Tag Archives: Léxico

La pregunta de la semana (18)

Si del león podemos decir que tiene garras o zarpas, ¿por qué no podemos decir lo mismo de un engendro como el indorraptor de Jurassic World: El reino caído?

Antes de nada, mis disculpas a los admiradores y entusiastas del indorraptor por haberlo llamado engendro en la pregunta de esta semana; pero es que, diccionario en mano, a mí es lo que se me antoja ser: una criatura informe que nace sin la proporción debida. En cuanto a lo de las garras del bicho (este sí es un término despectivo), no podemos llamarlas zarpas, dada la diferencia que existe entre las unas y las otras. Garras son las manos o pies de un animal, cuando están armados de uñas corvas, fuertes y agudas, como en el león, el águila o el indorraptor; zarpas, en cambio, son solo aquellas manos animales cuyos dedos no se mueven con independencia unos de otros, como las del león, pero no como las del águila ni, por supuesto, las del indorraptor, tal como se muestra en la película en más de una ocasión (son antológicas, por ejemplo, las escenas en que este golpea suave y lentamente con un dedo sobre el suelo, en señal de tensa espera tanto para los protagonistas como para el espectador).

Por cierto, es demasiado habitual encontrarse con la grafía indoraptor, cuando lo correcto es escribir este nombre con doble erre para que se mantenga el sonido consonántico fuerte, tal como sucede análogamente con otros como velocirraptor u ovirraptor. En cuanto a la acentuación, dado que la pronunciación etimológica de estos tecnicismos es aguda, lo adecuado es que carezcan de tilde, aunque el uso mayoritario (quizá porque la mayoría de los nombres de los dinosaurios son palabras llanas o por la influencia del inglés) hace que la grafía con tilde paroxítona esté igualmente aceptada.

La pregunta de la semana (15)

En la consuetud del habla del alumnado, al profesor suele mencionársele mediante el acortamiento profe, término que, cada vez más se usa como sustantivo común en cuanto al género: el profe y la profe. Pero, además de profesora y de profe, ¿sabes cuántas formas de escritura posibles existen de este sustantivo femenino en castellano?

En tiempos de la EGB, y aun antes, era habitual que los escolares nos dirigiéramos a nuestras maestras con el apelativo señorita y que, en las conversaciones inter nos, transformásemos el término mediante apócope jergal en la seño. No obstante, llegados al instituto para cursar BUP y COU, nuestras docentes se convertían por birlibirloque en profas. Actualmente, sin embargo, tengo la impresión de que en la Primaria, la maestra se ha impuesto sobre la señorita y que, en la Secundaria, la profe lo ha hecho sobre la profa.

En cuanto a las distintas posibilidades de escritura que ofrece este sustantivo femenino, podemos establecer las siguientes:

  • forma plena: profesora
  • forma de acortamiento por apócope, común en cuanto al género: profe
  • forma de acortamiento por síncopa, con flexión femenina: profa
  • abreviatura: profa.
  • abreviatura de terminación volada: prof.ª

La pregunta de la semana (14)

Este domingo, como cada 9 de marzo, se conmemora el Día Internacional de la Tortilla de Patata(s), un alimento que, según un reciente estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), es el segundo plato preferido de los españoles, solo por detrás de la paella y por delante del jamón serrano. Tratándose de un plato tan del gusto del consumidor, no resulta extraño que sea pasto de acérrimas discusiones: ¿hecha o poco hecha?, ¿conn cebolla o sin cebolla?… Como lingüistas, la cuestión que a nosotros más nos incumbe es la de cómo hemos de llamarla: ¿tortilla de patatas o tortilla de patata?

Las dos opciones son válidas. En plural, se hace referencia a varios ejemplares del tubérculo, dado que es habitual que las tortillas se preparen con una pluralidad tanto de huevos como de patatas. En singular, sin embargo, el sustantivo patata se utiliza como nombre incontable de materia o sustancia.

Dicho esto, cabe no olvidar que, para la mayoría de hispanohablantes (América, Canarias, Andalucía atlántica…), las patatas son papas, de ahí que el DLE remita la definición de aquellas a la entrada de estas. Las búsquedas acotadas en Google de “tortilla de papas” y de “tortilla de papa” ofrecen una estadística pareja, en torno al medio millón de resultados cada una; no así, entre “tortilla de patatas” (6 730 000 resultados en 28 s) y “tortilla de patata” (1 480 000 resultados en 24 s). A partir de estos números, no resulta arriesgado aventurar que este plato es propio de la Península más que de allende, de ahí que también suela denominarse tortilla española (776 000 resultados en 28 s).

Dejaremos para otra ocasión la aclaración de por qué las papas se llaman patatas…, aunque ya podemos adelantar que la culpa de ello la tienen otros tubérculos: los camotes, moniatos o batatas.

