Migrante

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La Asamblea General de la ONU, ante el aumento de los flujos migratorios en el mundo, proclamó que el 18 de diciembre se instituyese el Día Internacional del Migrante.

A buena parte de los hablantes, aún hoy, les sorprende el término migrante, pues hasta no hace tanto el uso habitual para referirse a esta realidad, terrible en demasiadas ocasiones, era mediante los derivados emigrante o inmigrante, según la perspectiva con que se enfocase el tema. Efectivamente, el sustantivo emigrante pone el foco en la persona que abandona su tierra para establecerse en otra, mientras que inmigrante hace referencia a esa misma persona, pero desde la perspectiva de quien ha llegado ya al nuevo destino para asentarse en él. Es decir, que mientras que Huang, Singh, Maalouf o Kovalenko se consideraron a sí mismos emigrantes al partir, al llegar, se sintieron inmigrantes. Mis propios padres, como los de tantos en Cataluña, formaron parte de los flujos migratorios de los años 60 y no fueron sino emigrantes de la Mancha e inmigrantes en Cataluña. Las dos caras de la misma moneda.

Por todo ello, resulta conveniente disponer en el idioma de un término que, de modo menos restrictivo, se defina simplemente con el sentido lato de ‘que migra’. A tal propósito, en 1989, la RAE incluyó en su DLE el término migrante como participio activo de migrar. En la edición actual del diccionario académico, figura ya como adjetivo, susceptible de sustantivación, que se aplica a personas. La precisión es pertinente, pues cabe recordar que los animales que migran no son migrantes, sino migratorios. Incluso sus desplazamientos, así como los de los seres humanos, son movimientos migratorios y no migrantes.

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