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Acoso escolar “avant la lettre”

Recuerdo que, hace aproximadamente un año, parte de los miembros —y miembras, que diría según quién— del Departamento de Lengua y Literatura Castellanas de nuestro instituto wasapeamos brevemente en torno a Irene Vallejo y a su libro El infinito en un junco. El intercambio de wasaps lo inició Pascual, difundiendo un vídeo en el que esta escritora y doctora en Filología Clásica reivindicaba el papel de la mujer —tan trascendente como oculto— en la escritura y, para ello, nos hablaba de la poetisa Enheduanna, primera entre todos los escritores de la historia, o de la también poetisa Safo de Mitilene o de Aspasia, maestra de retórica e historiadora en la Atenas de Pericles.

Pascual había sacado a colación el vídeo de Irene Vallejo como apunte para un trabajo de investigación sobre las Sinsombrero, que nuestro departamento tenía y aún mantiene propuesto para poder ser desarrollado por cualquier bachiller en busca de tema para su TdR. Sin embargo, a mí, la voz de Vallejo, en una fecha tan próxima a la de este 4 de noviembre en que se conmemora el Día Internacional contra la Violencia y el Acoso en la Escuela, me ha hecho pensar de inmediato en un podcast de la serie Aprendemos Juntos BBVA que yo había oído en algún momento de aquel verano tan pandémico de 2020. Se trata de un audio del que forma parte el razonamiento que se expone en el vídeo en cuestión.  La razón de que yo haya recordado tal audio reside en que, en él, la autora cesaraugustana confesaba haber sido víctima de acoso escolar durante la infancia, una experiencia terrible que por aquel entonces incluso carecía del nombre con que denominarla, una experiencia de risas crueles y de golpes, aún nítida en el recuerdo de la mujer adulta, una experiencia dolorosa y largamente silenciada de la que la niña que fue luego escritora escapó gracias a la lectura.

Desde esta entrada de blog, os invito a que escuchéis aquí la voz dulce y sosegada de Irene Vallejo. Hoy es, sin duda, un buen día para prestar atención a esta confesión y comprender que el silencio ante este tipo de situaciones de abuso nunca es la solución. Está en nuestras manos denunciarlas, no solo las que pueda sufrir cada uno, sino también las que sepamos que están sufriendo los demás.

Sándwich

sándwich

Fotografía de Jnj, tomada en el aula Natura durante la hora del patio

Aprovechando que hoy se conmemora oficiosamente el Día Mundial del Sándwich, saquemos a colación alguna curiosidad acerca de la palabra que le da nombre.

La primera es relativa al origen del apelativo con que conocemos este tipo de bocadillo. En su forma actual, sándwich, es un calco por adaptación del inglés sandwich, sustantivo que, como el mismo DLE nos refiere en su entrada correspondiente, los británicos toman del nobiliario título de John Montagu, quien fuese conde de Sandwich durante gran parte del siglo XVIII. Al parecer, la suerte del epónimo se debe al hecho de que el tal conde, jugador de cartas empedernido, no era amigo de perder tiempo de juego durante una buena partida para dedicarlo a pausas gastronómicas en las que saciar el apetito, de modo que se hacía traer a la mesa de juego unas rebanadas de pan entre las cuales habían sido colocadas unas tajadas de carne. Aunque parece ser que el invento no se le puede atribuir a él, lo cierto es que, al poco, el asunto había creado escuela, y preparar comida al modo del conde de Sandwich se acabó convirtiendo en una costumbre.

El primer diccionario de referencia en nuestro idioma que incluye una entrada para esta palabra es el Diccionario enciclopédico de la lengua castellana, publicado en 1895 por el canario Elías Zerolo, el granadino Miguel de Toro y Gómez y el colombiano Emiliano Isaza. La definición que figuraba era la siguiente: «Palabra ingl. que significa pastel, y se compone de una delgada lonja de carne fiambre, colocada entre dos rebanadas de pan. En castellano se llama emparedado». Por su parte, la RAE no la recoge hasta la edición en 1927 de su Diccionario manual e ilustrado de la lengua española, donde figura sin tilde y señalada mediante asterisco como xenismo: «(Voz inglesa; pronúnciase sángüich.) m. Emparedado, bocadillo, lonja de jamón o de fiambr[e] entre dos pedacitos de pan». El calco por adaptación no fue recogido por la academia hasta la edición del diccionario de 1989.

Como bien se observa, de una u otra forma, ambas obras lexicográficas destacan, en sus respectivas entradas, la preferencia por el sustantivo emparedado. En ese sentido, recuerdo que, durante los tiempos mozos de mi educación secundaria, los profesores acostumbraban a aleccionarnos con la monserga de que debíamos llamar al sándwich emparedado, por ser esta una palabra nacida del patrio genio idiomático. A ello, ha de añadirse el hecho de que las traducciones televisivas de aquel entonces parecían preferir también esta voz parasintética surgida de la primitiva pared. Efectivamente, emparedados y no sándwiches era lo que Pilón, el glotón amigo de Popeye, devoraba compulsivamente en cada escena, y emparedados eran también los que el oso Yogui y el bueno de Bubú solían hurtar de sus cestas de merienda a los turistas del parque Jellystone. En cualquier caso, nuestro mundo era decididamente de bocadillos; más concretamente, de bocatas. Y, para cuando el clásico de jamón de York y queso entre calientes rebanadas de pan de molde planchado quiso conquistar los estómagos de nuestra generación durante las noches de cena ligera, ya todos lo llamamos bikini (o, según proceso de elipsis, mixto, más allá del Ebro).

Por cierto, el nombre bikini, aplicado a este sándwich, no se debe a ningún tipo de analogía con el bañador de dos piezas femenino: nada tiene que ver que incorpore dos ingredientes como relleno; nada, que se componga de una rebanada de pan de molde superior y otra inferior; nada, que suela servirse cortado en forma triangular… Se denomina bikini porque Bikini era el nombre de la famosa sala de baile barcelonesa donde se servía como bocadillo de la casa, según reinvento sui generis del francés croque-monsieur.

Con un epónimo, comenzábamos esta entrada, y, con un epónimo, la concluimos aquí. Porque la del bikini es ya otra historia.

2.ª ed. del artículo publicado originariamente el 3 de nov. de 2020 en este mismo blog.