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Primavera y poesía

Muy a menudo, primavera y poesía van de la mano. Por un lado, sucede que casi todo el mundo identifica, mediante una reducción simplista, poesía con poesía lírica, y poesía lírica con poesía amorosa. Por otro lado, la primavera está considerada unánimemente, según recurrencia de la emoción humana, como la estación del amor. Acaso lo uno y lo otro no sean sino lugares comunes de nuestra cultura; pero, en cualquier caso, helos siempre ahí.

Muy a menudo también, además de tratarse de dos conceptos que van de la mano, son dos realidades que nos llegan de la mano, pues el 21 de marzo es el Día Mundial de la Poesía y también la fecha más habitual del equinoccio de primavera en el hemisferio boreal. No en vano, las Naciones Unidas declararon que el día en que la naturaleza inicia oficialmente su florecimiento —es un decir; el cambio climático está provocando que la floración se adelante sobremanera— fuese el día en que se conmemora también «el florecimiento de las capacidades creadoras de cada persona».

Este año, sin embargo, la primavera ha venido —”nadie sabe cómo ha sido”— un día antes que la poesía. Exactamente, ha empezado en el mismo momento en que yo publico esta entrada, es decir, a las 10:01 (hora peninsular) de este domingo 20 de marzo. Bien…, qué más da: la coincidencia o el desfase no son relevantes; lo que verdaderamente importa es que una y otra, primavera y poesía, se nos instalen en las entrañas para el resto del año. Y vuelta a empezar.

Os invito a celebrar el advenimiento con la vigesima cuarta galería del alma machadiana, un poema en que el gran poeta sevillano vincula primavera y amor.

La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil…
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar…
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!

La pregunta de la semana (14)

Este domingo, como cada 9 de marzo, se conmemora el Día Internacional de la Tortilla de Patata(s), un alimento que, según un reciente estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), es el segundo plato preferido de los españoles, solo por detrás de la paella y por delante del jamón serrano. Tratándose de un plato tan del gusto del consumidor, no resulta extraño que sea pasto de acérrimas discusiones: ¿hecha o poco hecha?, ¿conn cebolla o sin cebolla?… Como lingüistas, la cuestión que a nosotros más nos incumbe es la de cómo hemos de llamarla: ¿tortilla de patatas o tortilla de patata?

Las dos opciones son válidas. En plural, se hace referencia a varios ejemplares del tubérculo, dado que es habitual que las tortillas se preparen con una pluralidad tanto de huevos como de patatas. En singular, sin embargo, el sustantivo patata se utiliza como nombre incontable de materia o sustancia.

Dicho esto, cabe no olvidar que, para la mayoría de hispanohablantes (América, Canarias, Andalucía atlántica…), las patatas son papas, de ahí que el DLE remita la definición de aquellas a la entrada de estas. Las búsquedas acotadas en Google de “tortilla de papas” y de “tortilla de papa” ofrecen una estadística pareja, en torno al medio millón de resultados cada una; no así, entre “tortilla de patatas” (6 730 000 resultados en 28 s) y “tortilla de patata” (1 480 000 resultados en 24 s). A partir de estos números, no resulta arriesgado aventurar que este plato es propio de la Península más que de allende, de ahí que también suela denominarse tortilla española (776 000 resultados en 28 s).

Dejaremos para otra ocasión la aclaración de por qué las papas se llaman patatas…, aunque ya podemos adelantar que la culpa de ello la tienen otros tubérculos: los camotes, moniatos o batatas.

La pregunta de la semana (13)

Hoy, como cada 27 de enero, se recuerda el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, una efeméride proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2005. La elección de este día rememora la liberación del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, ocurrida hace ochenta años, el 27 de enero de 1945, cuando tropas soviéticas pusieron fin a uno de los mayores símbolos del Holocausto.

Año tras año, diversas encuestas ponen de manifiesto que un porcentaje alarmante de jóvenes europeos y estadounidenses tienen un gran desconocimiento del Holocausto y son incapaces de nombrar, por ejemplo, algún campo de concentración nazi o el número total de víctimas. Peor aún, son demasiados los que, desde el negacionismo, creen que el Holocausto es un mito.

