Sangre

blood

[Foto: Geoff Mock]

Fue una idea brutal, inesperada, brillante. Llevaba años sin una ocurrencia rentable, encerrado en el pequeño taller fundiendo oro para economías de subsistencia. Recordó aquella vez que consiguió algo en plata que tuvo una relativa repercusión en el mercado, al menos durante el verano. Esto era mejor. Ilusionado, tomó aire. El nuevo proyecto consistiría en un recipiente minúsculo, de finísimo cristal, que engastaría con hilos de oro de alta calidad. Anillos, colgantes, pendientes. Debía calibrar pesos y coste, definir un perfil potencial suficientemente amplio y una publicidad fresca, pero agresiva. Llenaría sus joyas con su propia vida, de un rojo rubí: nacía la colección Trombocitos.

Relato con sangre, extensión libre.

18 thoughts on “Sangre”

  1. Era una tranquila y soleada tarde de primavera en mi barrio favorito de Londres, Soho. Siempre me gustaba pasear por allí antes de empezar a trabajar en una cafetería muy popular en aquellos años, en la esquina de Old Compton Street. Como siempre, la calle estaba llena de gente alegre, paseando. Trabajadores de empresas de posproducción de cine, muchas de ellas establecidas en Soho todavía ahora… los veo acarreando pilas de cintas de película por todos lados, casi como en un video juego.Y un montón de simpáticos mensajeros en bici que recorrían todas las calles del centro de Londres. Recuerdo ese día tan claramente como si el tiempo no hubiera pasado. Yo estaba detrás de la barra ayudando a un cliente, mientras los clientes habituales -principalmente chaperos sentados en taburetes frente a las puertas principales como en las calles del barrio rojo de Amsterdam- miraban hacia afuera buscando la atención de los transeúntes. La mayoría de los clientes estaban cómodamente sentados en el sótano, donde había sofás, sillones y donde fumar estaba permitido. Allí estaban tranquilos leyendo, charlando o descansando frente a un buen café hasta que… El vidrio empezó a temblar y la presión del aire tiró todo al suelo y el fuerte y grave sonido de la explosión trajo un repentino silencio y todo se vino abajo. Todos sabíamos que Soho era el próximo objetivo del terrorista neonazi David Copeland y ahora ese temor se había hecho realidad. Otra explosión: esta vez es el ruido y los gritos de pánico de la clientela que subían y corrían por la calle sin ocuparse de las personas heridas o muertos que ya eran visibles fuera del pub Admiral Duncan, casi enfrente de la cafetería. Desalojé el café, envié al personal a casa y ayudé a la policía con pañuelos de papel y agua para los heridos, hasta que me enviaron a casa. Durante este período de tiempo intenso y ruidoso, pero de alguna manera silencioso, yo me mantuve tranquilo y sin emociones. Y todavía hoy no comprendo mi reacción. Todo lo que recuerdo visualmente es el color rojo en todas sus tonalidades. Sobre la ropa de la gente, sobre los muertos, en el suelo de mi café y en la calle… sangre.

  2. Qué bonita esa sangre, de color tan especial. Qué bien se ve cuando pasa a través de unos tubitos y va a parar a unas pequeñas bolsas. Bolsas pequeñas de sangre que salvan vidas. Un bravo a todos los donantes.

  3. El silencio solo era perturbado por el leve chispeo procedente de la imponente chimenea, sobre la que descansaba un antiquísimo candelabro bajo el sombrío retrato de un antepasado. Sentado en el extremo de la larga y pesada mesa de nogal, Vlad el Empalador sentía como el fluido rojo, aún caliente, se deslizaba desde la cristalina copa entre sus largos colmillos y acariciaba dócilmente su lengua. Sonrió. Lo que en realidad saboreaba era la confirmación de que el mundo de los mortales, con su incertidumbre y vacilación, seguiría rindiéndose ante él, al que llamaban el Mal. Volvió a sonreír ¡Ja! El bien y el mal… Seguiría burlándose de esa ridícula y artificial antítesis de valores; encarnaría una y otra vez al lobo que se mofa de la moral del rebaño antes de cobrar, entre risotadas, su próxima víctima. Aspiraba ahora el aroma de aquella sangre, que todavía conservaba la calidez de una vida insignificante; y la voz sonó como el cacareo de una gallina: “¡Por Dios, Jacinto!¡Acábate de una vez el vino que aún tenemos que recoger a los niños antes de visitar a mi madre!”

