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La pregunta de la semana (1)

Selfi publicado por la presentadora Ellen DeGeneres durante la ceremonia de entrega de los Oscar 2014.

¿Por qué llamamos selfis a las autofotos o autorretratos?

Es muy poco frecuente llegar a conocer el momento prístino de creación de una palabra, salvo que se trate de tecnicismos. El proceso suele ser anónimo: alguien genera un neologismo, lo pone en circulación y el idioma lo hace suyo. Sin embargo, en ocasiones, queda constancia de quién y cuándo acuña un término. Por ejemplo, Carolina Alguacil, en una carta al director que se publicó en 2005 en El País, fue la primera en utilizar la palabra mileurista. Tres años antes, exactamente a las 14:55 del 13 de septiembre de 2002, un australiano llamado Nathan Hope había sido quien por primera vez había usado el término selfie, concretamente, en el Foro Científico de Autoservicio Dr. Karl.

Al principio, el neologismo no se expandió rápidamente entre los anglohablantes, por lo que bien podría haberse quedado en agua de borrajas. Sin embargo, en 2013, el Diccionario Oxford ya declaraba selfie como palabra del año y, al siguiente, la Fundéu hacía lo propio con la correspondiente adaptación al español: selfi. Sin duda, las redes sociales (RR. SS.), en general, e Instagram, en particular, desempeñaron un papel principal en la expansión del término. Y es en esta efervescencia de la inmediatez que generan las RR. SS. donde radica también el éxito de la voz selfie. Porque, en un principio, ¿qué aportaba semánticamente este neologismo con respecto al compuesto preexistente self-portrait o, de igual manera, su calco selfi con respecto a autorretrato? Sin duda, poca cosa; pero, entre otras consideraciones, se trata de una expresión mucho más ágil. El principio de economía del lenguaje, que acuñase André Martinet ya hace años, nos recuerda que el hablante tiende a expresarse de la manera más breve y menos trabajosa posible. Y, si hay un entorno de comunicación escrita especialmente proclive a las abreviaciones, ese es sin duda el de los chats. Selfie (como veggies, firie o postie, en vez de vegetables, firefighter o postman, respectivamente) poseía, de salida, dos virtudes: era informal y ligero. Luego, claro, todos nos pusimos a tomarnos fotos con los móviles y la chispa léxica se convirtió en inextinguible llama.

Existe además otra razón de peso para el éxito de la voz selfi: su significado restringido respecto del que posee autorretrato. Un autorretrato, es decir, un retrato de una persona hecho por sí misma, puede ser una fotografía, una pintura, una descripción…; en cambio, por selfi se entiende solo aquella ‘fotografía de una o más personas hecha por una de ellas, generalmente con un teléfono inteligente y para compartirla’. Como se ve, el grado de concreción semántica es mucho mayor y en él la intención artística tiene mucha menor cabida, no en vano el texto que acompañaba aquella pionera selfi de Nathan Hope era «Y perdón por el enfoque, fue una selfie». La tecnología avanza y el lenguaje no se queda en zaga.

En 2018, año de la inclusión de selfi en el diccionario académico, la RAE introdujo también el neologismo autofoto, nombre compuesto destinado a rivalizar con el anglicismo; pero ya era tarde y tiene viso de quedarse en simple sinónimo total de uso minoritario. Aunque, si he de ser sincero, subjetivamente, me parece el término más apropiado para nombrar, por ejemplo, las obras que son deudoras de aquel primer daguerrotipo tomado en la Filadelfia de 1839 por el pionero Robert Cornelius.

Desde el punto de vista morfológico, selfie es un acortamiento sufijado, y, si se me permite el atrevimiento, de haberse dado este proceso en castellano de manera análoga a como se ha dado en inglés, el neologismo bien podría haber sido algo así como auteo, resultado del acortamiento de autorretrato y la sufijación de auto (aunque, en nuestro idioma, el sufijo –eo suele usarse para crear sustantivos derivados de verbos acabados en –ear, como veraneo, de veranear).

Migrante

Imagen de moonietunes en Pixabay

La Asamblea General de la ONU, ante el aumento de los flujos migratorios en el mundo, proclamó que el 18 de diciembre se instituyese el Día Internacional del Migrante.

