Monthly Archives: septiembre 2021

DEL 2021

Europallingues.jpg
CC BY-SA 3.0, Enlace

Hoy, domingo, como cada 26 de septiembre, se conmemora el Día Europeo de las Lenguas (DEL). A tal propósito, el Consejo de Europa apoya y coordina la efeméride que el Centro Europeo de Lenguas Modernas pone al alcance de todos a través de su página web.

Llegada esta fecha, resulta difícil resistirse a la tentación de introducir en un blog como este algunos chascarros basados en datos curiosos sobre lenguas europeas. Por ejemplo, ¿sabes cuál es la palabra más larga del castellano? ¿Y la de cualquier lengua europea?

Supercalifragilísticoespialidoso sodolipiaescotilisgifralicapersu son divertidas respuestas que a más de uno os pueden haber pasado por la mente; pero no se trata exactamente de voces del castellano, como tampoco lo son del inglés, pues se hallan fuera de los lexicones respectivos y resultan poco menos que nulas comunicacionalmente. También es posible que alguno de vosotros sea capaz de recordar el palabro que jocosamente mencionamos durante cierta clase: hipopotomonstrosesquipedaliofobia. No obstante, si abordamos la respuesta con seriedad y buscamos información fiable, la palabra que aparece con más letras en lengua castellana es anticonstitucionalmente. De hecho, las traducciones de esta palabra al catalán (anticonstitucionalment) y al francés (anticonstitutionnellement) también son las palabras más largas en dichos idiomas.  Con todo, sus 23 letras empatan con las 23 de esta otra: electroencefalografista. Unas y otras, sin embargo, se hallan muy lejos de las 67 que posee la voz alemana con la que los germanos se refieren a cierta ordenanza sobre bienes raíces:

Grundstücksverkehrsgenehmigungszuständigkeitsübertragungsverordnung.

Y sobre todo, quedan más lejos aún de las 131 con que cuenta la voz sueca que ostenta el récord de ser la palabra europea más larga:

Nordvästersjökustartilleriflygspaningssimulatoranläggningsmaterielunderhållsuppföljningssystem-
diskussionsinläggsförberedelsearbeten.

Por cierto, Aristófanes, el famoso dramaturgo de la Antigüedad griega, ya en una época tan lejana acuñó socarronamente las 183 letras que designaban un plato ficticio compuesto de toda clase de manjares:

λοπαδοτεμαχοσελαχογαλεο-κρανιολειψανοδριμυποτριμματο-σιλφιοκαραϐομελιτοκατακεχυμενο-κιχλεπικοσσυφοφαττοπεριστερα-λεκτρυονοπτεκεφαλλιοκιγκλο-πελειολαγῳοσιραιοϐαφητραγανο-πτερυγών.

Si sientes curiosidad por saber cuáles son las palabras más largas en el resto de idiomas europeos, puedes consultar la web del Día Europeo de las Lenguas, en la que podrás encontrar estos y otros muchos datos curiosos (por ejemplo, que burro en italiano no significa ‘asno’, sino ‘mantequilla’ o que lo que en inglés es un ‘atún’, en castellano es un grupo musical de estudiantes que cantan Clavelitos o Cielito lindo). Además, la página cuenta con una amplia selección de entretenimientos y juegos lingüísticos.

Feliz domingo. Y adiós, adéu, agur, adeus, au revoire, bye, arrivederci, αντιο σας…

A otoñar felizmente

A pesar de que el verano ya ha acabado, es más que probable que todavía quede gente veraneando. En una población costera tan turística como la nuestra ello se hace evidente enseguida, incluso en una época tan difícil como esta que la pandemia nos obliga a vivir.  El verano constriñe sus límites astronómicos entre el solsticio sanjuanesco y equinoccio de septiembre ; pero tales límites no impiden que el veraneo, cuyas fechas fija el calendario laboral, adentre su recta final en  el otoño.

Y si veranear significa ‘pasar las vacaciones de verano en un lugar distinto al de residencia’, de ahí puede inferirse que invernar bien podría ser también el trasunto vacacional de los días navideños. Pero no: invernar significa sencillamente ‘pasar el invierno en un lugar’, por lo que uno puede invernar perfectamente en su propia casa. O hibernar, aunque esto corresponde con mayor propiedad aún a osos, ranas o marmotas.

La primavera no cuenta con un derivado verbal. Es decir, no se puede primaverar ni primaverear. Acaso el próximo marzo, deberíamos ponernos a innovar con el lenguaje y acuñar el término. Después de todo, de ser cierto eso de que la primavera la sangre altera, al hecho de mostrar las consecuencias de tal alteración bien podríamos llamarlo primaverar. Y así, los profes podríamos comentar que este año los alumnos de tal o cual curso sin duda primaveran mucho más que los del año anterior o que fulanito o menganita se pasan la mañana primaverando y que a ver si al final no van a conseguir aprobar.

Finalmente, el otoño sí posee un derivado verbal: otoñar. Quizá no sea la palabra mas usada del castellano, pero ya se documenta, como puede comprobarse en la imagen que encabeza esta entrada, en el Vocabulario español-latino de Nebrija, publicado en 1495. Además, sus tres acepciones recogidas en el lexicón académico otorgan a su significado un ámbito referencial muy vasto: otoña la hierba que brota en otoño, se otoña la tierra que adquiere tempero cuando llueve suficientemente en otoño y otoña el ser humano que simplemente pasa el otoño de una u otra manera.

Así pues, apreciados alumnos y lectores en general, el Departamento de Lengua y Literatura Castellanas del Institut Ramon Coll i Rodés os desea que otoñéis felizmente hasta superar este primer trimestre en que ya nos hallamos inmersos.

Arte y revolución

En la primera clase del curso tras la presentación de la materia, hemos ubicado la literatura en el ámbito cultural al que pertenece de pleno derecho: el arte. Ahora bien, el punto de partida se ha revelado más evanescente que sólido, porque… ¿qué es el arte?

Desde su asiento junto al ventanal, Pol no ha dudado en sentenciar que todo es arte.  Y, posiblemente, todo pueda llegar a ser arte; pero no todo es arte. El arte no es casual, es necesaria la voluntad de crearlo, es decir, es necesaria la presencia de un artista. A partir de ahí, la plasmación de lo imaginado o la interpretación de lo real mediante recursos plásticos, sonoros o lingüísticos puede ser más o menos admirada y reconocida según gustos estéticos, impactos emocionales, cargas ideológicas… Hay quien contemplará con embeleso cautivado el Cuadrado negro de Malévich y hay también quien lo definirá como una tomadura de pelo. ¿No es perfectamente reconocible el argumento de que eso —entiéndase el cuadrado negro de marras— lo puede pintar cualquiera? Y, sin embargo, pende en la pared de un museo. Algo similar puede suceder con la Fuente de Duchamp, que, en primera instancia, no es otra cosa que un urinario de porcelana. Y, sin embargo, a nadie se le ocurrirá llevar a cabo en ella un acto mingitorio.

En fin, que como lo nuestro es la lengua y la literatura, en 4.º de ESO hemos arrimado el ascua a la sardina literaria y hemos leído un cuento de Sławomir Mrożek que se presta, entre otras muchas interpretaciones, para debatir sobre las vanguardias artísticas:

En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.

Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.

Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.

Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.

Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.

La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.

Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.

Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.

Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario.

Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.

Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.

Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio —es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.

De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.

Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.

Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.