En la pregunta de la semana, queremos contribuir a la lucha contra el olvido. Así, la cuestión que planteamos es la siguiente: ¿existe alguna diferencia semántica o pragmática entre los sinónimos holocausto, exterminio, genocidio, masacre y pogromo?

Feliz año nuevo

Imagen de TyliJura en Pixabay

Tradicionalmente, las gentes se han felicitado las Navidades y el cambio de año mediante una tarjeta postal, que a menudo no era tal, pues no llegaba a través del correo, ya que el emisor la depositaba directamente en el buzón del receptor o se la entregaba en mano. Hoy día, la tarjeta de Navidad parece obsoleta y caduca, si no extinta, su vigor ha sucumbido a manos de las nuevas tecnologías: las aplicaciones de mensajería instantánea y las redes sociales nos ofrecen, además de la inmediatez, un alcance infinitamente superior; así, de la felicitación a los más allegados, hemos pasado a la felicitación indiscriminada o casi. Esta evolución, además, exige de nosotros menor dispendio y menor esfuerzo, por lo que, a menudo, la felicitación única en la que solíamos desear «Feliz Navidad y próspero Año Nuevo», solemos escindir en dos: una para cada acontecimiento.

Sea como fuere, cuando deseamos una feliz Navidad, resulta ocioso que lo hagamos con el sustantivo en minúscula o en mayúscula, como indistinto resulta hacerlo en singular o en plural. Ahora bien, a la hora de desear un feliz año nuevo, siempre es preferible hacerlo en minúscula que en mayúscula. ¿Sabrías explicar por qué?

Efectivamente, si deseamos una feliz Navidad escribiendo el sustantivo con mayúscula, nuestra felicitación puede circunscribirse al día 25 de diciembre, festividad en que se conmemora el nacimiento de Jesucristo, o, más probablemente, al tiempo comprendido entre Nochebuena y el día de Reyes. Esto último sucede igualmente si felicitamos la «navidad», escrita esta con minúscula, o las navidades (indistintamente con mayúscula o minúscula). No así sucede con nuestros buenos deseos para el cambio de año, pues, si deseamos un «próspero Año Nuevo», las mayúsculas apuntan al primer día del año y el alcance de nuestro parabién, por tanto, se limita necesariamente al día 1 de enero. Si, por contra, optamos por la grafía con minúsculas, añadimos la posibilidad de aludir al año que está a punto de empezar o que ha empezado recientemente, por lo que nuestros buenos deseos se prolongan durante 364 días más. O 365, cuando sea bisiesto.

Con todo, cada vez son más quienes en sus felicitaciones prescinden del nombre propio de las festividades y desean, como yo os deseo ahora, unas muy felices fiestas. Con minúscula, por supuesto.

El rinoceronte

Imagen de Stefan Keller en Pixabay

El inicio de las clases de 2.º de bachillerato de hoy había de suceder con la lectura del cuento de Juan José Arreola La migala; pero un diminuto icono aparecido en el rectángulo del buscador de la barra de tareas del portátil parecía sugerir que hoy se conmemoraba el Día del Rinoceronte. El azar, pues, se ha interpuesto, de suerte que las clases han acabado por iniciarse con otro cuento de Arreola. ¿Qué cuento? El rinoceronte, por supuesto.

El cuento, en realidad, no nos habla del formidable animal que tiene un cuerno en la nariz (es lo que literalmente significa en griego su nombre). Ello se hace patente ya desde la primera línea del relato, esa primera línea en que Arreola nos regala en ocasiones un lapidario resumen del contenido: «Durante diez años luché con un rinoceronte; soy la esposa divorciada del juez McBride».

Nacimiento de Quevedo

En un blog cuya mayoría de lectores son, presumiblemente, jóvenes estudiantes de enseñanza secundaria, el título de esta entrada habrá hecho creer a muchos que en ella se iba a hablar de un célebre rapero madrileño y no del insigne vate de nuestro Siglo de Oro don Francisco de Quevedo y Villegas. Desde luego, espero equivocarme de medio a medio en mi vaticinio de sofista; después de todo, este es un blog de lengua y literatura castellanas y ya se sabe que el contexto siempre desempeña una labor importantísima en la correcta interpretación de los mensajes.