  4. Se siente doblemente traicionado. En este preciso instante no puede ver más allá de su propia rabia, siente cómo se le acelera el pulso, cómo la sangre va mucho más deprisa.
    No tiene el control sobre sí mismo, la tensión acumulada en estos últimos meses ha sido insoportable. Tener que fingir que se creía las excusas de su mejor amigo cuando le decía que no podía ir a tomar una copa por trabajo…No sabe de dónde ha sacado fuerzas para no partirle la cara. Se siente tonto por no haber visto que ella, su mujer, también le mentía; lo que nunca pensaba que podría pasar ha pasado.

  5. Con cada latido mi fin está más cerca, pero ya no me importa. Mientras espero a que la vida me abandone y la sangre tiña de rojo el agua, parece increíble que solo pueda pensar en lo irónico que resulta morir desangrado. Desde el primer momento la sangre ha nutrido a mi cuerpo y con cada latido cumplía su cometido: mantenerme con vida. Ahora, mientras veo como fluye por mis venas buscando el exterior, siento como la vida se me escapa con ella. Es duro pensar que cuando el momento de nuestra muerte se acerca puedas ver cómo tu esencia, lo que marcaba tu nombre y teñía tu piel, se aleje de ti llevándose la vida a su paso. En cierto modo es como dice la gente ‘’ Cuando estás cerca de morir ves pasar la vida delante de tus ojos’’. Qué gracioso me resulta pensar que una frase tan manida ocultaba una verdad de tantas dimensiones. Pero el tiempo de pensar se agota y el cansancio se hace dueño de mi voluntad. No se me ocurre un final apropiado para esta historia, pero así será como la vida misma.

  6. Otra vez más, ese golpe vuelve a retumbar en su mejilla chocando a la vez contra la nariz. Lleva tres años así, golpe tras golpe, día tras día. Su nariz ha perdido la sensibilidad debido a estos ataques diarios, y ha dejado de sangrar tan abundantemente como antes. Se ha hecho inmune a ello. Ella se levanta del suelo como tantas veces lo hace al mes, y se dirige al baño para tapar una vez más esos moratones de su rostro mientras aguanta los insultos de la bestia que vive con ella.
    Claudia tenia pánico a la sangre: era de esas personas que tan solo de verla se mareaba y caía desplomada allá donde fuese. Ahora, tiene máxima amistad con ella, son compañeras diarias.

  7. El lobo paseaba por el bosque sigilosamente buscando alguna presa disponible para echarse al estómago; estaba hambriento. De repente, oye un ruido y se queda inmóvil, sin parpadear y sin casi respirar (la presa podría oírlo y darse a la fuga).
    De momento, no sabía de quién se trataba y andaba ansioso por ver a la pequeña criatura que había emitido semejante sonido. Esperó unos segundos… ¡apenas podía mantenerse en la posición en la que se encontraba! Y como si de magia se tratara, apareció el vil mamífero: un pequeño ciervo que buscaba a su madre desesperadamente.
    Pero el lobo, al verlo, se puso ansioso por devorarlo e hincarle el colmillo… ¡qué festín se iba a pegar! A lo lejos venía alguien volando, un águila con las alas extendidas de par en par y que había visualizado al pequeño ciervo…. Al que no había visto era al zorro. Pero de repente se da cuenta de que el zorro esta allá abajo, estático, como si estuviera disecado. El águila no sabe qué hacer; primero tendrá que cargarse al zorro para poder devorar al ciervo. Ni corta ni perezosa, el águila se lanza directamente en picado y en el mismo momento el lobo se da cuenta y empieza a correr. Empieza una persecución entre el águila y el lobo, uno por tierra y el otro por aire. ¿Quién ganará? Mientras tanto, el pobre ciervo aprovecha la ocasión para salir corriendo y esconderse en su madriguera.
    El águila consigue atrapar al lobo y lo agarra con sus pezuñas y lo picotea. Un sarpullido de sangre empieza a borbotear y a degotar sin parar, el lobo se resiste y le arranca un trozo de ala… para el águila no es problema: sus alas son enormes y funcionan igualmente. Al final el águila lo consigue, deja al lobo casi seco, sin sangre, apenas unas gotas le quedan y ella le picoteaba aún más para darse el gran festín. Lo mejor: el ciervo está a salvo. Esta vez la ley de la selva había estado acertada.

