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Diccionario de americanismos.

Una de las mayores satisfacciones que, como profesor de lengua, puedo tener es que, durante el transcurso de una clase, un alumno me pregunte por el significado de una palabra; el interés idiomático de las nuevas generaciones no tiene precio. Por la misma razón, me fastidia sobremanera el hecho de que un alumno me pregunte por el significado de una voz extraída de las tareas realizadas en casa, como si el único propósito de su diccionario fuese el de acopiar polvo en el anaquel.

Pensando en aquellos primeros y con la esperanza de que siempre sean los más, cuelgo aquí esta entrada para dar cuenta de una noticia.

diccionario-americanismosDurante el Congreso Internacional de la Lengua que se celebrará el próximo 5 de abril en la ciudad chilena de Valparaíso, tendrá lugar la presentación del Diccionario de americanismos, magna obra lexicográfica que posee más de 70.000 entradas y más de 120.000 acepciones. Su publicación ha de suponer el lógico y esperado colofón a un proceso de ánimo panhispánico que se inició, apenas constituidas las primeras Academias americanas, con un primer intento de elaborar conjuntamente un diccionario de americanismos. Por desgracia, transcurría el último cuarto del siglo XIX y la constatación de la deficiencia de fuentes informativas y la limitada posibilidad de comunicación dejaron aquel ambicioso proyecto en el limbo de las buenas intenciones.

Pero, con los años, han ido sucediéndose continuos logros nacidos de este empeño panhispánico, al tiempo que el número de Academias que conforman lo que hoy es la Asociación crecía hasta las veintidós actuales. Un primer avance significativo fue la edición del DRAE de 1925, la cual mereció el título de «americana», merced a haber incrementado de tal modo, entre sus entradas, la presencia de americanismos. Y, más recientemente, se han sucedido dos hitos notables: en 1999 se publicaba la Ortografía de la lengua española, consensuada por las veintidós entidades, y, el  1 de febrero de 2006, se presentaba, en Lima, el Diccionario panhispánico de dudas.

La inminente presentación del Diccionario de americanismos es el último punto y seguido en una labor, como se pretende, puesta al servicio de la unidad del español sin menoscabo de su rica y fecunda variedad. No en vano, el acto tendrá lugar durante el citado Congreso Internacional de la Lengua, el cual se inscribe en el marco de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia de las Repúblicas Iberoamericanas.

‘Amarrazón’ o los fantasmas lexicográficos.

fantasma

Que las clases de lengua son un rollo para muchos alumnos es una evidencia; díganmelo a mí, que soy el profe que las imparte —o que las sufre, según se enfoque—.

No obstante, los fantasmas lexicográficos a que se refiere el título de este artículo nada tienen que ver con la perspectiva del alumno de secundaria, por bien que éste pueda pensar en el miedo al suspenso en una asignatura que no le va, o en lo evanescente de unas explicaciones que no consigue aprender y, pon ende, mucho menos aprehender.

Hace un tiempo recibí, por gentileza de la Fundación Duques de Soria, la invitación a un seminario de lengua española acerca de ‘La morfología en la confección de un diccionario histórico’, invitación a la que mi ya oxidada preparación filológica me obligó a renunciar (pero retengamos el lamento, que no viene al caso). Ojeado el folleto, entre las ponencias y coloquios, llamó mi atención el tema de una mesa redonda: ‘¿Hay fantasmas lexicográficos? ¿Qué hacer con ellos?’

Siempre ando a vueltas con mi desmemoria, de modo que he sido tardo en reconocer a estos viejos fantasmas, descubiertos en los años fronterizos entre mi última mocedad y mi primera edad adulta, mientras preparaba para el proyecto PROLOPE de la UAB la edición crítica de El Duque de Viseo, de Lope de Vega. Al cotejar distintas ediciones de la obra para fijar definitivamente el texto, recuerdo haber hallado una inadecuación en la lectura de dos variantes textuales: dehessas gamenosas y dehesas amenosas. La primera, correcta; la segunda, espuria. El Fénix se refería con la expresión a aquellas tierras de pasto abundantes en gamones, por tanto gamenosas, según correcta sufijación -pese a que el adjetivo no figure en el DRAE-. Lo curioso es que el adjetivo amenoso no existía en castellano antes de la errata -tipográfica, a todas luces- de la obra de Lope. La Academia lo incluyó en su diccionario en 1770 basándose en la autoridad del Príncipe de los Ingenios y definiéndolo como ‘lo mismo que ameno’; todo un hápax, pues, por aquel entonces -ignoro si aun con posterioridad-. El error se corrigió, como tantos otros, en la edición del DRAE de 1992, la cual recoge en gran parte el resultado de la labor lexicográfica de limpieza de fantasmas que el DHLE -ahora ya NDHLE-, tan en cierne aún, hizo durante la década de los 80.