Sea como sea, hoy, 17 de septiembre, suele conmemorarse el natalicio del autor del Buscón, de los Sueños o de tantos y tantos poemas amorosos, satírico-burlescos, morales… Y digo “suele” porque la fijación de la fecha arroja dudas, tantas que no cabe sino dejar de darla por buena. Hasta mediados del siglo pasado, sobre el nacimiento de Quevedo, solo se conocía que fue bautizado el 26 de septiembre de 1580 en la madrileña parroquia de San Ginés. Sin embargo, la publicación por don Luis Astrana Marín del epistolario completo del autor incluia una carta en que Quevedo manifestaba haber nacido el día de las Llagas de San Francisco, día que el santoral, efectivamente, fija el 17 de septiembre. No obstante, según defiende José Luis Rivas-Cabezuelo, si se consultan las crónicas de la Orden Franciscana, la impresión de las llagas tuvo lugar el 14 y no el 17 de septiembre. De hecho, el mismo Quevedo manifiesta que nació entre un martes y un miércoles en una noche con octavo de luna, datos que encajan con el 14 de septiembre de 1580.

Un par de precisiones otoñales

Fotografía de Jordi, nuestro ínclito conserje.

Este año, sin que ello suponga circunstancia agravante ninguna, el otoño se nos ha echado encima con nocturnidad: exactamente, a las 3:04 de la madrugada. Vaya, pues, por delante el parabién del Departamento de Lengua y Literatura Castellanas conforme a que tengamos todos un venturoso otoño.

Sabido es que equinoccio, palabra con la que designamos la llegada del otoño (también la de la primavera), es un cultismo cuyo significado surge de la suma de sus componentes léxicos: equi- ‘igual’ y noccio ‘noche’. Y es que, por hallarse el Sol sobre el ecuador en esta fecha, la noche dura igual que el día. Ahora bien, ello, que debiera ser exactamente así, acaba no siéndolo: en Lloret de Mar, la noche y el día tendrán una duración idéntica, de doce horas cada uno, justo el domingo próximo, dos días después del día equinoccial. Ello se debe a dos razones: el hecho de que el Sol sea una estrella cercana y el hecho de que la atmósfera provoque una refracción lumínica.

Efectivamente, la cercanía del Sol hace que este adquiera la apariencia de un disco y no de un punto, como el resto de estrellas del firmamento nocturno, y comoquiera que el momento del amanecer corresponde al instante en el que el borde superior del Sol toca el horizonte, y el del atardecer, a aquel en el que el borde superior se pone bajo el horizonte, esto provoca una diferencia de un par de minutos, a los cuales hay que añadir los seis minutos de efecto de refracción atmosférica que hacen que el amanecer se adelante y el atardecer se retrase. Es decir, hay seis minutos en los que el observador sigue viendo al Sol sobre el horizonte, cuando, en realidad, ya se ha puesto bajo su línea.

En conclusión, en latitudes medias como la nuestra, hoy aún hay unos ocho minutos más de luz que de oscuridad.

Y, para rematar esta entrada, que ha ido sesgándose hacia el enfoque astronómico, un par de precisiones lingüísticas referidas a la nomenclatura. El primero: al día en que, como el próximo domingo, el tiempo de luz y de oscuridad son iguales, se le denomina, significativamente, equilux. El segundo: aunque al momento astronómico de hoy solemos llamarlo equinoccio de otoño, mucho más apropiado sería llamarlo equinoccio de septiembre, pues la entrada del otoño solo acontece en el hemisferio norte (en el sur, es la primavera la que se inicia).

Día Mundial del Medio Ambiente (enfoque lingüístico)

Imagen de Juanjo en Flickr

Hoy, como cada 5 de junio desde 1973, se conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente (DMMA). La fecha sirve para sensibilizar a la población mundial acerca de la importancia de cuidar los ecosistemas y fomentar el respeto al medioambiente, algo que deberíamos tener grabado a fuego en nuestro desarrollo como civilización y que, sin embargo, necesita de una efeméride para ser recordado.

