Teatro da mangiare? è stato concepito in una cucina, la cucina della nostra casa delle Ariette. Noi facevamo le tagliatelle e intanto parlavamo con Armando Punzo e Cinzia de Felice che si erano fermati a dormire a casa nostra dopo lo spettacolo della sera prima.
Teatro da mangiare? ha debuttato a Volterrateatro il 18 luglio 2000 e in questi anni si è comportato come un vero e proprio organismo vivente crescendo, maturando e arricchendosi dell’esperienza di 400 repliche in giro per l’Italia e l’Europa.
Da allora tante cose sono cambiate nella nostra vita, ma la forza contagiosa di questo “autoritratto”, di questa pubblica confessione autobiografica, continua a sorprenderci.
Siamo indubbiamente noi gli autori-artefici di questo spettacolo, ma c’è qualcosa che ci sorpassa, che lo rende autonomo, libero, di tutti e di nessuno.
Attorno al grande tavolo dove ci ritroviamo, attori e spettatori, a condividere il tempo di un pranzo o di una cena, succede qualcosa che non siamo in grado di spiegare. Si compie un rito così profondamente umano da catapultarci nel cuore del nostro presente, nell’attimo assoluto del “qui e ora”, senza mediazione, nell’evidente e disarmante verità delle nostre vite.
Brunetti colgó el abrigo en el armario del recibidor y avanzó por el largo pasillo hacia la cocina. Chiara se volvió a mirarlo cuando entraba.
– Ciao, papá. Mamá me está enseñando a hacer raviolis. Los tenemos de cena. –Manteniendo a la espalda las manos blancas de harina, dio unos pasos hacia su padre, que se inclinó para recibir un beso en cada mejilla. Él le limpió la harina que tenía en la mejilla izquierda-. Rellenos de funghi, ¿verdad, mamá? –preguntó la niña mirando a Paola, que estaba delante del fogón removiendo las setas en una gran sartén. Ella asintió y siguió removiendo.
Encima de la mesa había montoncitos de unos rectángulos irregulares y blancuzcos.
– ¿Son los raviolis? –preguntó él, recordando la perfecta simetría de la pasta que recortaba y rellenaba su madre.
– Lo serán cuando estén rellenos, papá. –Chiara miró a Paola, en demanda de confirmación-. ¿Verdad, mamá?
Paola asintió y, sin dejar de remover, se volvió hacia Brunetti y aceptó sus besos en silencio.
– ¿Verdad, mamá? –repitió Chiara, en tono más alto.
– Sí. Hay que dejarlos unos minutos y podremos empezar a rellenar.
– Has dicho que podría hacerlo yo, mamá –insistió Chiara.
Antes de que su hija pudiera poner a Brunetti por testigo de la injusticia, Paola transigió.
– Sí, si tu padre me pone una copa de vino mientras acaban de hacerse las setas, ¿de acuerdo?
Vittorio de Sica (1948): Ladri de biciclette [kml_flashembed movie="http://www.youtube.com/v/WmWQZg6271A" width="425" height="350" wmode="transparent" /]
Espaguetis
– Conde Oracio –dijo la mujer con una voz de contralto profunda, cálida y prometedora-, celebro volver a verlo. – Miró a Brunetti haciéndole extensiva la hospitalaria sonrisa.
Brunetti recordó que el conde le había dicho que regentaba el local la hija de un amigo, por lo que quizá era en su calidad de viejo amigo de la familia que el conde preguntö:
– Come stai, Valeria? –Aunque el tuteo nada tenía de paternal, y Brunetti estudió la reacción de la mujer.
– Molto bene, signor conte. E lei? –respondió ella, en un tono que no armonizaba con la formalidad de la frase.
– Bien, muchas gracias. –El conde indicó a Brunetti con un además-. Mi yerno.
– Piacere –dijo él, y la mujer correspondió con la misma palabra, acompañada de una sonrisa.
– ¿Qué nos recomiendas hoy, Valeria? –preguntó el conde.
– Para empezar, tenemos sarde in saor o latte di seppie. Las sarde las preparamos anoche, y las sepias han llegado a Rialto esta mañana.
Mientras bajaba para ir a cenar, decidió regresar a Vigàta al día siguiente. Llevaba cinco días lejos de allí. Luicino había puesto la mesa en la pequeña estancia de siempre y Pintacuda lo esperaba sentado en su lugar acostumbrado.
– Mañana me iré – le anunció Montalbano.
– Yo no, necesito otra semanita de desintoxicación.
Luicino les sirvió inmediatamente el primer plato, por lo que ambos sólo utilizaron la boca para comer. Al llegar el segundo, se llevaron una sorpresa.
– ¡Albóndigas!- exclamó indignado el profesor- ¡Las albóndigas se dan a los perros! leer más
Al llegar a la altura de la trattoria San Calogero, el comisario, que caminaba apurando el paso, se detuvo en seco como hacen los burros cuando, por misteriosas razones, deciden parase y no moverse por muchos azotes o puntapiés que les den en la tripa. Consultó el reloj. Eran sólo las ocho. Demasiado pronto para cenar. Pero el trabajo que lo esperaba en Via Cavour sería muy largo y seguramente le llevaría toda la noche. Podía empezar e interrumpir su tarea sobre las diez…Pero ¿y si le entraba el apetito antes?
– ¿Qué hace, señor comisario, se decide o no se decide?