Aquella noche tuve un sueño realmente curioso. Iba paseando por el centro de Barcelona en compañía de don Quijote. Su atuendo era un tanto original…Iba vestido con una amplia camisa blanca con los puños ajustados y repleta de unos extraños broches que él mismo decía que le había otorgado un marqués de Valencia. Lucía unos pantalones por encima de las rodillas, de un color rojizo tirando a granate. En los pies llevaba puestos unos pantuflos muy gastados y también se podían ver unos calcetines altos de color azul que le llegaban hasta las rodillas. Su pelo estaba alborotado y lleno de canas, y en sus oscuros ojos había dibujadas unas grandes ojeras que se podían ver a distancia.
Según don Quijote, su hermosa doncella Dulcinea estaba perdida por Barcelona y yo tenía que ayudar a buscarla. Don Quijote no conocía nada de la ciudad, pero me dijo que lo llevara a los lugares más importantes y conocidos.
Primero fuimos a dar una vuelta por el centro y el pobre estaba tan desesperado que todas las mujeres robustas que veía, hermosas para él, le parecían Dulcinea. Le llevé por los lugares más famosos de Barcelona: el Parc Güell, la Sagrada Familia… ¡incluso fuimos al zoo!
Mientras recorríamos Barcelona, en lo alto de la montaña de Montjuic vio a una mujer que gritaba su nombre. Obviamente todo era fruto de su imaginación, pero el caballero andante fue hasta allí. Entonces me desperté y comprendí que había sido un sueño.
Ariadna Rodríguez Silvestres 2.2