Desde un punto de vista lingüístico, la expresión Medio Ambiente, tal como la vemos escrita en el título de esta entrada, puede parecer un nombre propio debido a las mayúsculas iniciales con que se escribe. De hecho, tal uso se debe precisamente a que forma parte de un nombre propio, en concreto el de una denominación de carácter oficial y sabido es que los nombres de los días internacionales se escriben con mayúscula en los términos relevantes que lo componen. Con todo, medioambiente es un nombre común.

Otro rasgo que caracteriza a este nombre es su proceso de creación morfológico: se trata de un compuesto formado a partir de la unión del sustantivo (no del adjetivo) medio y del sustantivo ambiente. En un primer momento, su ortografía correspondió a la forma pluriverbal de un compuesto sintagmático, es decir, las palabras formantes mantuvieron su separación (medio ambiente). Así lo incluyó el DLE por primera vez en su edición de 1984. Por cierto, esta fecha de inclusión, que podríamos considerar más o menos reciente en la longeva diacronía de nuestra lengua, no es suficiente, sin embargo, para seguir considerando el término a día de hoy un neologismo, por cuanto su uso se ha generalizado notoriamente. 

Sabido es que las palabras que pierden su acento prosódico por pronunciarse junto a otras tienden a escribirse unidas, motivo por el cual, por ejemplo, el compuesto arco iris o la locución boca arriba forman arcoíris y bocarriba, de acuerdo con la Ortografía de la lengua española. De ahí que en la edición actual del lexicón académico se haya añadido la entrada medioambiente, como corresponde a esta tendencia idiomática.

Cierto es también que la opción pluriverbal de estos compuestos sigue estando muy extendida en la escritura y acaso pueda ser aún la mayoritaria, razón por la cual conserva aún la definición en el DLE, en detrimento de la opción univerbal. En efecto, si uno busca medioambiente en el DLE, no hallará la definición del término, sino una llamada para acudir a la entrada medio ambiente, incluida dentro de la de medio, voz simple que por sí sola ya posee el significado de ‘medioambiente’. A este respecto, cabe señalar que la creación del compuesto escapa a la tendencia natural de simplificar la comunicación, tal como ejemplifican los distintos acortamientos (cine, por cinematógrafo; bus, por autobús…) y elipsis (postal, por tarjeta postal; capital, por ciudad capital...), frecuentes en la lengua. Sin duda, la necesidad de crear el nombre medio ambiente —o medioambiente— en sustitución del nombre simple medio se debe a la vasta polisemia de este: actualmente, el diccionario ofrece treinta y siete —o treintaisiete— acepciones repartidas en su uso como adjetivo, adverbio y nombre, y en un mundo finisecular urgido de soluciones ecológicas, resultaba indispensable desambiguar y resaltar las circunstancias del medio ambiente frente a las de los medios cultural, social o físico.

Para concluir, cabe hacer un par de precisiones: una, que tanto el DPD académico como la Fundéu recomiendan el uso de la forma univerbal medioambiente; dos, que el plural de esta forma es medioambientes —cuyo adjetivo derivado es medioambiental, también en una sola palabra—, mientras que el de medio ambiente es medios ambientes.

Feliz DMMA. Honremos la efeméride hoy y siempre.

Esta misma mañana

Esta misma mañana Blanca ha roto aguas mientras desayunaba en la cocina de su casa; ha telefoneado a su marido, que estaba en el taller; ha subido a un taxi y se ha ido camino del hospital, adonde ha llegado en el preciso instante en que a Pau le daban el alta médica y se disponía a prepararlo todo para volver a su casa con la intención de reinstalarse y empezar a estudiar para los exámenes trimestrales de la facultad.

Cuando Pau ha llegado a la placita que queda delante de su edificio, ha visto cómo Emma, Laieta y Jan se levantaban del arenal y corrían hacia los columpios mientras sacudían sus manos contra los pantalones para librarse de buena parte del polvo acumulado durante el juego. El banco de madera que queda bajo el platanero, sin embargo, estaba vacío, nadie estaba sentado en él. Tal vez, el señor Mateo todavía no había acabado su habitual partida de cartas.