Así, tal y como puede colegirse de esta experiencia, los fantasmas lexicográficos no son sino palabras cuya vida se limita única y exclusivamente a las páginas del diccionario que las incluyó erróneamente entre el elenco de términos del idioma. Como agudamente apuntara Landau, las palabras fantasma son equiparables a las dolencias iatrogénicas, esto es, alteraciones del estado del paciente producidas por el médico.

Por deformación profesional y por inclinación ilustrada, entiendo que un ejemplo pueda aclarar mejor el entendimiento. Véase a continuación uno de los aducidos por Pedro Álvarez de Miranda en un estupendo artículo publicado por la Biblioteca Miguel de Cervantes:

Todos los diccionarios, tanto académicos como extraacadémicos, han registrado hasta ayer mismo un sustantivo, amarrazón, que definen como «conjunto de amarras» (así, por ejemplo, en Academia 1984). La cosa se remonta al Diccionario de Autoridades, que en 1726 incluyó el siguiente artículo: “AMARRAZÓN. s. f. Término náutico. Las cuerdas, cables y gúmenas con que se atan, afirman y asseguran las embarcaciones en los Puertos. Lat. Funes. Rudentes. CERV. Quix. tom. 1, cap. 46. Y cortar la amarrazón con que este barco está atado”. Un desgraciado cúmulo de errores se cebó en este artículo. Por lo pronto, en el capítulo 46 de la Primera Parte del Quijote no hay ni rastro de ese texto. Donde sí está -y luego veremos la explicación del error- es en el capítulo 29 de la Segunda Parte. El pasaje pertenece a la aventura del barco encantado, y reza así en la edición príncipe de 1615: “-Ya están atados -replicó Sancho-. ¿Qué hemos de hazer aora?- ¿Qué? -respondió don Quijote-. Santiguarnos y levar ferro; quiero dezir, embarcarnos y cortar la amarra con que este barco está atado.”(fº 111vº) […] El caso es que, en efecto, en la edición madrileña del Quijote de ese año, lo mismo que en otra de 1714, se lee en la página 146 de la Segunda Parte (y ahí, en ese número 146, está la explicación del gazapo, o lapsus, «tom. 1, cap. 46»): «y cortar la amarraçon con que este barco está atado». Estamos, más que ante una errata común, ante una cadena de erratas, ante una fatídica bola de nieve provocada primero, en 1655, por un error accidental y más tarde, en 1706, por el intento de otro impresor de arreglar, añadiendo otra preposición “con”, un texto que quedaba cojo. He aquí la serie de lecturas, partiendo de la edición príncipe:

Madrid, 1615, 111vº: ‘y cortar la amarra con que este barco está atado’.
Madrid, 1655, 245b: ‘y cortar la amarraçon que este barco está atado’.

Madrid, 1706, 146b: ‘y cortar la amarraçon con que este barco está atado’.

Madrid, 1723, 146b: ‘y cortar la amarrazon con que este barco está atado’.

El hecho de que en la edición de 1723 la palabra esté ya escrita con -z- no es sino la culminación de la errata, pero no implica necesariamente que fuera esa la edición manejada, pues, como se sabe, la eliminación de la ç fue una de las primeras decisiones ortográficas que tomó la Academia.

En fin, la Academia hizo caer en la trampa hasta a los especialistas, pues tanto el excelente Diccionario marítimo español (1831) como otros diccionarios posteriores de términos náuticos acogieron la palabra entre sus páginas. Ni siquiera (y esto es más grave) el primer y truncado Diccionario Histórico de la Academia detectó en 1933 el error. Solo el DHLE lo hizo, en 1984, gracias a lo cual amarrazón ya no consta en la edición vigesimoprimera del diccionario común, publicada en 1992.