedo. Cardeña no recuerda la sensación de miedo. En su calle cayó una vez una bomba que no explotó “y los críos estuvimos allí, mirando cómo los artificieros la desmontaban; era una imprudencia, claro, pero nos quedamos allá hasta que nos echaron”. Llopart habla de “tensión”, cuando quedaba un ratito a solas y a oscuras esperando a que su padre fuera a buscarla para llevarla en brazos a su habitación en una noche de bombas. Recuerda perfectamente cómo preguntaba: “¿Mamá, por qué no paran las sirenas?”. Romero confiesa llanamente que sí pasó miedo. Como lo pasaron centenares de miles de personas. Este tipo de miedo es de gente adulta. Muchísimas familias huyeron de Barcelona, sobre todo después de las bombas de marzo. Las crónicas periodísticas hablan de un éxodo de miles y miles de personas.
Galeazzo Ciano, ministro de asuntos exteriores del gobierno italiano y yerno de Benito Mussolini, explicó en sus diarios: “He recibido y he entregado al Duce el relato de un testigo ocular. Nunca había leído un documento de un realismo tan aterrador”. Un terror que evidentemente no le hizo dimitir. Acabada la guerra, en julio del 39, un Ciano triunfador visitó la ciudad que su ejército había bombardeado, Barcelona. Mercè Romero aún residía con sus padres en el edificio de la empresa aduanera en la Rambla. “Mi padre se resistió a dejar entrar allí a gente para que participara en el recibimiento a Ciano. Nos echaron de allí y mi padre estuvo detenido cinco o seis meses”.
Hace pocas semanas, la Audiencia de Barcelona ordenó investigar los bombardeos italianos sobre Barcelona, lo que dio curso a una querella presentada por la asociación Altra Italia y dos supervivientes de entonces, Anna Raya y Alfons Cànovas. Se quiere incluso determinar si sigue vivo algún mando militar italiano responsable de las matanzas en Barcelona a lo largo de la guerra española, en la que oficialmente Italia no era parte beligerante (Alemania tampoco). Cardeña, el niño que miraba batallas aéreas tumbado en el patio, cree que “lo negativo de esta iniciativa es que remueve cosas…, odios de entonces; lo positivo es que las injusticias se han de reparar. No estaría mal que el Estado italiano expresase sus condolencias por aquello”
Vista aèria de Barcelona, 17 de març de 1938
PROCEDÈNCIA: Archivio Militare dell’Areonautica Italiana, Roma.
PROCEDÈNCIA: Archivio Militare dell’Areonautica Italiana, Roma.
En marzo de 1938, la gente de Barcelona -y la de otras ciudades catalanas- sabía lo que era un bombardeo aéreo. La ciudad ya había sido atacada varias veces por la Aviación Legionaria italiana con base en Mallorca, aunque el primer bombardeo de gran intensidad se efectuó desde el mar, el 13 de febrero del año 1937, ocho meses después de iniciarse la Guerra Civil, cuando el crucero italiano Eugenio di Savoia descargó sus baterías sobre el distrito central. Entre el 16 y el 18 de marzo del 38, el aire, sin embargo, vibró de otra manera. El bombardeo, lento, espaciado en el tiempo, no cesaba. Cuando las sirenas callaban y parecía que el peligro había desaparecido, las alarmas volvían a sonar. Trece ataques en 41 horas. Pánico general al tenerse noticia de una enorme explosión en el centro de la ciudad. Una increíble y trágica casualidad: una bomba cayó sobre un camión militar que transportaba dinamita por el centro de la ciudad y provocó una matanza. Comenzó a circular el rumor de que los italianos estaban ensayando un nuevo tipo de explosivo y miles de personas comenzaron a huir hacia las afueras. Al cabo de tres días, cuando la pesadilla terminó, la aviación italiana había matado a más de novecientas personas y había colapsado los hospitales con 1.500 heridos. Había provocado el pánico y, sobre todo, había desmoralizado a la población. Los barceloneses sabían que la República y la Generalitat (la autonomía catalana) tenían perdida la guerra.
