Monthly Archives: marzo 2021

Día Mundial del Teatro

Representación de “Luces de bohemia” a cargo de Teatro del Temple.

Hoy hemos conmemorado, como cada 27 de marzo desde hace sesenta años, el Día Mundial del Teatro. Aprovechemos aquí los últimos instantes de la efeméride para disfrutar de una pequeña muestra de las representaciones profesionales con que ha contado Luces de Bohemia sobre los escenarios españoles desde el día de su estreno en 1970, cuarenta y siete años después de aparecer su versión definitiva.

Dado que este clásico valleinclanesco es una de las lecturas prescriptivas incluidas en la PAU de Lengua y Literatura Castellanas de este curso, es fácil que los alumnos de 2.º de bachillerato reconozcáis fácilmente en esta selección los fragmentos de la definición del esperpento que el protagonista de la obra, Max Estrella, ofrece no solo a su partenaire, Don Latino de Híspalis, sino, en general, al espectador (¿o debería decir lector?) del drama:

«Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos, dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. […] Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo, son absurdas. […] La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo, las normas clásicas» (escena XII).

Agua

Imagen de suju-foto en Pixabay

Hoy se conmemora el Día Mundial del Agua. La efeméride, proclamada por la ONU en 1993, trata de concienciar al ser humano de la importancia de cuidar el líquido elemento, dada la importancia capital que posee para la vida en nuestro planeta. Asimismo, se quiere dar a conocer la problemática de los millones de personas que no tienen acceso al suministro de agua potable. Este año, además, resulta obligatorio poner de manifiesto la trascendencia del agua para frenar epidemias y enfermedades infecciosas: lavarse las manos resulta fundamental, no solo para cortar la transmisión de la covid-19, sino la de otras muchas enfermedades.

Trayendo el agua a nuestro molino, la importancia de este elemento también se demuestra idiomáticamente: en la lengua castellana, el sustantivo agua posee 16 acepciones, es el elemento inicial de 85 compuestos sintagmáticos, forma parte de otros 67 y es un componente en 72 expresiones lexicalizadas, entre locuciones y frases hechas. Así, podemos halagar al ser querido si le bailamos el agua; afligirnos por cuestiones de poca monta si nos ahogamos en un vaso de agua; congratularnos por la oportunidad con que nos acontece un beneficio que recibimos como agua de mayo; decidirnos a arrostrar un riesgo y echarnos al agua; o ir y venir sin decir agua va, o sea, sin previo aviso. Todo un tesoro lingüístico, sin duda.

Imagen superior de suju-foto en Pixabay.

Día Mundial de la Poesía

Imagen de jplenio en Pixabay

Todo poema es merecedor de ser estandarte del Día Mundial de la Poesía. Por ejemplo, “La pequeña llama”, de Juana de Ibarbourou, un lírico soneto de rima variable en los cuartetos.

Yo siento por la luz un amor de salvaje.
Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge;
¿no será, cada lumbre, un cáliz que recoge
el calor de las almas que pasan en su viaje?

Hay unas pequeñitas, azules, temblorosas,
lo mismo que las almas taciturnas y buenas.
Hay otras casi blancas: fulgores de azucenas.
Hay otras casi rojas: espíritus de rosas.

Yo respeto y adoro la luz como si fuera
una cosa que vive, que siente, que medita,
un ser que nos contempla transformado en hoguera.

Así, cuando yo muera, he de ser a tu lado
una pequeña llama de dulzura infinita
para tus largas noches de amante desolado.

Étimos estacionales

Floración del cerezo en el Jerte (IV) ©, por Jnj

Esta mañana, a las 10: 37, hora peninsular, «La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido». Bueno, esto es lo que acertada pero líricamente sentenció Antonio Machado. Científicamente, resulta que sí se sabe, claro: la astronomía se encarga de traérnosla mediante el equinoccio de primavera.

Precisamente, en algunas clases de 2.º de bachillerato impartidas esta semana, se ha sacado (que no traído) a colación este concepto astronómico y cuán clarificadora resulta la etimología de la voz que le da nombre, derivada del latín aequinoctium, formada a su vez por aequus ‘igual’ y nox ‘noche’. He recordado entonces un artículo que escribí en otro blog tal día como hoy de hace siete años. En él hablaba de los étimos que han dado lugar al nombre de las estaciones del año y aprovechaba el de “equinoccio” para cerrar el escrito. Lo transcribo a continuación, por si a alguien resulta interesante.