A buena parte de los hablantes, aún hoy, les sorprende el término migrante, pues hasta no hace tanto el uso habitual para referirse a esta realidad, terrible en demasiadas ocasiones, era mediante los derivados emigrante o inmigrante, según la perspectiva con que se enfocase el tema. Efectivamente, el sustantivo emigrante pone el foco en la persona que abandona su tierra para establecerse en otra, mientras que inmigrante hace referencia a esa misma persona, pero desde la perspectiva de quien ha llegado ya al nuevo destino para asentarse en él. Es decir, que mientras que Huang, Singh, Maalouf o Kovalenko se consideraron a sí mismos emigrantes al partir, al llegar, se sintieron inmigrantes. Mis propios padres, como los de tantos en Cataluña, formaron parte de los flujos migratorios de los años 60 y no fueron sino emigrantes de la Mancha e inmigrantes en Cataluña. Las dos caras de la misma moneda.

Por todo ello, resulta conveniente disponer en el idioma de un término que, de modo menos restrictivo, se defina simplemente con el sentido lato de ‘que migra’. A tal propósito, en 1989, la RAE incluyó en su DLE el término migrante como participio activo de migrar. En la edición actual del diccionario académico, figura ya como adjetivo, susceptible de sustantivación, que se aplica a personas. La precisión es pertinente, pues cabe recordar que los animales que migran no son migrantes, sino migratorios. Incluso sus desplazamientos, así como los de los seres humanos, son movimientos migratorios y no migrantes.

El rinoceronte

Imagen de Stefan Keller en Pixabay

El inicio de las clases de 2.º de bachillerato de hoy había de suceder con la lectura del cuento de Juan José Arreola La migala; pero un diminuto icono aparecido en el rectángulo del buscador de la barra de tareas del portátil parecía sugerir que hoy se conmemoraba el Día del Rinoceronte. El azar, pues, se ha interpuesto, de suerte que las clases han acabado por iniciarse con otro cuento de Arreola. ¿Qué cuento? El rinoceronte, por supuesto.

El cuento, en realidad, no nos habla del formidable animal que tiene un cuerno en la nariz (es lo que literalmente significa en griego su nombre). Ello se hace patente ya desde la primera línea del relato, esa primera línea en que Arreola nos regala en ocasiones un lapidario resumen del contenido: «Durante diez años luché con un rinoceronte; soy la esposa divorciada del juez McBride».

Nacimiento de Quevedo

En un blog cuya mayoría de lectores son, presumiblemente, jóvenes estudiantes de enseñanza secundaria, el título de esta entrada habrá hecho creer a muchos que en ella se iba a hablar de un célebre rapero madrileño y no del insigne vate de nuestro Siglo de Oro don Francisco de Quevedo y Villegas. Desde luego, espero equivocarme de medio a medio en mi vaticinio de sofista; después de todo, este es un blog de lengua y literatura castellanas y ya se sabe que el contexto siempre desempeña una labor importantísima en la correcta interpretación de los mensajes.

Sea como sea, hoy, 17 de septiembre, suele conmemorarse el natalicio del autor del Buscón, de los Sueños o de tantos y tantos poemas amorosos, satírico-burlescos, morales… Y digo “suele” porque la fijación de la fecha arroja dudas, tantas que no cabe sino dejar de darla por buena. Hasta mediados del siglo pasado, sobre el nacimiento de Quevedo, solo se conocía que fue bautizado el 26 de septiembre de 1580 en la madrileña parroquia de San Ginés. Sin embargo, la publicación por don Luis Astrana Marín del epistolario completo del autor incluia una carta en que Quevedo manifestaba haber nacido el día de las Llagas de San Francisco, día que el santoral, efectivamente, fija el 17 de septiembre. No obstante, según defiende José Luis Rivas-Cabezuelo, si se consultan las crónicas de la Orden Franciscana, la impresión de las llagas tuvo lugar el 14 y no el 17 de septiembre. De hecho, el mismo Quevedo manifiesta que nació entre un martes y un miércoles en una noche con octavo de luna, datos que encajan con el 14 de septiembre de 1580.

¿Es la lingüística una ciencia?

