Hasta siempre y para siempre, Delibes.

Es un lugar común hablar de pérdidas irreparables; pero, sin duda, lo es esta de hoy. Nuevas plumas surcarán nuestro cielo literario, mas la del maestro ya se detuvo.

La filiación de cualquier docente de literatura española con Miguel Delibes es manifiesta: si uno le pone el suficiente arresto, puede regalar a sus alumnos de ESO las once horas de Quico como príncipe destronado; Cinco horas con Mario, como el Guadiana por sus ojos, aflora constantemente en la lista de lecturas prescriptivas para bachillerato… Sin embargo, para mí, Delibes será siempre quien me descubriese, un día pretérito y sin ni siquiera yo saberlo entonces, el gusto por la lectura más allá de los cajones de las viñetas. El Mochuelo, a través de su recordatorio nocturno del Moñigo y del Tiñoso, no sólo es El camino en las letras españolas; es, en las mías, mi inadvertido camino a la LITERATURA. No hay, en mi maltrecha memoria, renglones mayúsculos más añejos que estos.

Con todo, siempre nos queda el consuelo de lo que, con ánimo tan decididamente antropocéntrico , versificase  Jorge Manrique en sus famosas coplas; sin duda, Delibes perdurará en su propia fama. De todos y cada uno de nosotros depende que no venza el olvido.

Don Miguel dijo en alguna ocasión que «Un pueblo sin literatura es un pueblo mudo». Creo que, a partir de hoy, nos hemos quedado un poco más silenciosos.

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