  8. Oscar Pistorius: un hombre que maravillaba al mundo, un ejemplo de superación para millones de personas, un emblema en el mundo del atletismo cuyo amor por las armas se convirtió en una obsesión que terminó por truncar su carrera deportiva y probablemente su vida bajo el charco de sangre de su mujer, a la que asesinó.

  9. Una mañana de domingo, durante un partido de fútbol, me di un golpe en la cabeza contra una valla de hormigón. Caí inconsciente al ver el charco de sangre que formé al darme el golpe en la cabeza.
    Mi madre, que se encontraba en la grada viendo el partido, corrió hacia mí y me encontró tirado en el suelo rodeado de sangre. Mi gran suerte fue que en la grada se encontraba un médico para controlar la situación y todo quedó en 45 puntos en la cabeza, que por suerte el pelo me tapa…

  10. Una larga jornada llegaba a su fin. Se había pasado todo el día limpiando casas para poder alimentar a su pequeña de 10 meses y su embarazo, en avanzado estado, le hacía sentirse exhausta. Después de dejar a la pequeña Sandra en su cuna recogió la casa y se dejó caer, casi sin probar bocado, en la cama, con la esperanza de conciliar un reparador sueño. Apenas llevaba una hora dormida cuando sintió un fuerte dolor en el vientre que la despertó sobresaltada. Aunque aún no había cumplido los dieciocho años, ya era su segundo hijo. No se había podido cuidar mucho durante el embarazo, hacia cualquier trabajo que le ofreciesen: limpiar, cuidar niños, planchar… y siempre llevando a su pequeña con ella la cual ya empezaba a dar sus primeros pasos. Apenas llegaba a los sesenta kilos de peso y el embarazo no había sido muy bueno. Quería pensar que era una falsa alarma ya que se sentía demasiado agotada para afrontar un parto que se realizaba sin anestesia, a solas y con no pocas dudas sobre el estado del bebé, pues ni siquiera le habían hecho una ecografía. Esta prueba estaba reservaba a aquellos que se la podían pagar. El dolor aumentaba y ya no tuvo dudas: eran contracciones de parto, pero aún le faltaban unas cinco semanas y el miedo le recorrió la espalda como un calambre que la inmovilizó durante unos instantes.
    Bajó, no sin dificultad, los dos pisos que le separaban de la calle. Eran cerca de las dos de la madrugada y un coche de policía, que patrullaba por la zona, paró al verla agarrada a la pared y con un bebé en sus brazos. Dos jóvenes agentes se encargaron de esperar junto a ella hasta que llegó una de las abuelas para hacerse cargo de la pequeña Sandra y partieron rápidamente hacia el hospital. De ese momento solo recuerda el ruido de la sirena, un líquido pegajoso que le corría por las piernas y a uno de los policías que se empeñaba en decir: ”Ya llega, ya llega”. Por fin un edificio enorme apareció delante de sus ojos y un celador acudió raudo a su encuentro. El dolor ya era insoportable y sin poder ni siquiera cambiarse de ropa notó como la cabeza del bebé empujaba con fuerzas por salir y ya no opuso resistencia. Se dejó llevar por el propio instinto, y mientras una doctora se ponía corriendo los guantes, empujó con fuerza. En ese instante notó como entre líquido y sangre venía al mundo su segundo hijo. Se escuchó el llanto de un bebé y a una doctora que le decía: “Es una niña preciosa”. Solo cuando, envuelta en una sábana, con el cuerpecito todavía sucio de una capa blanquecina y sangre la pequeña fue puesta en sus manos, pudo finalmente respirar tranquila y besar por primera vez a la recién nacida. Fueron momentos intensos, lleno de temores, alegría, dolor y sangre; pero en esta ocasión la sangre derramada no se llevaba una vida, sino al contrario, traía consigo la alegría de una nueva, la de Vanessa.

