Category Archives: Noticias
El poeta del pueblo
Miguel Hernández nació un 30 de octubre de 1910 en Orihuela. Sólo 32 años después, en 1942, murió de tuberculosis en el reformatorio de adultos de Alicante. Como escribe Paula Corroto en Público, «su cuerpo en aquellos días era ya el de un cadáver consumido. Su voz, tras arengar a las tropas republicanas durante la Guerra Civil y cantar poemas como “Viento del pueblo”, era un suspiro. Y, cuando finalmente se apagó, el régimen franquista se encargó de que no volviera a oírse durante cuarenta años».
Hoy se cumplen cien años desde su nacimiento y la voz de Miguel Hernández resuena fresca y enérgica. No en vano, han sido cientos, miles, los actos de homenaje durante este 2010. El poeta y su pueblo vuelven a encontrarse. No es la primera vez, ni será la última.
Día mundial del libro
Según se lee en una página de la Unesco:
El 23 de abril de 1616 fallecían Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. También en un 23 de abril nacieron (o murieron) otros escritores eminentes como Maurice Druon, K. Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla o Manuel Mejía Vallejo. Por este motivo, esta fecha tan simbólica para la literatura universal fue la escogida por la Conferencia General de la UNESCO para rendir un homenaje mundial al libro y sus autores, y alentar a todos, en particular a los más jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y respetar la irreemplazable contribución de los creadores al progreso social y cultural. La idea de esta celebración partió de Cataluña (España), donde este día es tradicional regalar una rosa al comprador de un libro.
Los principales argumentos que sustentan la elección de esta fecha son, sin embargo, erróneos. ¿Sabríais explicar por qué?
Hasta siempre y para siempre, Delibes.
Es un lugar común hablar de pérdidas irreparables; pero, sin duda, lo es esta de hoy. Nuevas plumas surcarán nuestro cielo literario, mas la del maestro ya se detuvo.
La filiación de cualquier docente de literatura española con Miguel Delibes es manifiesta: si uno le pone el suficiente arresto, puede regalar a sus alumnos de ESO las once horas de Quico como príncipe destronado; Cinco horas con Mario, como el Guadiana por sus ojos, aflora constantemente en la lista de lecturas prescriptivas para bachillerato… Sin embargo, para mí, Delibes será siempre quien me descubriese, un día pretérito y sin ni siquiera yo saberlo entonces, el gusto por la lectura más allá de los cajones de las viñetas. El Mochuelo, a través de su recordatorio nocturno del Moñigo y del Tiñoso, no sólo es El camino en las letras españolas; es, en las mías, mi inadvertido camino a la LITERATURA. No hay, en mi maltrecha memoria, renglones mayúsculos más añejos que estos.
Con todo, siempre nos queda el consuelo de lo que, con ánimo tan decididamente antropocéntrico , versificase Jorge Manrique en sus famosas coplas; sin duda, Delibes perdurará en su propia fama. De todos y cada uno de nosotros depende que no venza el olvido.
Don Miguel dijo en alguna ocasión que «Un pueblo sin literatura es un pueblo mudo». Creo que, a partir de hoy, nos hemos quedado un poco más silenciosos.
Adiós a una bonhomía, adiós a Sergio Beser.
Sergio Beser murió el pasado viernes a los 75 años de edad. Sus setenta y ocho kilos de mala leche pelirroja, como equivocada pero cariñosamente los calificase Vázquez Montalbán, descansan eternamente en ‘Los Mares del Sur’ tanto como en Sant Cugat, Morella o Bellaterra.
A Sergio… (resulta paradójico que sea justo ahora, que ya no está, cuando no me cueste llamarlo por su nombre de pila). A Sergio, tuve el privilegio de conocerlo durante mis años de estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras de la UAB. Desde que acudí a aquella primera de sus magistrales clases sobre literatura decimonónica, en segundo ciclo universitario, siempre que pude procuré matricularme en cualquiera de sus materias.
Con Sergio aprendí cuanto se pueda aprender de Clarín, Galdós, Pardo Bazán, Tolstoi, Gogol… Nadie ha superado todavía hoy, por ejemplo, sus lúcidas y exactas conclusiones acerca de la crítica literaria de Leopoldo Alas, descubiertas tempranamente en la redacción de su tesis doctoral y publicadas por Gredos en 1968.
Mis dos años de doctorado fueron absorbidos por un proyecto de edición de ‘El Quijote’ para el Instituto Cervantes, dirigido por Francisco Rico; cosas de la efervescencia del quingentésimo aniversario del descubrimiento de América y de su cercanía con el cuadringentésimo de la publicación de la novela cervantina. Aun así, procuré completar mi currículo académico cursando los créditos que impartía Sergio. Con él ahondé entonces en el espíritu romántico de las letras de Espronceda, Ros de Olano, Hartzenbusch, Campoamor, el duque de Rivas… Y pude constatar, a través de las letras de hombres como Domènec Badia, (a) Ali Bey, la imagen y experiencia del magreb marroquí en la España decimonónica.
