Monthly Archives: septiembre 2024

La pregunta de la semana (3)

Imagen de Thomas Wolter en Pixabay

¿Por qué solemos pensar que bajar abajo es un pleonasmo, pero no solemos pensar que bajar al sótano también lo es?

La acción de bajar lleva implícito un movimiento hacia abajo, por lo que este adverbio resulta redundante en la expresión bajar abajo. En cambio, en la expresión bajar al sótano, el significado del sustantivo supone una concreción, una especificación de un lugar al que poder bajar. Podría pensarse que, en el caso de que nos encontrásemos en una construcción de piso único y sótano, la indicación de bajar al sótano podría ser pleonástica; pero, aun así, habrían de considerarse otras variables, como la posibilidad de bajar al pueblo, a la playa… Por otro lado, no resulta imposible ni paradójico el hecho de subir al sótano, si nos hallásemos en un subsótano (el nombre no se recoge en el DLE, pero su uso, como su realidad, existe).

Pese a todo, cabe recordar que no tiene por qué haber incorrección alguna en los pleonasmos. A menudo, resultan útiles, no solo porque esclarezcan, como acabamos de ver, el sentido concreto a que queremos referirnos, sino también porque pueden funcionar como énfasis. Por ejemplo, en la expresión lo he visto con mis propios ojos hay dos redundancias (es obvio que ver se hace con los ojos y que estos son los propios y no los ajenos), pero con ella ganamos fuerza expresiva para ser creídos en lo que decimos. Otro ejemplo: cualquier niño tiende a obedecer a su madre con mayor premura y sin rechistar al oír un pleonástico ¡Sal de aquí! o incluso ¡Sal hacia/para fuera! que con un lacónico ¡Sal!

La pregunta de la semana (2)

¿Por qué cuando alguien se desentiende de algo o finge que no lo entiende decimos que se hace el sueco y no el noruego?

En primer lugar, hacerse el sueco es una locución verbal, por lo que se trata de una expresión formada por la combinación fija de varios vocablos que funciona como un verbo. El hecho de ser una combinación fija impide que se puedan cambiar los elementos que la componen. Por otro lado, la voz sueco que forma parte de esta locución no es el gentilicio relativo a Suecia, sino, como se verá más adelante, la evolución del étimo latino soccus ‘zueco’, por lo que la expresión nada tiene que ver con la geografía y la cultura escandinavas que comparten suecos y noruegos.

José María Sbarbí, en su Diccionario de refranes, adagios, proverbios modismos, locuciones y frases proverbiales de la lengua española (1922) explica lo siguiente acerca de la susodicha locución: «Dícese de la persona que por más cargos o reflexiones que se le hagan, es lo mismo que si se las hicieran a la pared. Con alusión a ser el disimulo y la envidia cualidades características de la clase del pueblo en Suecia, según informes de los viajeros más autorizados y fidedignos». Tal explicación no deja de ser un tanto peregrina, pues, además de ser pura conjetura, el sentido de la locución poco tiene que ver con el disimulo y nada con la envidia aludidos.

Existe un amplio consenso a la hora de proponer soccus como étimo de sueco. Así figura, por ejemplo, en el DLE, en el Breve diccionario etimológico, de Joan Corominas, o en el compendio paremiológico del erudito académico José M.ª Iribarren El porqué de los dichos. El soccus era un tipo de calzado que llevaban los cómicos del teatro romano antiguo y que posteriormente, ya durante el medioevo, dio nombre al zapato de madera tosco y de una pieza que campesinos y frailes llamaban soccos en el habla de entonces y zuecos desde principios del s. XVI. No obstante, en latín medieval se desarrolló también un socca-soccus con el significado de ‘tocón, tronco o tarugo’, término que numerosos etimólogos derivan de una hipotética voz celta *tsucca. Sea por intromisión prerromana o por ampliación semántica de la voz latina, el hecho es que quien se hace el sueco pretende no enterarse, tal como si fuese un trozo de madera. Hacerse el sueco vale tanto como hacerse el despistado o, en cierto modo, hacerse el tonto, y al tonto, como a los trozos de madera, les llamamos tarugos o zoquetes (palabra también procedente de soccus). De manera análoga, el catalán posee la voz soca, que como sustantivo significa ‘tronco de árbol’ y como adjetivo, ‘de entendimiento obtuso’, y, en estrecha relación con ello, el castellano atesora en el semiolvido el uso coloquial de la locución hacerse el soca, equivalente a ‘hacerse el tonto’.

