Las incongruencias históricas son la sal del arte, incluido el religioso.
Cuando el cristianismo se erigió en la religión preponderante en Europa, la pintura pautó diversas estampas obligadas. La Virgen maría con el niño, la creación, la crucifixión de Cristo… La última cena fue la más popular, sobre todo a partir del momento en el que en las casas empezaron a colgar cuadros con reproducciones. De niño me fascinaban los comedores de algunos de mis amigos, que tenían en la pared una representación de la última cena, presidiendo la mesa en la que la familia comía. No era una redundancia visual, pero había ahí algo -¡la santa cena presidiendo la cena cotidiana de la gente!- que me resultaba hilarante.
La pintase quien la pintase, la disposición frontal sufría pocas modificaciones. La más importante, que hubiese comensales en ambos lados de la mesa o que solo los hubiese en uno. Era una solución más teatral (más falsa) pero más efectiva: Juan de Juanes, Tintoretto, Leonardo Da Vinci, Tiziano… Mucho después llegó el siglo XX y, enana secuencia de Viridiana, el gran Buñuel creó la última cena más incendiaria de la historia. A partir de ahí el cuadro empezó a desaparecer en las paredes y poco a poco fue sustituido por el Guernika de Picasso, que acabó convertido en un tópico tan cargante como antes lo había sido el otro.
Monzó, Quim (2010) . Seré breve. Una última cena tras otra. Barcelona : La Vanguardia. Magazine, 14.
Leonardo da Vinci. La última cena
Leibovitz, Annie (2007) . La última cena. Los Soprano
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