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Día Mundial de la Lengua Árabe

Imagen de Bruno /Germany en Pixabay

Si en castellano nos desayunamos con un zumo, mientras que en catalán lo hacemos con un suc, es porque ambos nombres proceden de étimos distintos. El término catalán, como el italiano succo, el francés jus, el inglés juice o el castellano jugo —en el que la j- se debe al influjo de enjugar, enjuto…; compárese, en cambio, la voz suculento—, evolucionan desde la voz latina sucus, voz que nunca he podido evitar pensar que se halla tras la decisión de la marca Suchard de bautizar sus famosos caramelos como Sugus, aunque la explicación más difundida es la de quienes defienden que la razón de este bautizo se halla en las voces nórdicas suge o suga ‘chupar’.

Por su parte, la voz castellana zumo —como la gallega zume o la portuguesa sumo— según el DLE, quizá procede del árabe hispánico *zúm, este del árabe zūm, y este del griego ζωμός zōmós. Ese “quizá” académico no está referido al origen griego, indiscutible, sino al tránsito de la adquisición a través del árabe. De hecho, Joan Corominas pese a ver en la etimología árabe una explicación verosímil para la aparición de la vocal u, indica que el término solo parece haber sido de uso en el árabe de países del Próximo Oriente cercanos a Grecia, por lo que la u podría haberse debido al influjo del sinónimo latino sucus.

Más allá de que el sustantivo zumo pueda considerarse o no un arabismo, lo cierto es que el árabe es la lengua del superestrato con mayor presencia en el castellano: la herencia léxica se sitúa en torno a las dos mil palabras — las correspondientes a las dos mil doscientas cincuenta y tres acepciones que despliega el DLE, exactamente—. En ocasiones, la raíz árabe se encuentra tras algunas expresiones perpetuadas por la tradición, cuya literalidad resulta difícilmente explicable en castellano. Es el caso, por ejemplo, de la expresión “Que si quieres arroz, Catalina”. Federico Corriente, en su discurso de ingreso en la RAE, entre varias hipótesis, la relaciona con una expresión andalusí fonéticamente similar: Tiríd ‘ala rrús, aqṭá‘ lína, pregunta que se formulaba a la esposa que se casaba por segunda vez. Resulta significativo saber que, en árabe, las palabras arroz y esposo suenan parecido.

Hoy se conmemora el Día Mundial de la Lengua Árabe bajo el lema “La lengua árabe, un puente entre civilizaciones”. Se trata, según palabras de la UNESCO, de un llamamiento a reafirmar el importante papel de la lengua árabe en la conexión de los pueblos a través de la cultura, la ciencia, la literatura y muchos otros ámbitos. En España, ya sabemos mucho de ello.

Sándwich

sándwich

Fotografía de Jnj, tomada en el aula Natura durante la hora del patio

Aprovechando que hoy se conmemora oficiosamente el Día Mundial del Sándwich, saquemos a colación alguna curiosidad acerca de la palabra que le da nombre.

La primera es relativa al origen del apelativo con que conocemos este tipo de bocadillo. En su forma actual, sándwich, es un calco por adaptación del inglés sandwich, sustantivo que, como el mismo DLE nos refiere en su entrada correspondiente, los británicos toman del nobiliario título de John Montagu, quien fuese conde de Sandwich durante gran parte del siglo XVIII. Al parecer, la suerte del epónimo se debe al hecho de que el tal conde, jugador de cartas empedernido, no era amigo de perder tiempo de juego durante una buena partida para dedicarlo a pausas gastronómicas en las que saciar el apetito, de modo que se hacía traer a la mesa de juego unas rebanadas de pan entre las cuales habían sido colocadas unas tajadas de carne. Aunque parece ser que el invento no se le puede atribuir a él, lo cierto es que, al poco, el asunto había creado escuela, y preparar comida al modo del conde de Sandwich se acabó convirtiendo en una costumbre.

El primer diccionario de referencia en nuestro idioma que incluye una entrada para esta palabra es el Diccionario enciclopédico de la lengua castellana, publicado en 1895 por el canario Elías Zerolo, el granadino Miguel de Toro y Gómez y el colombiano Emiliano Isaza. La definición que figuraba era la siguiente: «Palabra ingl. que significa pastel, y se compone de una delgada lonja de carne fiambre, colocada entre dos rebanadas de pan. En castellano se llama emparedado». Por su parte, la RAE no la recoge hasta la edición en 1927 de su Diccionario manual e ilustrado de la lengua española, donde figura sin tilde y señalada mediante asterisco como xenismo: «(Voz inglesa; pronúnciase sángüich.) m. Emparedado, bocadillo, lonja de jamón o de fiambr[e] entre dos pedacitos de pan». El calco por adaptación no fue recogido por la academia hasta la edición del diccionario de 1989.

