de un fotógrafo anónimo
Sí que es verdad que me dio un poco de asco retirar los gusanitos del fondo de la alacena, pero todo es tan normal que visualicé ese mismo espacio reluciente, impoluto, aromatizado, y me olvidé de ello. Para qué contarlo. Pero no me gustó nada encontrarme uno de ellos en el fondo del bolsillo del pantalón limpio. ¡Joder! La habitación está en la otra punta del piso. Como quien ve crecer una peca y no se la mira así me tomé esa sorpresa. Sí que es verdad que recordé durante varias horas aquel cosquilleo blanduzco en mis dedos. Pensé que era el cuero del llavero y no. Eso sí, ahora abro y cierro el armario de la cocina unas cuantas veces al día: nada. Pero una cosa, dime, ¿no es posible no que alguien metiera un gusano idéntico en un sobre de mi buzón? Y que al abrirlo no hubiera nada, solo el vacío y el pobre asqueroso animal muerto, ¿verdad que no? Tío, tranquilo, tío. Anteayer, ¿por qué cayó uno al suelo de la bañera mientras me duchaba? ¿Acaso alguien pretende asustarme? Es verdad que estoy a punto de contárselo a mi hermano, es quien escucha impasible mis conclusiones sobre el mundo. Quedaremos en un bar del barrio, y hablaremos. No empezaré por lo del armario, haré que la conversación fluya, me quejaré de la limpieza y tal… Eso sí, espero que no me pase lo que me está pasando ahora. Ahora mismo, mientras escribo, ha caído uno muy cerca del teclado y se mueve, se retuerce. Tío, tranquilo, tío. Puedo cerrar la boca, apretar los dientes, mantener la respiración, cerrar los ojos. Es igual y ya van tres: tío, tío… están saliéndome por detrás, vienen de atrás, no sé de dónde. Tí…, t…
Relato con gusano (o con más de uno). Extensión libre.