Para nuestros papis culturales, los romanos, solo había dos tiempos en los que dividir el año, esto es, dos estaciones: una, muy prolongada; y la otra, breve. La primera debía su mayor extensión a que estaba compuesta por la suma de lo que hoy llamamos primavera, verano y otoño, mientras que la más breve correspondía al invierno, entonces llamado hibernum tempus, propiamente, ‘tiempo hibernal’. Ver / veris, a su vez, era la palabra con que se aludía a esa otra estación mucho más prolongada, y su significado, propiamente, era el de ‘primavera’; aunque como veremos enseguida, andado el tiempo, dio lugar a nuestra voz verano. No obstante, en determinado momento, antes de que el latín se vistiese definitivamente de castellano  —y de catalán y de francés…—, el comienzo de esta larga estación se llamó primo vere ‘primer verano’, y, más tarde, prima vera, de donde, finalmente, brotó nuestra primavera. Fue por entonces también que la época más calurosa, por oposición al hibernum tempus, tomó el nombre de veranum tempus, literalmente, ‘tiempo primaveral’, aunque de ahí, mediante elipsis del término contiguo, nace nuestro verano, como de la otra, por idéntica causa lingüística, surge invierno.

Con todo, a pesar de este desmembramiento, la estación cálida todavía era más prolongada, hasta que, en cierto momento, su período final, correspondiente al tiempo de las cosechas, fue llamado autumnus, voz derivada de auctus ‘aumento’, ‘crecimiento’, ‘incremento’, que procedía, a su vez, de augere ‘acrecentar, robustecer’. El vocablo latino autumnus es el que se aclimató en nuestra lengua como otoño.

De toda esta intrincada nomenclatura estacional —que lo fue más hasta el siglo XVI, pues vino a colarse, en el intervalo entre primavera y verano, el estío—, quedan vestigios en nuestra lengua: verbigracia, el adjetivo vernal, el cual se aplica con igual rigor al solsticio, para señalar ‘verano’, que al equinoccio, para señalar ‘primavera’.

Por cierto, ya que en estas de la etimología andamos: qué descriptiva voz esa con que adviene la primavera: equinoccio, donde equi- ‘igual’ y noccio ‘noche’, pues, por hallarse el Sol sobre el ecuador, la noche dura igual que el día.

Feliz primavera a todos.

Melancolía vs. nostalgia

Suele haber cierta tendencia a la confusión a la hora de distinguir los conceptos de melancolía y nostalgia. Más allá del hecho de que aquella la entendemos como un estado anímico y esta, en cambio, como una reacción anímica, la confusión se debe, obviamente, a que la nostalgia es una tristeza de carácter melancólico producida por el recuerdo de una dicha dejada atrás.

Con ocasión del Día Mundial de la Poesía, ayer y hoy, en las clases de 2.º de bachillerato hemos leído el celebérrimo “Poema 20” de Plablo Neruda. En él, precisamente, nos damos de bruces con la nostalgia de un amor que fue, pero que ya no es (aunque quizá lo sea en algo), es decir, asistimos a un amor dichoso que ha quedado anclado en el pasado. Por eso, el poeta nos recuerda una y otra vez que podría escribir los versos más tristes esa noche.

Puedo escribir los versos más tristes está noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.

Los tres poemas del timbre

El timbre musical con que señalamos los cambios de hora en el instituto nos trae durante esta semana canciones que versionan poemas en castellano, catalán, latín e inglés. De resultas, en la primera clase semanal de castellano impartida a los grupos de 2.º de bachillerato, se han recitado los tres poemas que se hallan musicados en esta lengua: “No volveré a ser joven”, de Jaime Gil de Biedma; “Pequeño vals vienés”, de Federico García Lorca; y “Vientos del pueblo”, de Miguel Hernández.

En el primero, a través de una lenguaje llano, cercano, propio de los poetas de la Generación de los 50, Gil de Biedma nos ofrece una introspección desengañada y melancólica acerca de la existencia del ser humano. El paso inexorable del tiempo nos vuelca, sin tránsito en el poema, sobre la certeza de la muerte. Los alumnos han tenido la oportunidad de reconocer en él algunos de los tópicos literarios que aparecen en el glosario terminológico de la PAU de Lengua Castellana: theatrum mundi, carpe diem, memento mori, tempus fugit

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
—como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
—envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

En el segundo, García Lorca nos deja entrever apenas un dolor amoroso homosexual que se esconde tras herméticos versos que rezuman irracionales metáforas surrealistas. La ciudad fría de Nueva York no es capaz de hacerse eco del sentimiento humano y el poeta intenta huir de ella a través del marcado ritmo métrico con el que la composición emula el compás 3/4 valsístico. Los alumnos de la materia de modalidad han podido contrastar al Lorca de Poeta en Nueva York con el del Romancero gitano que andamos analizando estos días.

En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del “Te quiero siempre”.

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.

En el tercero y último poema de esta selección, Miguel Hernández compone una enardecedora arenga dirigida al pueblo español, individualizado según sus orígenes regionales (castellanos, murcianos, vascos, catalanes…). La Guerra Civil ha empezado hace unos meses y el poeta siente la necesidad de que sus versos se comprometan con la causa republicana. El español ha de ser león, ha de ser águila, ha de ser toro y no buey doblegado por el yugo de la opresión.

Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.

No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.

¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros, de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.