Mientras bajaba para ir a cenar, decidió regresar a Vigàta al día siguiente. Llevaba cinco días lejos de allí. Luicino había puesto la mesa en la pequeña estancia de siempre y Pintacuda lo esperaba sentado en su lugar acostumbrado.
– Mañana me iré – le anunció Montalbano.
– Yo no, necesito otra semanita de desintoxicación.
Luicino les sirvió inmediatamente el primer plato, por lo que ambos sólo utilizaron la boca para comer. Al llegar el segundo, se llevaron una sorpresa.
– ¡Albóndigas!- exclamó indignado el profesor- ¡Las albóndigas se dan a los perros!
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Las koftas de pescado
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