Pizarra de sintaxis, en la University of Maryland, en College Park. Imagen publicada en Instagram por Ángel Gallego, profesor de la UAB y coordinador PAU de Lengua y literatura Castellanas.

De vez en cuando me gusta ir soltando por ahí que la lingüística es una ciencia. No es que, como lingüista, tenga complejo de inferioridad o que ningunee el valor de lo que es un saber humanístico; lo que sucede es que la cuestión no está tan clara, por cuanto en el ámbito de la lingüística, caben tanto condicionantes sociales como aspectos físicos.

De hecho, como dice  Marc Nadal Ferret en su artículo ¿La lingüística, es una ciencia?, «para responder a esta pregunta, deberíamos poner sobre la mesa una definición de ciencia». Y, desengañémonos, definiciones las hay tan restrictivas que acaso solo la física se halle en condiciones de cumplir con todos los criterios. No en vano, Ernst Rutherford acuñó hace un tiempo el apotegma de que «Toda la ciencia es física o filatelia».

En fin, comoquiera que hemos cruzado la Semana de la Ciencia 2022, este parece un buen momento para detenerse a pensar si la lingüística es una ciencia de pleno derecho o hasta qué punto puede serlo, teniendo en cuenta además que, hace ya cuatro años, el profesor Charles Yang formuló matemáticamente una ecuación para determinar numéricamente lo que él denomina el principio de tolerancia. Según explica  José-Luis Mendívil en su artículo Una ecuación para la lingüística (¡por fin!): «En términos simples, [la ecuación] establece con sorprendente precisión cuál es el umbral de tolerancia a las excepciones que los mecanismos de adquisición del lenguaje del niño son capaces de soportar para poder inducir una regla productiva».

Sesión 56 de los patios poéticos

El lunes pasado, durante la quincuagésima sexta sesión de los patios poéticos leímos dos poemas de Luis García Montero: “Dedicatoria” y “El amor difícil”. Y, aprovechando el hecho de que el poeta granadino bebe de las fuentes líricas de Pedro Salinas leímos también “Perdóname por ir así buscándote”, composición publicada en La voz a ti debida, obra de quien fuese el gran poeta del amor entre los de la generación del 27.


Perdóname por ir así buscándote” nos presenta el amor como fuente de conocimiento y transformación del ser humano. Con sus versos, el poeta se disculpa por su torpeza al buscar en el interior de la amada, pero se muestra decidido a hallar lo mejor de ella para revelárselo, para que se conozca y pueda transformarse en lo que ha sido siempre sin saberlo, un ser sublime. Entonces, el amor del poeta, como ente autónomo, podrá dialogar con ella.

El poema se estructura en tres partes. En la primera es en la que el autor se disculpa y se justifica:

Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor alguna vez.

En la segunda —la más extensa—, expresa su ilusión, aquello que desearía lograr:

Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en lo alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan solo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.

Por último, en la tercera parte, expresa de manera concisa la esperanza de dialogar con su amada transformada:

Y que a mi amor entonces le conteste
la nueva criatura que tú eras.

Con todo, la transformación pretendida por el poeta no conlleva un auténtico cambio en la amada, pues, en última instancia, se trata de mostrarle quién es ella de verdad, quién ha sido realmente desde siempre sin saberlo a la luz del amor. Porque el amor necesariamente sublima, idealiza al ser amado, convirtiendo esa hermosa perfección en realidad auténtica. Todo esto se sintetiza elocuentemente en el pretérito verbal con que se cierra el poema: quien en un futuro ha de contestar al amor del poeta no es la nueva criatura que tú eres, sino la nueva criatura que tú eras. De esta manera, ella hablará desde el pasado en un presente hecho futuro.