También ha sido esta misma mañana cuando Ania ha roto aguas, pero ella no se hallaba en su casa, porque su casa, varios miles de kilómetros más hacia el este de Europa, se había convertido en un amasijo de cemento, hierro y desolación después de que un misil la hubiese hecho saltar por los aires. Ania tampoco ha podido coger un taxi para ir al hospital, porque allí, tan lejos de cualquier metro cuadrado reconocible, en una tierra que no parece ser de nadie, la opción de parir se acaba pareciendo demasiado a la de cerrar una herida de bala. Lo que sí ha podido hacer Ania ha sido telefonear a su marido, que no va por el taller desde hace una semana porque ha cambiado las herramientas por las armas, y que no va a poder acudir a conocer a su bebé porque la metralla recibida en una ingle lo tiene postrado en la desvencijada camilla de un improvisado hospital de campaña.

Ania acabará pasando su puerperio entre la desolada muchedumbre que avanza en fila camino del exilio. Tal vez cerca de ella, formando parte del cruel éxodo, se encontrará Pavel, un joven que ha dejado de estudiar para unos exámenes trimestrales que ya no tiene que encarar. Tal vez también, allí mismo, estarán Uliana, Svetlana y el pequeño Andrei, quienes, conforme al pasar y el pesar de los días, cada vez juegan y corretean menos. Y frente a ellos, el señor Artem los mira con una reciente y sin embargo eterna melancolía en sus ojos. Seguramente, este vejete bonachón se hubiese sentado en un banco de madera, de haberlo habido bajo algún platanero. Quién sabe qué habrá sido de sus viejos amigos, aquellos con los que solía jugar tranquilas partidas de cartas.

Día Mundial de la Lengua Árabe

Imagen de Bruno /Germany en Pixabay

Si en castellano nos desayunamos con un zumo, mientras que en catalán lo hacemos con un suc, es porque ambos nombres proceden de étimos distintos. El término catalán, como el italiano succo, el francés jus, el inglés juice o el castellano jugo —en el que la j- se debe al influjo de enjugar, enjuto…; compárese, en cambio, la voz suculento—, evolucionan desde la voz latina sucus, voz que nunca he podido evitar pensar que se halla tras la decisión de la marca Suchard de bautizar sus famosos caramelos como Sugus, aunque la explicación más difundida es la de quienes defienden que la razón de este bautizo se halla en las voces nórdicas suge o suga ‘chupar’.

Por su parte, la voz castellana zumo —como la gallega zume o la portuguesa sumo— según el DLE, quizá procede del árabe hispánico *zúm, este del árabe zūm, y este del griego ζωμός zōmós. Ese “quizá” académico no está referido al origen griego, indiscutible, sino al tránsito de la adquisición a través del árabe. De hecho, Joan Corominas pese a ver en la etimología árabe una explicación verosímil para la aparición de la vocal u, indica que el término solo parece haber sido de uso en el árabe de países del Próximo Oriente cercanos a Grecia, por lo que la u podría haberse debido al influjo del sinónimo latino sucus.

Más allá de que el sustantivo zumo pueda considerarse o no un arabismo, lo cierto es que el árabe es la lengua del superestrato con mayor presencia en el castellano: la herencia léxica se sitúa en torno a las dos mil palabras — las correspondientes a las dos mil doscientas cincuenta y tres acepciones que despliega el DLE, exactamente—. En ocasiones, la raíz árabe se encuentra tras algunas expresiones perpetuadas por la tradición, cuya literalidad resulta difícilmente explicable en castellano. Es el caso, por ejemplo, de la expresión “Que si quieres arroz, Catalina”. Federico Corriente, en su discurso de ingreso en la RAE, entre varias hipótesis, la relaciona con una expresión andalusí fonéticamente similar: Tiríd ‘ala rrús, aqṭá‘ lína, pregunta que se formulaba a la esposa que se casaba por segunda vez. Resulta significativo saber que, en árabe, las palabras arroz y esposo suenan parecido.

Hoy se conmemora el Día Mundial de la Lengua Árabe bajo el lema “La lengua árabe, un puente entre civilizaciones”. Se trata, según palabras de la UNESCO, de un llamamiento a reafirmar el importante papel de la lengua árabe en la conexión de los pueblos a través de la cultura, la ciencia, la literatura y muchos otros ámbitos. En España, ya sabemos mucho de ello.