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La pregunta de la semana (18)

Si del león podemos decir que tiene garras o zarpas, ¿por qué no podemos decir lo mismo de un engendro como el indorraptor de Jurassic World: El reino caído?

Antes de nada, mis disculpas a los admiradores y entusiastas del indorraptor por haberlo llamado engendro en la pregunta de esta semana; pero es que, diccionario en mano, a mí es lo que se me antoja ser: una criatura informe que nace sin la proporción debida. En cuanto a lo de las garras del bicho (este sí es un término despectivo), no podemos llamarlas zarpas, dada la diferencia que existe entre las unas y las otras. Garras son las manos o pies de un animal, cuando están armados de uñas corvas, fuertes y agudas, como en el león, el águila o el indorraptor; zarpas, en cambio, son solo aquellas manos animales cuyos dedos no se mueven con independencia unos de otros, como las del león, pero no como las del águila ni, por supuesto, las del indorraptor, tal como se muestra en la película en más de una ocasión (son antológicas, por ejemplo, las escenas en que este golpea suave y lentamente con un dedo sobre el suelo, en señal de tensa espera tanto para los protagonistas como para el espectador).

Por cierto, es demasiado habitual encontrarse con la grafía indoraptor, cuando lo correcto es escribir este nombre con doble erre para que se mantenga el sonido consonántico fuerte, tal como sucede análogamente con otros como velocirraptor u ovirraptor. En cuanto a la acentuación, dado que la pronunciación etimológica de estos tecnicismos es aguda, lo adecuado es que carezcan de tilde, aunque el uso mayoritario (quizá porque la mayoría de los nombres de los dinosaurios son palabras llanas o por la influencia del inglés) hace que la grafía con tilde paroxítona esté igualmente aceptada.

El lado oscuro del corazón.

el-lado-oscuro-del-corazonTal día como hoy, en 1967, fallecía el poeta argentino Oliverio Girondo. Es, sin duda, una de esas grandes plumas que merece la pena conocer. Por si todavía no habéis tenido la ocasión, aquí os dejo su ‘Espantapájaros’:

No sé; me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso si! – y en esto soy irreductible – no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres… ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. “¡María Luisa! ¡María Luisa!… y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hojamuerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera… ,aunque nos haga ver, de vez en cuando las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes…, la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer a una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

Si os ha gustado, probad a ver la película ‘El lado oscuro del corazón’. Su guion es una maravillosa síntesis de dos artes: la propiamente cinematográfica y la poética, pues se intercalan con precisión y delicadeza textos de Mario Benedetti, Juan Gelman y el citado Oliverio Girondo.

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