Buena parte de la fuerza expresiva de esta composición descansa en dos metáforas de verticalidad aparentemente opuesta: una referida a la profundidad; la otra a la altura. En la primera, el poeta se sumerge en el ser de la amada (nadador por tu fondo, preciosísimo) y accede con un propósito a aquello que no se ve en la superficie de la personalidad: Es que quiero sacar de ti tu mejor tú. Ese que no te viste y que yo veo. En la segunda metáfora, convertida en alegoría, el amante, conocedor de la esencia del ser amado, se encuentra en lo alto del árbol, porque desde siempre la luz ha sido tomada como símbolo de la razón y el conocimiento. La luz última que [el árbol] le ha encontrado al sol se transforma así en la revelación del conocimiento. Sus raíces se hunden en el suelo como nosotros en nuestro pasado, pero sale a la superficie y se yergue de la misma forma que la amada (no el poeta, quien la espera en lo alto) ha de ascender. Subida sobre ti, como te quiero, tocando ya tan sólo a tu pasado con las puntas rosadas de tus pies, en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo de ti a ti misma: la transformación se completa cuando se logra superar el pasado.


El inicio del poema de Salinas (Perdóname por ir así buscándote) es la cita con que Luis García Montero introduce su poema “El amor difícil”, cuyo título, como el del poemario en que se incluyó originariamente, Habitaciones separadas, abre la senda interpretativa de esta composición en que se nos habla de un amor que no acaba de encenderse. De un desamor, en definitiva. Amante y amada no se encuentran, existe entre ellos una insalvable distancia que no es de kilómetros, sino de desencuentro, y su único elemento de unión es el viento, que aparece al principio y al final del poema casi como si de un tercer personaje se tratase.

Si en el poema de Salinas el amante aguarda esperanzado a que la amada llegue a él tras haberle revelado su auténtico ser, en el de García Montero la búsqueda de ese ser por parte del yo poético es un fiasco, acaso porque este no es un nadador por [el] fondo de la amada y su intento de averiguación es externo:

Pero bares abiertos y cerrados,
calles de noche y día,
estaciones sin público,
barrios enteros con su gente, luces,
teléfonos, pasillos y esta esquina
nada saben de ti.

La estrofa se configura a través de una enumeración de elementos urbanos, muy del gusto del poeta. La relación antitética dominante en ellos (abierto y cerrado, noche y día, vacío y gentío, lugares de paso y lugares de residencia) nos habla de que la búsqueda de la amada es exhaustiva. Por otra parte, el hecho de que sea una enumeración próxima a lo caótico (como las que poematizaba Salinas: los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos) nos sugiere el desacierto en el resultado: nada saben de ti. El último verso de la estrofa se abre significativamente con el pronombre indefinido nada y se  remata con el único pronombre de segunda persona que hay en ella, mientras que el resto del poema es un profuso océano de pronombres personales cuyo undoso vaivén va del yo al tú y viceversa (también Salinas fue poeta de pronombres, como hemos visto en parte en el poema anterior).

La incertidumbre de un “amor difícil” se refuerza a lo largo del poema con la repetición anafórica del adverbio de duda quizá que hay en las dos primeras estrofas y por las prótasis condicionales de la segunda y la última estrofas. Y resulta elocuente que quien tiene como misión encontrar, se declare ya en los primeros versos tan perdido. Y no solo tan perdido, sino tan frío en esta esquina [que] el viento pensó que yo era piedra y quiso con mi cuerpo deshacerse.

El poeta está cerca de la amada (Quizá tú no me viste; Y cuando el viento quiere destruirse me busca por la puerta de tu casa), pero no suficientemente. El viento es testigo de ello: la frialdad y la apariencia pétrea son opuestas a la llama del amor. Aun así, la estrofa final ofrece un atisbo de esperanza:

Yo le repito al viento
que si al fin te encontrase,
que si tú aparecieses, yo sabría
explicarme contigo.

El viento adopta ahora el papel de confidente y se abre la posibilidad de que la amada aparezca sin que haya de ser encontrada. Entonces, con mayor seguridad de la que vimos en Ángel González durante el patio poético anterior (Ya no sé si me explico, pero quiero aclarar que si yo fuese Dios…), el yo poético podrá declarar su amor. Así, el final de este poema y el de Salinas van de la mano.


Con “Dedicatoria” García Montero reinventa el madrigal, poema breve que se caracteriza por exponer un pensamiento amoroso, suave y delicado en forma de silva métrica. Estuvo muy en boga durante el Siglo de Oro y el poeta lo retoma tantísimo tiempo después desproveyendo de rima sus versos y minimizando su número.

Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.