Como bien se observa, de una u otra forma, ambas obras lexicográficas destacan, en sus respectivas entradas, la preferencia por el sustantivo emparedado. En ese sentido, recuerdo que, durante los tiempos mozos de mi educación secundaria, los profesores acostumbraban a aleccionarnos con la monserga de que debíamos llamar al sándwich emparedado, por ser esta una palabra nacida del patrio genio idiomático. A ello, ha de añadirse el hecho de que las traducciones televisivas de aquel entonces parecían preferir también esta voz parasintética surgida de la primitiva pared. Efectivamente, emparedados y no sándwiches era lo que Pilón, el glotón amigo de Popeye, devoraba compulsivamente en cada escena, y emparedados eran también los que el oso Yogui y el bueno de Bubú solían hurtar de sus cestas de merienda a los turistas del parque Jellystone. En cualquier caso, nuestro mundo era decididamente de bocadillos; más concretamente, de bocatas. Y, para cuando el clásico de jamón de York y queso entre calientes rebanadas de pan de molde planchado quiso conquistar los estómagos de nuestra generación durante las noches de cena ligera, ya todos lo llamamos bikini (o, según proceso de elipsis, mixto, más allá del Ebro).

Por cierto, el nombre bikini, aplicado a este sándwich, no se debe a ningún tipo de analogía con el bañador de dos piezas femenino: nada tiene que ver que incorpore dos ingredientes como relleno; nada, que se componga de una rebanada de pan de molde superior y otra inferior; nada, que suela servirse cortado en forma triangular… Se denomina bikini porque Bikini era el nombre de la famosa sala de baile barcelonesa donde se servía como bocadillo de la casa, según reinvento sui generis del francés croque-monsieur.

Con un epónimo, comenzábamos esta entrada, y, con un epónimo, la concluimos aquí. Porque la del bikini es ya otra historia.

2.ª ed. del artículo publicado originariamente el 3 de nov. de 2020 en este mismo blog.

Étimos estacionales

Floración del cerezo en el Jerte (IV) ©, por Jnj

Esta mañana, a las 10: 37, hora peninsular, «La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido». Bueno, esto es lo que acertada pero líricamente sentenció Antonio Machado. Científicamente, resulta que sí se sabe, claro: la astronomía se encarga de traérnosla mediante el equinoccio de primavera.

Precisamente, en algunas clases de 2.º de bachillerato impartidas esta semana, se ha sacado (que no traído) a colación este concepto astronómico y cuán clarificadora resulta la etimología de la voz que le da nombre, derivada del latín aequinoctium, formada a su vez por aequus ‘igual’ y nox ‘noche’. He recordado entonces un artículo que escribí en otro blog tal día como hoy de hace siete años. En él hablaba de los étimos que han dado lugar al nombre de las estaciones del año y aprovechaba el de “equinoccio” para cerrar el escrito. Lo transcribo a continuación, por si a alguien resulta interesante.

Para nuestros papis culturales, los romanos, solo había dos tiempos en los que dividir el año, esto es, dos estaciones: una, muy prolongada; y la otra, breve. La primera debía su mayor extensión a que estaba compuesta por la suma de lo que hoy llamamos primavera, verano y otoño, mientras que la más breve correspondía al invierno, entonces llamado hibernum tempus, propiamente, ‘tiempo hibernal’. Ver / veris, a su vez, era la palabra con que se aludía a esa otra estación mucho más prolongada, y su significado, propiamente, era el de ‘primavera’; aunque como veremos enseguida, andado el tiempo, dio lugar a nuestra voz verano. No obstante, en determinado momento, antes de que el latín se vistiese definitivamente de castellano  —y de catalán y de francés…—, el comienzo de esta larga estación se llamó primo vere ‘primer verano’, y, más tarde, prima vera, de donde, finalmente, brotó nuestra primavera. Fue por entonces también que la época más calurosa, por oposición al hibernum tempus, tomó el nombre de veranum tempus, literalmente, ‘tiempo primaveral’, aunque de ahí, mediante elipsis del término contiguo, nace nuestro verano, como de la otra, por idéntica causa lingüística, surge invierno.

Con todo, a pesar de este desmembramiento, la estación cálida todavía era más prolongada, hasta que, en cierto momento, su período final, correspondiente al tiempo de las cosechas, fue llamado autumnus, voz derivada de auctus ‘aumento’, ‘crecimiento’, ‘incremento’, que procedía, a su vez, de augere ‘acrecentar, robustecer’. El vocablo latino autumnus es el que se aclimató en nuestra lengua como otoño.

De toda esta intrincada nomenclatura estacional —que lo fue más hasta el siglo XVI, pues vino a colarse, en el intervalo entre primavera y verano, el estío—, quedan vestigios en nuestra lengua: verbigracia, el adjetivo vernal, el cual se aplica con igual rigor al solsticio, para señalar ‘verano’, que al equinoccio, para señalar ‘primavera’.

Por cierto, ya que en estas de la etimología andamos: qué descriptiva voz esa con que adviene la primavera: equinoccio, donde equi- ‘igual’ y noccio ‘noche’, pues, por hallarse el Sol sobre el ecuador, la noche dura igual que el día.

Feliz primavera a todos.

