Hay veces que cuesta ser feliz, hay días en los que lloras y no sabes por qué; llegas a tu habitación y estallas en un llanto lo suficientemente silencioso como para que duela. Suele ser difícil para mí, agradecer y escribir sobre cosas alegres, pero una de aquellas noches en las que te ofuscas, alguien me dijo: “Sobran los motivos para sonreír cada día, solo hace falta encontrarlos, no te imaginas lo afortunada que llegas a ser”. Feliz, me dije, qué palabra tan efímera y comencé a reunir motivos para demostrarme a mí misma lo contrario.
- Poder levantarme un fin de semana, mirar por la ventana y ver que hace un día precioso, respirar hondo y hacer una lista mental de mis objetivos para el sábado.
- Terminar una serie de televisión o cerrar la tapa de un libro acabado y quedarte unos instantes mirando aturdida a un punto fijo mientras te resbala una lágrima por la mejilla o se curvan tus labios para sonreír.
- Me siento feliz cuando mi prima viene corriendo y gritando mi nombre calle abajo y me da un gran abrazo y luego me pregunta. _ ¿Hoy te quedarás un ratito a jugar?
- Cuando mi hermano decide seguir uno de mis consejos, me recuerda que pese a todo quizá, sí soy una buena hermana mayor.
- Que mi abuelo me cuente una historia importante para él y se ría de sus propias gracias, su felicidad es la mía. Sé que no estará mucho más con nosotros.
- Que me duela la barriga de tanto reírme después de una jornada con mis mejores amigas.
- Poder saborear un plato nuevo, incluso volver a paladear las recetas de mi madre y mi abuela.
- Poder cumplir mis objetivos en la vida.
- Que mis padres se quieran y estén juntos.
- Pero, sobre todo, me hace inmensamente feliz poder escribir esta lista y saber que podría estar tecleando infinitamente.
Es algo bastante irónico, la verdad, todas esas cosas de la lista me hacen inmensamente feliz; sin embargo, ahora mismo estoy llorando. En definitiva, la felicidad siempre está ahí, tan solo hay que verla y comenzar a disfrutarla.
Emma López 3.2