La pregunta de la semana (1)

Selfi publicado por la presentadora Ellen DeGeneres durante la ceremonia de entrega de los Oscar 2014.

¿Por qué llamamos selfis a las autofotos o autorretratos?

Es muy poco frecuente llegar a conocer el momento prístino de creación de una palabra, salvo que se trate de tecnicismos. El proceso suele ser anónimo: alguien genera un neologismo, lo pone en circulación y el idioma lo hace suyo. Sin embargo, en ocasiones, queda constancia de quién y cuándo acuña un término. Por ejemplo, Carolina Alguacil, en una carta al director que se publicó en 2005 en El País, fue la primera en utilizar la palabra mileurista. Tres años antes, exactamente a las 14:55 del 13 de septiembre de 2002, un australiano llamado Nathan Hope había sido quien por primera vez había usado el término selfie, concretamente, en el Foro Científico de Autoservicio Dr. Karl.

Al principio, el neologismo no se expandió rápidamente entre los anglohablantes, por lo que bien podría haberse quedado en agua de borrajas. Sin embargo, en 2013, el Diccionario Oxford ya declaraba selfie como palabra del año y, al siguiente, la Fundéu hacía lo propio con la correspondiente adaptación al español: selfi. Sin duda, las redes sociales (RR. SS.), en general, e Instagram, en particular, desempeñaron un papel principal en la expansión del término. Y es en esta efervescencia de la inmediatez que generan las RR. SS. donde radica también el éxito de la voz selfie. Porque, en un principio, ¿qué aportaba semánticamente este neologismo con respecto al compuesto preexistente self-portrait o, de igual manera, su calco selfi con respecto a autorretrato? Sin duda, poca cosa; pero, entre otras consideraciones, se trata de una expresión mucho más ágil. El principio de economía del lenguaje, que acuñase André Martinet ya hace años, nos recuerda que el hablante tiende a expresarse de la manera más breve y menos trabajosa posible. Y, si hay un entorno de comunicación escrita especialmente proclive a las abreviaciones, ese es sin duda el de los chats. Selfie (como veggies, firie o postie, en vez de vegetables, firefighter o postman, respectivamente) poseía, de salida, dos virtudes: era informal y ligero. Luego, claro, todos nos pusimos a tomarnos fotos con los móviles y la chispa léxica se convirtió en inextinguible llama.

Existe además otra razón de peso para el éxito de la voz selfi: su significado restringido respecto del que posee autorretrato. Un autorretrato, es decir, un retrato de una persona hecho por sí misma, puede ser una fotografía, una pintura, una descripción…; en cambio, por selfi se entiende solo aquella ‘fotografía de una o más personas hecha por una de ellas, generalmente con un teléfono inteligente y para compartirla’. Como se ve, el grado de concreción semántica es mucho mayor y en él la intención artística tiene mucha menor cabida, no en vano el texto que acompañaba aquella pionera selfi de Nathan Hope era «Y perdón por el enfoque, fue una selfie». La tecnología avanza y el lenguaje no se queda en zaga.

En 2018, año de la inclusión de selfi en el diccionario académico, la RAE introdujo también el neologismo autofoto, nombre compuesto destinado a rivalizar con el anglicismo; pero ya era tarde y tiene viso de quedarse en simple sinónimo total de uso minoritario. Aunque, si he de ser sincero, subjetivamente, me parece el término más apropiado para nombrar, por ejemplo, las obras que son deudoras de aquel primer daguerrotipo tomado en la Filadelfia de 1839 por el pionero Robert Cornelius.

Desde el punto de vista morfológico, selfie es un acortamiento sufijado, y, si se me permite el atrevimiento, de haberse dado este proceso en castellano de manera análoga a como se ha dado en inglés, el neologismo bien podría haber sido algo así como auteo, resultado del acortamiento de autorretrato y la sufijación de auto (aunque, en nuestro idioma, el sufijo –eo suele usarse para crear sustantivos derivados de verbos acabados en –ear, como veraneo, de veranear).