La pregunta de la semana (9)

Imagen de Robin Higgins en Pixabay

Si alguien dice «Resumiendo en una palabra: “No hay mal que por bien no venga”», ¿está siendo inexacto? ¿No debería haber utilizado, por ejemplo, la expresión en pocas palabras?

Podría, en efecto, haber utilizado la expresión en pocas palabras, locución adverbial que, sin embargo, el DLE define remitiéndonos a la locución sinónima en una palabra, ya que ambas (como también en dos palabras o en cuatro palabras) coinciden en el uso ‘para indicar la brevedad o concisión con que se expresa o se dice algo’. En nuestro idioma, existe un conjunto amplio de locuciones y paremias de las que forma parte un cuantificador numeral, cuyo significado a menudo no denota una cantidad precisa, sino que, de manera traslaticia, se aproxima al del sentido indefinido. Así, por un lado, los números bajos de la escala (uno, dos y cuatro, sobre todo; tres es inusual)  y, por otro, los números altos (cien, mil, cien mil, un millón) presentan un valor simbólico estereotipado, respectivamente, de ‘poco’ y ‘mucho’. De tal manera, las locuciones a las que aquí se da respuesta (en una/dos/cuatro palabras) se usan con idéntico valor cuantificador indefinido que cuando decimos me importa un bledo, está solo a dos pasos de aquí o se presentaron cuatro gatos, y, contrariamente al valor de abundancia con que usamos otras expresiones como darle cien vueltas, ir a mil por hora o dar un millón de gracias.

La pregunta de la semana (7)

Si podemos oír o desoír a alguien, ¿por qué no podemos desmirarlo o desolerlo?

El prefijo des-, mayoritariamente, denota inversión del significado de la palabra simple a la que va antepuesto, por lo que suele aplicarse a procesos que pueden revertirse: deshacer, desabrochar, destapar, desabrigar… Por otro lado, los llamados verbos de percepción (ya sea esta física o intelectiva), al señalar acciones no reversibles, no pueden combinarse con este prefijo. Por ejemplo, resulta imposible que quien note una caricia la desnote a continuación o que quien observa un cuadro lo desobserve después. Idéntica imposibilidad semántica se halla, pues, en los conceptos de desmirar y desoler.

La razón de que sí podamos desoír a alguien se explica por dos motivos: uno, el hecho de que el prefijo des-, pese a ser aquí también de tipo negativo, no indica reversión, sino ausencia; dos, el hecho de que desoír no se interpreta como un verbo de percepción.

En primer lugar, fijemos nuestra atención en el hecho de que, mientras que el verbo oír es polisémico, desoír resulta monosémico. Diccionario en mano, oír posee cinco acepciones; dos de ellas, más usuales:

  1. Percibir con el oído los sonidos.
  2. Atender los ruegos o avisos de alguien.

Como claramente se infiere de la primera acepción, oír puede considerarse un verbo de percepción. En ese sentido, carece de lógica pensar que alguien que haya oído, por ejemplo, el estampido de un cañón pueda desoírlo a continuación. En la segunda acepción, en cambio, el verbo ya no es de percepción y, de la misma manera que podemos desatender una petición o desobedecer una orden, podemos desoír un consejo o una súplica. Esta es la razón de que este verbo solo sea antónimo de oír en los contextos correspondientes a la acepción 1 y, por ende, la razón de su monosemia.

Por otro lado, como señalábamos más arriba, el prefijo des– en el verbo desoír no tiene interpretación reversiva, sino de ausencia, por lo que su comportamiento semántico, resulta análogo al de verbos como desagradar, desaprovechar, desconfiar, desmerecer, desobedecer, desacertar o, el ya mencionado, desatender. Para que algo nos desagrade, no es necesario que previamente nos haya agradado; para que desconfiemos de alguien, no es necesario que antes hayamos confiado en él…, para que desoigamos la advertencia de nuestro vecino, no es necesario que antes la hayamos oído (‘atendido’).

La pregunta de la semana (5)

Recientemente hemos visto en clase cómo el sustantivo pizza y otros similares deben escribirse con resalte tipográfico (mediante cursiva o comillas) por su condición de xenismos. Teniendo en cuenta lo aprendido en clase acerca de los préstamos lingüísticos y, en general, acerca de los procesos de creación y adquisición de palabras, ¿sabrías explicar si el plural del susodicho italianismo ha de escribirse asimismo en cursiva o, por el contrario, ha de escribirse en redonda?