Este breve poema, como el anterior, se publicó originalmente en el poemario Habitaciones separadas y, pese a su tono más bien optimista, no deja de transmitirnos un nuevo apunte de crisis sentimental: el amante aguarda, incansable, a que su amor sea por fin correspondido.

Correcogiendo, que es gerundio

Entre ayer y hoy, está teniendo lugar en Lloret de Mar el I Congreso Mundial de Plogging, un movimiento que vincula la práctica deportiva con la recogida de residuos en el entorno natural.

Y como ya se sabe que cuando el Pisuerga pasa por Valladolid es cuestión de aprovecharse, pongamos de manifiesto que el acontecimiento congresístico ha coincidido con la explicación, en las clases de caste de 2.º de bachillerato, de los préstamos lingüísticos, esos elementos, generalmente léxicos, que un idioma (el castellano, en nuestro caso) toma de otras lenguas: plogging, sin ir más lejos. Se trata del enésimo anglicismo sufijado con -ing que hemos incorporado como xenismo a nuestro idioma.

No es usual que un sufijo extranjero se incorpore al sistema morfológico del español; pero el morfema -ing nos resulta tan sumamente familiar que hemos empezado a utilizarlo espontáneamente en la creación de nuevas palabras híbridas con significado de acción. Así, por ejemplo, sobre la base de puente, hemos derivado puenting, voz que ha sido incluida en el DLE, a pesar de que la propia RAE prefiere el término puentismo, que, sin embargo, no figura en el diccionario académico.

No es la única palabra híbrida: en ciertos programas televisivos de telerrealidad (esos a los que aludimos mediante otro xenismo: reality shows), tarde o temprano salta el escándalo con algún edredoning. Y aquí, en Lloret de Mar, somos menos ajenos de lo que quisiéramos a la infame práctica del balconing por parte de algún que otro trastocado turista.

Antidumping, camping, casting, catering…, wind surfing: hasta veintitrés xenismos con la sufijación -ing se incluyen en el diccionario académico. Y son legión los que no se incluyen y, sin embargo, usamos: bullying, crowdfunding, rentig, running… La lucha por la adaptación de estos extranjerismos crudos corre diversa suerte. Así, mientras que cáterin y campin apenas despiertan interés frente a catering y camping, pudin (o pudín) y mitin parecen estar ganándoles la partida a los respectivos pudding y meeting. Por su parte, en el terreno de los calcos por traducción, mercadotecnia se ha ido haciendo poco a poco un huequecito al lado de marketing, de la misma forma que micromecenazgo parece estar labrándoselo junto a crowdfunding.

¿Y con plogging? ¿Qué pasará? Es posible que este anglicismo crudo perviva mientras lo haga la actividad a la que da nombre, lo cual, tal como hemos ido dejando el planeta, pinta que va para rato. No obstante, siguiendo el modelo de plogging, que une el sueco plocka upp ‘recoger’ con el inglés jogging (que vino a sustituir hace tiempo a footing) ‘correr’, en castellano se documenta ya el empleo de correcoger, acrónimo compuesto de los verbos correr y recoger. La pugna terminológica, pues, está servida. He de confesar que a mí me gusta mucho el neologismo castellano, en gran parte por la íntima adecuación fonética entre el final de un verbo y el principio del otro, la cual aparentemente difumina la frontera entre ambos. En su contra juega quizás el hecho de que pueda ser malinterpretado como un derivado del verbo recoger prefijado con el alomorfo co-. Aun así, yo, que soy mucho de añadir la muletilla «que es gerundio», no me veo perpetrando un extrañísimo «jogginguiendo, que es gerundio»; pero sí un estupendísimo y arengador «correcogiendo, que es gerundio».

NOTA: Los términos no adaptados han de resaltarse en la escritura; no así los adaptados.
Si estos últimos aparecen en cursiva aquí, es por tratarse de un uso metalingüístico.

Un par de precisiones otoñales

Fotografía de Jordi, nuestro ínclito conserje.

Este año, sin que ello suponga circunstancia agravante ninguna, el otoño se nos ha echado encima con nocturnidad: exactamente, a las 3:04 de la madrugada. Vaya, pues, por delante el parabién del Departamento de Lengua y Literatura Castellanas conforme a que tengamos todos un venturoso otoño.