Origen del antropónimo Pepe

Hoy celebramos el día del padre, que, como bien sabrás, se trata de una conmemoración religiosa en honor a José, padre de Jesucristo. Sin querer entrar en cuestiones de fe, la lógica dicta que, dado que su mujer, María, es, por antonomasia, la Virgen, la paternidad de José no pudo ser cuestión fisiológica.

Efectivamente, a san José, a pesar de no ser el padre de Jesucristo, se le reconoce como tal por mor de reputación. Es decir, se le considera padre putativo.

La Iglesia se ha encargado bien de reputarlo como tal durante siglos y, en los devocionarios y misales de la liturgia latina, los feligreses de todas las parroquias no podían leer una sola referencia a «Sanctus Iosephus» sin que figurase al lado, a modo de ineludible epíteto, la expresión «Pater Putativus Christi». Dada la frecuencia con que aparecía la expresión, lo corriente era encontrarla abreviada en «P. P. Christi» y, de este hecho, surge una explicación, la cual corre por la creencia de las gentes como la pólvora, acerca de que los Josés se llamen Pepes. No obstante, se trata de una etimología espuria, pues el origen de la forma hipocorística Pepe es mucho más prosaico: se trata, sencillamente, de una forma reducida de Jusepe —versión antigua de José—, tal como sucede con el catalán Pep respecto de Josep o con el italiano Beppe respecto de Giuseppe.

Feliz Día de Pokémon

Hoy se conmemora el Día de Pokémon, pues el 27 de febrero de 1996 se lanzaron en Japón los primeros títulos de la saga para Game Boy: Pokémon Rojo y Pokémon Verde.

Si eres fan de la franquicia, es posible que conozcas más de una curiosidad en torno a este mundo de fantasía. Por supuesto, estás invitado a contárnoslas en forma de comentario a esta entrada. Por nuestra parte, lo que aquí vamos a exponer son algunas peculiaridades lingüísticas, en especial, las que atañen a la ortología y la ortografía de su nombre.

En primer lugar, como bien sabes, Pokémon es el nombre propio con el que se conoce a esta franquicia de videojuegos y animación manga. En japonés, su escritura es esta: ポケモン. Sin embargo, la grafía latina no se debe a un proceso de adaptación alfabética, sino que es la forma original con que se bautizó este universo: Pokémon es un acrónimo de pocket monsters ‘monstruos de bolsillo’ —en japonés, ポケットモンスタ [poketto monsutā]—.

Pero, ¿a qué se debe la tilde que vuela sobre la e de la segunda sílaba? En inglés, resulta extraña y, en castellano, contraviene las normas de acentuación, pues se trata de una palabra llana acabada en vocal seguida de s. La razón la encontramos en la necesidad de marcar esta vocal para que la pronunciación inglesa no altere su modo ni su lugar de articulación.

Así pues, dado que la existencia de esta tilde no depende de la normativa ortográfica, al escribirla en castellano, conviene no prescindir de ella, incluso si quien escribe es un hablante iberoamericano cuya realización fonética del nombre Pokemón sea aguda, la más habitual en el español de América.

Con todo, cabe advertir que si tiramos de lexicalización, es decir, si usamos el nombre como común, como taxón ficticio, al modo como usaríamos gato o felino o mamífero, entonces deberíamos escribir pokemon. Así, sin tilde y con minúscula. A partir de aquí, otro sería el problema lingüístico con que nos enfrentaríamos. Sabido es para los seguidores del juego, de las series o de las películas que, cuando se menciona a más de un espécimen, se hace mediante una forma de plural invariable, esto es, se habla de los pokemon. Sin embargo, la lexicalización  es una opción lingüística que implica la necesaria adaptación a las normas de nuestro idioma, las cuales dictan que los nombres acabados en vocal seguida de s forman su plural añadiendo el morfema flexivo -es, o sea: pokémones, ahora sí, con tilde, por ser voz esdrújula.

¡Ah! Y, por supuesto, si tu pronunciación es aguda y no llana, las lexicalizaciones exigen que las formas sean pokemón, para el singular y pokemones, para el plural.

A la caza alternativa de étimos.

Búsqueda etimológicaEl ejercicio que os propongo es de investigación, pero lo instruiremos como concurso: realizad una búsqueda de etimologías hasta que deis con la que creáis más original, extravagante, curiosa…

El  plazo de búsqueda expira en una semana. Una vez haya permitido la visualización de los comentarios en que habréis escrito vuestras propuestas, votaremos en el aula las distintas etimologías a fin de declarar una vencedora.

Volad como el viento a la aventura de los étimos, y que tengáis buena ventura (por cierto, las palabras en cursiva provienen todas ellas, en última instancia, de la misma palabra latina: el verbo venire, ‘venir’.


RESULTADO DE LAS VOTACIONES A LAS PROPUESTAS ETIMOLÓGICAS EN VUESTROS COMENTARIOS:

Ganador: Eva, por mariposa.

2.º puesto: (ex aequo) Isabella, por vagina y Noelia, por gafe.

3.er puesto: Unai, por piropo.