Barcelona fue bombardeada de esa manera para impresionar a Hitler. El día 12 de marzo de 1938, el régimen nacional-socialista alemán había ejecutado la Anschluss, la anexión de Austria al III Reich. No era una buena noticia para Benito Mussolini, que había intentado mantener en pie el gobierno autoritario del canciller Dollfuss, padre de un austro-fascismo opuesto a la pérdida de la soberanía nacional. Mussolini quedó preocupado. Había que enviar una “señal” a Hitler; un mensaje que recordase a los alemanes, y a Europa entera, la robustez del régimen fascista. Aún estaba
fresco, demasiado fresco, el recuerdo de la derrota italiana en la batalla de Guadalajara (8-23 de marzo de 1937), cuyo primer aniversario estaba a punto de ser celebrado en París por diversas asociaciones antifascistas. Era necesaria una demostración de fuerza. Mussolini dio la orden.
En marzo de 1938 estaba a punto de cumplirse un año del brutal bombardeo de Gernika por parte de la Legión Cóndor alemana. Esta pequeña ciudad vasca de cinco mil habitantes sufrió el 26 de abril de 1937 un devastador ataque en el que se utilizaron bombas incendiarias. Gernika, lugar muy simbólico para la nación vasca, fue totalmente arrasada. Las crónicas del periodista británico George Steer para The Times, presente al cabo de unos días en el lugar de los hechos, contribuyeron a difundir la noticia y convertir aquel acontecimiento en el signo más trágico de la guerra de España. El Gobierno de la República quiso que el drama de Gernika estuviese presente en la Exposición Internacional de París de julio de 1937 y encargó un gran cuadro al pintor Pablo Picasso. Un cuadro que se convertiría en un símbolo universal.
Los bombardeos de Barcelona no fueron pintados por ningún gran artista, pero merecieron la atención de la prensa europea y norteamericana. Una de las reacciones más significativas fue la del L’Osservatore Romano, diario de la Santa Sede, que los condenó en su edición del 24 de marzo. Pío XI encargó al nuncio Ildebrando Antoniutti que hiciera llegar su malestar al general Franco. También protestaron el primer ministro francés Leon Blum y el premier británico Chamberlain. Años después, al iniciarse los bombardeos de la aviación nazi sobre Londres, Winston Churchill dijo lo siguiente: “Confío en que nuestros conciudadanos sabrán resistir como supo hacerlo el valiente pueblo de Barcelona”.
Franco en realidad no sabía nada. Esta vez, no. Al cabo de tres días, preocupado por el eco internacional, el cuartel general de Burgos pidió a los italianos que parasen el ataque. La Aviación Legionaria italiana actuaba sobre objetivos previamente señalados por el mando franquista, pero gozaba de autonomía. Mussolini apoyaba a los militares rebeldes y a la vez llevaba a cabo su propia guerra en
el interior de la guerra española. La base de Mallorca, organizada en 1936 por el jefe fascista Arconavaldo Bonacorssi, conde Rossi, simbolizaba la ambición de un imperio mediterráneo.
Mussolini movía pieza en función de los inestables equilibrios europeos y de sus complejas relaciones con el Vaticano. En agosto de 1937, tras la caída de la ciudad de Bilbao, ofreció una honrosa rendición a los nacionalistas católicos vascos, para agradar a la Santa Sede. Con el beneplácito de Pío XII, los oficiales vascos se rendían a las tropas italianas y podían abandonar España en barco. Cuando Franco se enteró, montó en cólera y rompió el acuerdo. Los oficiales vascos fueron encarcelados, juzgados y muchos de ellos fusilados. Puede afirmarse que el nacimiento de ETA en 1959 -veintidós años después del pacto de Santoña- fue, en parte, fruto de esa humillación. Después de aquel gesto de moderación con los vascos, el dictador italiano ordenó bombardear brutalmente Barcelona para impresionar a Hitler y borrar cualquier sospecha de debilidad.
Se cumplen hoy 75 años. La República italiana, surgida de la victoria sobre el fascismo, no es responsable de aquel cruel ataque. El dictador Mussolini murió ejecutado. Y no puede pasar por alto que en 1946, el nuevo Gobierno de Italia, a propuesta del líder comunista Palmiro Togliatti, decretó una amnistía general. Barcelona y las demás ciudades catalanas bombardeadas esperan, sin embargo, un gesto de la Italia democrática.