La palabra “pizzas” es un híbrido, puesto que presenta una característica propia de los xenismos (la doble zeta, dígrafo ajeno a nuestro idioma) y otra propia de los préstamos adaptados, pues es el resultado de añadir al italianismo crudo el morfema flexivo -s, con el que se forman en español los plurales de sustantivos y adjetivos acabados en vocal. Así, dado que la pauta morfológica aplicada es la propia de nuestro idioma (en italiano, el plural de pizza es pizze), “pizzas” ha de escribirse en redonda. Lo mismo sucede con derivados de esta voz, como “pizzero” o “pizzería”, o de otras voces, como “jazzístico”, de jazz; “shakespeariano”, de Shakespeare, o “youtubero” (con el diptongo pronunciado como “u”), de YouTube.

Esta norma resulta, cuando menos, discutible. La marca gráfica de resalte para los extranjerismos crudos no se debe tanto a la condición de palabras pertenecientes a otra lengua como a la necesidad de indicar que el término en cuestión es ajeno a nuestro idioma y que, debido a ello, no tiene por qué atenerse a las convenciones ortográficas españolas ni pronunciarse como correspondería en español a esa grafía. Así, pues, si la necesidad del lector es la de saber que pizza, escrita en cursiva, no se pronuncia alargando el sonido de la zeta propia del español, tal necesidad subsiste tanto en el plural “pizzas” como en los derivados “pizzero, ra” y “pizzería”.

La pregunta de la semana (3)

Imagen de Thomas Wolter en Pixabay

¿Por qué solemos pensar que bajar abajo es un pleonasmo, pero no solemos pensar que bajar al sótano también lo es?

La acción de bajar lleva implícito un movimiento hacia abajo, por lo que este adverbio resulta redundante en la expresión bajar abajo. En cambio, en la expresión bajar al sótano, el significado del sustantivo supone una concreción, una especificación de un lugar al que poder bajar. Podría pensarse que, en el caso de que nos encontrásemos en una construcción de piso único y sótano, la indicación de bajar al sótano podría ser pleonástica; pero, aun así, habrían de considerarse otras variables, como la posibilidad de bajar al pueblo, a la playa… Por otro lado, no resulta imposible ni paradójico el hecho de subir al sótano, si nos hallásemos en un subsótano (el nombre no se recoge en el DLE, pero su uso, como su realidad, existe).

Pese a todo, cabe recordar que no tiene por qué haber incorrección alguna en los pleonasmos. A menudo, resultan útiles, no solo porque esclarezcan, como acabamos de ver, el sentido concreto a que queremos referirnos, sino también porque pueden funcionar como énfasis. Por ejemplo, en la expresión lo he visto con mis propios ojos hay dos redundancias (es obvio que ver se hace con los ojos y que estos son los propios y no los ajenos), pero con ella ganamos fuerza expresiva para ser creídos en lo que decimos. Otro ejemplo: cualquier niño tiende a obedecer a su madre con mayor premura y sin rechistar al oír un pleonástico ¡Sal de aquí! o incluso ¡Sal hacia/para fuera! que con un lacónico ¡Sal!

Migrante

Imagen de moonietunes en Pixabay

La Asamblea General de la ONU, ante el aumento de los flujos migratorios en el mundo, proclamó que el 18 de diciembre se instituyese el Día Internacional del Migrante.

A buena parte de los hablantes, aún hoy, les sorprende el término migrante, pues hasta no hace tanto el uso habitual para referirse a esta realidad, terrible en demasiadas ocasiones, era mediante los derivados emigrante o inmigrante, según la perspectiva con que se enfocase el tema. Efectivamente, el sustantivo emigrante pone el foco en la persona que abandona su tierra para establecerse en otra, mientras que inmigrante hace referencia a esa misma persona, pero desde la perspectiva de quien ha llegado ya al nuevo destino para asentarse en él. Es decir, que mientras que Huang, Singh, Maalouf o Kovalenko se consideraron a sí mismos emigrantes al partir, al llegar, se sintieron inmigrantes. Mis propios padres, como los de tantos en Cataluña, formaron parte de los flujos migratorios de los años 60 y no fueron sino emigrantes de la Mancha e inmigrantes en Cataluña. Las dos caras de la misma moneda.

Por todo ello, resulta conveniente disponer en el idioma de un término que, de modo menos restrictivo, se defina simplemente con el sentido lato de ‘que migra’. A tal propósito, en 1989, la RAE incluyó en su DLE el término migrante como participio activo de migrar. En la edición actual del diccionario académico, figura ya como adjetivo, susceptible de sustantivación, que se aplica a personas. La precisión es pertinente, pues cabe recordar que los animales que migran no son migrantes, sino migratorios. Incluso sus desplazamientos, así como los de los seres humanos, son movimientos migratorios y no migrantes.

Un par de precisiones otoñales

Fotografía de Jordi, nuestro ínclito conserje.

Este año, sin que ello suponga circunstancia agravante ninguna, el otoño se nos ha echado encima con nocturnidad: exactamente, a las 3:04 de la madrugada. Vaya, pues, por delante el parabién del Departamento de Lengua y Literatura Castellanas conforme a que tengamos todos un venturoso otoño.