Sabido es que equinoccio, palabra con la que designamos la llegada del otoño (también la de la primavera), es un cultismo cuyo significado surge de la suma de sus componentes léxicos: equi- ‘igual’ y noccio ‘noche’. Y es que, por hallarse el Sol sobre el ecuador en esta fecha, la noche dura igual que el día. Ahora bien, ello, que debiera ser exactamente así, acaba no siéndolo: en Lloret de Mar, la noche y el día tendrán una duración idéntica, de doce horas cada uno, justo el domingo próximo, dos días después del día equinoccial. Ello se debe a dos razones: el hecho de que el Sol sea una estrella cercana y el hecho de que la atmósfera provoque una refracción lumínica.

Efectivamente, la cercanía del Sol hace que este adquiera la apariencia de un disco y no de un punto, como el resto de estrellas del firmamento nocturno, y comoquiera que el momento del amanecer corresponde al instante en el que el borde superior del Sol toca el horizonte, y el del atardecer, a aquel en el que el borde superior se pone bajo el horizonte, esto provoca una diferencia de un par de minutos, a los cuales hay que añadir los seis minutos de efecto de refracción atmosférica que hacen que el amanecer se adelante y el atardecer se retrase. Es decir, hay seis minutos en los que el observador sigue viendo al Sol sobre el horizonte, cuando, en realidad, ya se ha puesto bajo su línea.

En conclusión, en latitudes medias como la nuestra, hoy aún hay unos ocho minutos más de luz que de oscuridad.

Y, para rematar esta entrada, que ha ido sesgándose hacia el enfoque astronómico, un par de precisiones lingüísticas referidas a la nomenclatura. El primero: al día en que, como el próximo domingo, el tiempo de luz y de oscuridad son iguales, se le denomina, significativamente, equilux. El segundo: aunque al momento astronómico de hoy solemos llamarlo equinoccio de otoño, mucho más apropiado sería llamarlo equinoccio de septiembre, pues la entrada del otoño solo acontece en el hemisferio norte (en el sur, es la primavera la que se inicia).

Día Mundial del Medio Ambiente (enfoque lingüístico)

Imagen de Juanjo en Flickr

Hoy, como cada 5 de junio desde 1973, se conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente (DMMA). La fecha sirve para sensibilizar a la población mundial acerca de la importancia de cuidar los ecosistemas y fomentar el respeto al medioambiente, algo que deberíamos tener grabado a fuego en nuestro desarrollo como civilización y que, sin embargo, necesita de una efeméride para ser recordado.

Desde un punto de vista lingüístico, la expresión Medio Ambiente, tal como la vemos escrita en el título de esta entrada, puede parecer un nombre propio debido a las mayúsculas iniciales con que se escribe. De hecho, tal uso se debe precisamente a que forma parte de un nombre propio, en concreto el de una denominación de carácter oficial y sabido es que los nombres de los días internacionales se escriben con mayúscula en los términos relevantes que lo componen. Con todo, medioambiente es un nombre común.

Otro rasgo que caracteriza a este nombre es su proceso de creación morfológico: se trata de un compuesto formado a partir de la unión del sustantivo (no del adjetivo) medio y del sustantivo ambiente. En un primer momento, su ortografía correspondió a la forma pluriverbal de un compuesto sintagmático, es decir, las palabras formantes mantuvieron su separación (medio ambiente). Así lo incluyó el DLE por primera vez en su edición de 1984. Por cierto, esta fecha de inclusión, que podríamos considerar más o menos reciente en la longeva diacronía de nuestra lengua, no es suficiente, sin embargo, para seguir considerando el término a día de hoy un neologismo, por cuanto su uso se ha generalizado notoriamente. 

Sabido es que las palabras que pierden su acento prosódico por pronunciarse junto a otras tienden a escribirse unidas, motivo por el cual, por ejemplo, el compuesto arco iris o la locución boca arriba forman arcoíris y bocarriba, de acuerdo con la Ortografía de la lengua española. De ahí que en la edición actual del lexicón académico se haya añadido la entrada medioambiente, como corresponde a esta tendencia idiomática.

