A continuació teniu dos fragments de la novel·la: “El Hombre Terminal” de Michael Crichton. Un exemple del que pot arribar a passar en qualsevol tema on hi hagi un avanç tecnològic ràpid, que generi els conflictes etico-socials associats a la seva pràctica i comporti una necessària reforma legal que els ressolgui o ajudi a gestionar-los.
EL HOMBRE TERMINAL
(Fragmento 1 de la novela de Michael Crichton, 1972)
“La idea de un adicto a la electricidad partió de un descubrimiento asombroso hecho por James Olds en los años cincuenta. Olds observó que había áreas del cerebro capaces de sentir un placer intenso por medio de la estimulación eléctrica, determinados puntos del tejido cerebral que él calificó de “fuentes sensuales”. Con un electrodo situado en una de estas áresas, una rata era capaz de accionar la palanca de autoestimulación hasta cinco mil veces por hora; la descarga le producía un placer tal, que se olvidaba de comer y beber, y sólo dejaba de pulsar la palanca cuando se hallaba postrada por agotamiento.
Este notable experimento fue repetido con peces de colores, cobayas, delfines, gatos y cabras. La duda de si las terminales del placer en el cerebro eran un fenómeno universal quedó resuelta de modo definitivo; también fueron localizadas en los seres humanos.
De estas consideraciones partió la noción del electroadicto, el hombre que necesitaba descargas eléctricas. A primera vista parecía imposible que una persona se convirtiera en un electroadicto. Pero en realidad no lo era.
Por ejemplo, los elementos tecnológicos resultaban aros en la actualidad, pero no tenían por qué seguir siéndolos. Era fácil imaginar la producción en masa, por inteligentes japoneses, de electrodos que pudieran ser exportados por el precio modesto de dos o tres dólares.
Tampoco era tan complicada la idea de una operación ilegal. Un millón de mujeres americanas abortaban ilegalmente cada año. La cirugía de implantación cerebral era algo más compleja, pero no de modo prohibitivo. Y las técnicas quirúrgicas irían evolucionando y se simplificarían con el tiempo. No era tan descabellado imaginar la proliferación de clínicas en México y las Bahamas.
Ni siquiera representaba un problema encontrar cirujanos que hicieran el trabajo. Un solo neurocirujano, trabajador y competente, podía practicar de diez a quince intervenciones diarias. Seguramente cobraría mil dólares por cada una de ellas… y con este incentivo era fácil hallar cirujanos poco escrupulosos. Cien mil dólares semanales en efectivo serían un poderoso estímulo para quebrantar la ley… si es que llegaba a dictarse una ley que condenase dicha práctica”.
EL HOMBRE TERMINAL
(Fragmento 2 de la novela de Michael Crichton, 1972)
“SUMARIO PSIQUIÁTRICO DE ADMISIÓN:
Este hombre de treinta y cuatro años tiene una documentada epilepsia psicomotora de dos años de duración. La etiología es presuntamente traumática, a consecuencia de un accidente de automóvil. El paciente ya ha intentado matar a ados personas, y se ha visto envuelto en peleas en diversas ocasiones. Cualquier insinuación que haga al personal del hospital referente a que “se siente raro”, o “nota un mal olor” debe considerarse como indicación del comienzo de un ataque. En tales circunstancias, notificar inmediatamente a la Unidad Neuropsiquiátrica yu al servicio de seguridad del hospital.
El paciente (…) sufre de profunda amnensia y no recuerda sus actos durante los ataques cada vez más frecuentes. También hay que tener en cuenta que es un hombre muy inteligente y sensible. El paciente puede ser muy difícil en ciertos momentos, pero debe ser tratdo con firmeza y respeto.
Su actitud inteligente y lógica se presta a hacer olvidar que sus actos no son voluntarios. Sufre una dolencia orgánica que ha afectado su estado mental. Por añadidura, está asustado e incquieto por la scircunstancias en que se encuentra.
Janet Ross, M.D.
Neuropsiquiatría
ELLIS: (Doctor en Neuropsiquiatría) (…) Sabemos por el trabajo de muchos investigadores que es posible detener un ataque dirigiendo una corriente eléctrica al punto exacto cde la sustancia cerebral. Estos ataques empiezan con lentitud. Pasan unos segundos (a veces incluso medio minuto) antes de que se produzca. Un choque eléctrico en dicho momento evita el ataque. Nos encontramos ante dos problemas. Primero, ¿cuál es la parte precisa del cerebro que debe recibir el choque? Bueno, en general sabemos que es en la amígdala, una parte posterior del llamado sistema límbico. No sabemos exactamente dónde; pero podemos resolver el problema utilizando una serie de electrodos. Al señor Benson le serán colocados en el cerebro cuarenta electrodos mañana por la mañana. Ahora, nuestro segundo problema es saber cuándo está iniciándose un ataque. Es preciso que sepamos el momento adecuado para suministrar el choque que ha de evitarlo. Pues bien, afortunadamente, los mismos electrodos que usamos para suministrar el choque pueden utilizarse también para “leer” la actividad eléctrica del cerebro. Y existe un patrón eléctrico característico que precede al ataque. De este modo tenemos un sistema feedback (retroalimentación): los mismos electrodos usados para detectar un nuevo ataque producen la descarga eléctrica que lo evita. Un computador controla el sistema. El equipo de neuropsicocirugía ha elaborado un microprocesador[i] que comprobará la actividad eléctrica del cerebro y al detectar un ataque inminente transmitirá una descarga al punto preciso del cerebro. Este computador tiene el tamaño de un sello de correos y pesa apenas tres gramos. Será colocado bajo la piel del cuello del paciente. Cargaremos el microprocesador Handler PP-J de plutonio[ii], que será colocado bajo la piel del hombro. Esto hace al paciente totalmente autónomo. El generador suministra energía de modo continuo y seguro durante veinte años”.