Pero, por encima del Beser profesor, del Beser catedrático, del Beser sabio (de tanto en tanto la tierra produce un sabio, escribía también de él Vázquez Montalbán), sobresalía el hombre íntegro, afable, cercano. Era el Sergio que trasladaba consuetudinariamente sus clases de doctorado al Casablanca, un legendario local de Sant Cugat: la literatura se aprende bien desde los pupitres de las aulas, pero se vive mejor en las tertulias de café, con un buen vaso de güisqui o, incluso, jugando una partida de billar a tres bandas.
Tras la noticia de su muerte, me siento consternado, abatido el ánimo. Siempre sentiré que me ha faltado un último trago que compartir con él (ya no de güisqui o de café, seguramente, pues su salud era algo delicada en los últimos años) y una última conversación en la que escucharle, más que hablarle, de literatura, del Barça, de Morella, sus tres pasiones. Nunca llegué a cumplir mi promesa de ir a compartir con él un trocito de sexenio en un tercer domingo de agosto. Ya nunca veré su cómplice sonrisa por una temporada perfecta culé. En los últimos años, sólo supe llenarlo de abrazos y de recuerdos a través de Josep, vecino y amigo suyo a la vez que colega mío durante mis tres años últimos de docencia egarense. Las cosas y las gentes se nos caen de la vida tarde o temprano y sólo queda amarlas en el recuerdo. Te recordaré siempre, Sergio.
Isotópico premio.
Rafael Sánchez Ferlosio ha obtenido esta misma semana el Premio Nacional de las Letras Españolas, sin duda alguna, con sobrado merecimiento. Muchas son las voces, sin embargo, que se han apresurado a poner de manifiesto la curiosidad, poco menos que redundante, de haber recibido este premio, que es de ámbito estatal, luego de haberle sido otorgado en 2004 el Cervantes, abierto también a Hispanoamérica. Por cierto, existe un precedente: el dramaturgo Antonio Buero Vallejo fue Premio Cervantes y Premio Nacional de las Letras Españolas en 1986 y 1996 respectivamente.
Permítaseme una burda analogía: que un atleta, pongamos por caso europeo, sea campeón mundial de lanzamiento de jabalina no implica necesariamente que lo sea también de Europa. Sin embargo, los honores literarios no son una competición, sinoun merecido reconocimiento unipersonal a toda una trayectoria creativa; por tanto, en el caso que nos ocupa, cabría pensar que cualquier escritor distinguidocon el Nacional de las Letras se convierte,de forma natural y por derecho propio, en lógico candidato para recibir un día el Cervantes. Inversamente, a quien haya sido ya Premio Cervantes, parece llegarle a destiempo un Nacional. Vale, quizá sí; pero ¿y qué? Un altísimo honor, de todas formas.
A propósito de todo esto, Gonzalo Hidalgo Bayal, escritor y gran conocedor de la obra de Sánchez Ferlosio, remataba de forma magistral, el pasado miércoles, su artículo Galardones e isotopía (“El País”, pág. 45). En él, Bayal cita unas breves líneas de Guapo y sus isótopos, el último y recentísimo ensayo publicado por Ferlosio: “Isótopos son implementos del mismo lugar semántico y son, por consiguiente, incompatibles en la misma predicación o atribución”. Seguidamente, nos ilumina con un ejemplo: “Habría, pues, isotopía gramatical en la afirmación: el niño es guapo y bonito”. A partir de aquí, el autor del artículo pone de manifiesto la adecuación —’isotópica’, diría yo— que puede establecerse entre el tema del último ensayo de Ferlosio y el orden cronológico en que,por un lado, se estructuran determinados elementos dentro de la narración y, por otro, el que se da en la concesión de los premios de que venimos hablando: “Si cupiera emplear el término en la gramática narrativa, en la organización de la trama, no sería condición menor en la definición de la isotopía narrativa el orden de los elementos, el desafío del sol y el viento tratando de despojar de la capa al desventurado caminante. No toda regla lleva aparejada necesariamente su excepción y a menudo […] las excepciones son ejemplares. La literatura narrativa y ensayística de Ferlosio deshace, anula y neutraliza toda la isotopía narrativa que pudiera advertirse en la mera cronología que colocó a Cervantes antes que el de las Letras”.
Lo que yo decía: un altísimo honor, de todas formas.
Hasta siempre y para siempre, Ayala.
“Soy un cómico que lleva años esperando a que se baje el telón, pero no termina de bajarse”. Hace apenas un par de años, Francisco Ayala se refería con estas palabras a su longevidad, cuyo telón, al fin, ha bajado este 3 de noviembre, apenas superada la hora meridiana.
103 años, como l’àvia Pepeta. Pero l’àvia, cuyo físico envidian los robles, ha ido perdiendo de su memoria lugares y personas (a algunas ni siquiera las ha llegado a incorporar nunca). En cambio, al insigne escritor ha sido el cuerpo el que no le ha resistido, pues, de cabeza, seguía lúcido como siempre.
“La literatura es lo esencial”, dijo una cien veces Francisco Ayala. Hoy, recordándolo, pienso en aquella célebre cita de El Principito, de Saint-Exupéry: “Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”. Y se me aviene un silogismo: lo esencial es invisible para los ojos y sólo se puede ver bien con el corazón; lo esencial es la literatura; ergo, hemos de saber leer con el corazón.
¡Qué bien se explica el disgusto por la lectura que cunde por las aulas, entre adolescentes!
Hasta siempre, Ayala.
Ayala, para siempre.