Cierto es también que la opción pluriverbal de estos compuestos sigue estando muy extendida en la escritura y acaso pueda ser aún la mayoritaria, razón por la cual conserva aún la definición en el DLE, en detrimento de la opción univerbal. En efecto, si uno busca medioambiente en el DLE, no hallará la definición del término, sino una llamada para acudir a la entrada medio ambiente, incluida dentro de la de medio, voz simple que por sí sola ya posee el significado de ‘medioambiente’. A este respecto, cabe señalar que la creación del compuesto escapa a la tendencia natural de simplificar la comunicación, tal como ejemplifican los distintos acortamientos (cine, por cinematógrafo; bus, por autobús…) y elipsis (postal, por tarjeta postal; capital, por ciudad capital...), frecuentes en la lengua. Sin duda, la necesidad de crear el nombre medio ambiente —o medioambiente— en sustitución del nombre simple medio se debe a la vasta polisemia de este: actualmente, el diccionario ofrece treinta y siete —o treintaisiete— acepciones repartidas en su uso como adjetivo, adverbio y nombre, y en un mundo finisecular urgido de soluciones ecológicas, resultaba indispensable desambiguar y resaltar las circunstancias del medio ambiente frente a las de los medios cultural, social o físico.

Para concluir, cabe hacer un par de precisiones: una, que tanto el DPD académico como la Fundéu recomiendan el uso de la forma univerbal medioambiente; dos, que el plural de esta forma es medioambientes —cuyo adjetivo derivado es medioambiental, también en una sola palabra—, mientras que el de medio ambiente es medios ambientes.

Feliz DMMA. Honremos la efeméride hoy y siempre.

Esta misma mañana

Esta misma mañana Blanca ha roto aguas mientras desayunaba en la cocina de su casa; ha telefoneado a su marido, que estaba en el taller; ha subido a un taxi y se ha ido camino del hospital, adonde ha llegado en el preciso instante en que a Pau le daban el alta médica y se disponía a prepararlo todo para volver a su casa con la intención de reinstalarse y empezar a estudiar para los exámenes trimestrales de la facultad.

Cuando Pau ha llegado a la placita que queda delante de su edificio, ha visto cómo Emma, Laieta y Jan se levantaban del arenal y corrían hacia los columpios mientras sacudían sus manos contra los pantalones para librarse de buena parte del polvo acumulado durante el juego. El banco de madera que queda bajo el platanero, sin embargo, estaba vacío, nadie estaba sentado en él. Tal vez, el señor Mateo todavía no había acabado su habitual partida de cartas.

También ha sido esta misma mañana cuando Ania ha roto aguas, pero ella no se hallaba en su casa, porque su casa, varios miles de kilómetros más hacia el este de Europa, se había convertido en un amasijo de cemento, hierro y desolación después de que un misil la hubiese hecho saltar por los aires. Ania tampoco ha podido coger un taxi para ir al hospital, porque allí, tan lejos de cualquier metro cuadrado reconocible, en una tierra que no parece ser de nadie, la opción de parir se acaba pareciendo demasiado a la de cerrar una herida de bala. Lo que sí ha podido hacer Ania ha sido telefonear a su marido, que no va por el taller desde hace una semana porque ha cambiado las herramientas por las armas, y que no va a poder acudir a conocer a su bebé porque la metralla recibida en una ingle lo tiene postrado en la desvencijada camilla de un improvisado hospital de campaña.

Ania acabará pasando su puerperio entre la desolada muchedumbre que avanza en fila camino del exilio. Tal vez cerca de ella, formando parte del cruel éxodo, se encontrará Pavel, un joven que ha dejado de estudiar para unos exámenes trimestrales que ya no tiene que encarar. Tal vez también, allí mismo, estarán Uliana, Svetlana y el pequeño Andrei, quienes, conforme al pasar y el pesar de los días, cada vez juegan y corretean menos. Y frente a ellos, el señor Artem los mira con una reciente y sin embargo eterna melancolía en sus ojos. Seguramente, este vejete bonachón se hubiese sentado en un banco de madera, de haberlo habido bajo algún platanero. Quién sabe qué habrá sido de sus viejos amigos, aquellos con los que solía jugar tranquilas partidas de cartas.