Sabido es que equinoccio, palabra con la que designamos la llegada del otoño (también la de la primavera), es un cultismo cuyo significado surge de la suma de sus componentes léxicos: equi- ‘igual’ y noccio ‘noche’. Y es que, por hallarse el Sol sobre el ecuador en esta fecha, la noche dura igual que el día. Ahora bien, ello, que debiera ser exactamente así, acaba no siéndolo: en Lloret de Mar, la noche y el día tendrán una duración idéntica, de doce horas cada uno, justo el domingo próximo, dos días después del día equinoccial. Ello se debe a dos razones: el hecho de que el Sol sea una estrella cercana y el hecho de que la atmósfera provoque una refracción lumínica.

Efectivamente, la cercanía del Sol hace que este adquiera la apariencia de un disco y no de un punto, como el resto de estrellas del firmamento nocturno, y comoquiera que el momento del amanecer corresponde al instante en el que el borde superior del Sol toca el horizonte, y el del atardecer, a aquel en el que el borde superior se pone bajo el horizonte, esto provoca una diferencia de un par de minutos, a los cuales hay que añadir los seis minutos de efecto de refracción atmosférica que hacen que el amanecer se adelante y el atardecer se retrase. Es decir, hay seis minutos en los que el observador sigue viendo al Sol sobre el horizonte, cuando, en realidad, ya se ha puesto bajo su línea.

En conclusión, en latitudes medias como la nuestra, hoy aún hay unos ocho minutos más de luz que de oscuridad.

Y, para rematar esta entrada, que ha ido sesgándose hacia el enfoque astronómico, un par de precisiones lingüísticas referidas a la nomenclatura. El primero: al día en que, como el próximo domingo, el tiempo de luz y de oscuridad son iguales, se le denomina, significativamente, equilux. El segundo: aunque al momento astronómico de hoy solemos llamarlo equinoccio de otoño, mucho más apropiado sería llamarlo equinoccio de septiembre, pues la entrada del otoño solo acontece en el hemisferio norte (en el sur, es la primavera la que se inicia).

Día Mundial de la Lengua Árabe

Imagen de Bruno /Germany en Pixabay

Si en castellano nos desayunamos con un zumo, mientras que en catalán lo hacemos con un suc, es porque ambos nombres proceden de étimos distintos. El término catalán, como el italiano succo, el francés jus, el inglés juice o el castellano jugo —en el que la j- se debe al influjo de enjugar, enjuto…; compárese, en cambio, la voz suculento—, evolucionan desde la voz latina sucus, voz que nunca he podido evitar pensar que se halla tras la decisión de la marca Suchard de bautizar sus famosos caramelos como Sugus, aunque la explicación más difundida es la de quienes defienden que la razón de este bautizo se halla en las voces nórdicas suge o suga ‘chupar’.

Por su parte, la voz castellana zumo —como la gallega zume o la portuguesa sumo— según el DLE, quizá procede del árabe hispánico *zúm, este del árabe zūm, y este del griego ζωμός zōmós. Ese “quizá” académico no está referido al origen griego, indiscutible, sino al tránsito de la adquisición a través del árabe. De hecho, Joan Corominas pese a ver en la etimología árabe una explicación verosímil para la aparición de la vocal u, indica que el término solo parece haber sido de uso en el árabe de países del Próximo Oriente cercanos a Grecia, por lo que la u podría haberse debido al influjo del sinónimo latino sucus.

Más allá de que el sustantivo zumo pueda considerarse o no un arabismo, lo cierto es que el árabe es la lengua del superestrato con mayor presencia en el castellano: la herencia léxica se sitúa en torno a las dos mil palabras — las correspondientes a las dos mil doscientas cincuenta y tres acepciones que despliega el DLE, exactamente—. En ocasiones, la raíz árabe se encuentra tras algunas expresiones perpetuadas por la tradición, cuya literalidad resulta difícilmente explicable en castellano. Es el caso, por ejemplo, de la expresión “Que si quieres arroz, Catalina”. Federico Corriente, en su discurso de ingreso en la RAE, entre varias hipótesis, la relaciona con una expresión andalusí fonéticamente similar: Tiríd ‘ala rrús, aqṭá‘ lína, pregunta que se formulaba a la esposa que se casaba por segunda vez. Resulta significativo saber que, en árabe, las palabras arroz y esposo suenan parecido.

Hoy se conmemora el Día Mundial de la Lengua Árabe bajo el lema “La lengua árabe, un puente entre civilizaciones”. Se trata, según palabras de la UNESCO, de un llamamiento a reafirmar el importante papel de la lengua árabe en la conexión de los pueblos a través de la cultura, la ciencia, la literatura y muchos otros ámbitos. En España, ya sabemos mucho de ello.