  11. Era el segundo día de instituto, todo eran nervios, no nos conocíamos entre nosotros y todos queríamos causar buena impresión a los demás. Yo me sentaba en segunda fila, junto a Álvaro y Benito; todos estábamos deseosos de que la clase acabara, ya que después era la hora del patio. Por aquella época, hace doce años, si querías ir a la moda tenías que llevar unos pantalones acampanados. Y yo, como quería estar a la moda, no iba a ser menos. Aquel día, recuerdo que mis pantalones eran tan blancos como la leche, por lo menos, hasta la hora del patio. Cuando la alarma sonó, todos nos levantamos ansiosos de salir a jugar al patio. De repente, mi compañero Álvaro, al que había conocido el día anterior, me gritó: ¡Marta, siéntate!
    Yo, sin saber por qué, me senté extrañada; entonces me dijo al oído que mi pantalón acampanado tenía una enorme mancha de sangre. Sí, mi primera menstruación había decidido entrar en mi vida justo en el momento menos indicado. Por suerte, aquel muchacho estaba empeñado en ayudarme; se quedó conmigo y con mi llanto hasta que todos los niños se habían ido al patio, y después decirle a la profesora que llamara a mis padres.

    Esta historia está basada en un hecho real.

  12. Julieth tiene cada noche la misma pesadilla. ”La sangre derramada purifica”, ese terrible mantra. Lo tiene grabado a fuego en su memoria. Todo empezó cuando los Villiani se mudaron a la casa de enfrente. A partir de ese momento todo fue muy rápido, se metieron en sus vidas y así acabaron con su familia, casi con la de Julieth también. De esto hace más de seis años y rara es la noche en la que no se levanta sobresaltada por el recuerdo del asesinato de sus padres y su hermana mayor a manos de la diabólica secta que dirigían los Villiani. Ella fue afortunada: pudo escapar gracias a la ayuda de Duncan, el hijo menor de sus torturadores; él la desató y pudo huir del terrible rito que estaba a punto de celebrarse en el gran sótano de la casa. Los responsables seguían libres, nunca se pudo demostrar el asesinato, simplemente consta que su familia desapareció, que la abandonaron. Julieth sabe que no es cierto, vio parte de los horrores que padecieron y ella misma tiene cicatrices imborrables en su cuerpo y en su mente. Solo se sentirá satisfecha cuando les haga pagar por todo el daño que le hicieron a su familia. Esta cantinela no cesa en su cabeza. Ahora es una mujer y está decidida a vengarse por la sangre derramada.

  13. Jane y Leo era una pareja joven que vivía en una pequeña aldea al norte de Irlanda. Este era el primer año de casados, juntos llevaban 4 años. Jane era una chica dulce, bondadosa e inocente, de tez rosada, ojos marrones, pelo sedoso y una sonrisa encantadora. Tenía 16 años cuando conoció al chico de sus sueños: alto, fuerte, moreno y de ojos verdes, con un carácter adorable, tierno, cariñoso y gracioso. Leo era el típico chico seductor que podía tener a cualquier chica que quisiera, pero en cuanto conoció a Jane se enamoró de ella completamente. Pero….había algo que no podía evitar y era el juego de las conquistas. Leo se sentía poderoso cuando una mujer caía en sus redes. Un buen día Leo conoció a una chica que le causaba cierta curiosidad y a la vez seguridad, cosa que Jane no le brindaba. Después de un tiempo de relación con Bri, decidió que ya era hora de deshacerse de Jane, aunque no era capaz de dejarla ya que sabía que iba a destrozar su corazón. Pero en una noche oscura y tenebrosa decidió cometer una terrible acción: matarla. Observó cómo Jane dormía plácidamente así que decidió bajar al sótano para preparar todos sus utensilios: bisturí, radial, la sierra… el torno de banco estaba preparado y además, vinagre, y sal. Con una voz suave la llamó; medio dormida, Jane, vestida con un camisón blanco un poco transparente, con los ojos aún entreabiertos y su larga y suave melena cubriéndole media espalda, bajó al oscuro y humedo sótano. Se percató de que su marido estaba diferente, frío, y muy distante. Leo obligó a Jane a estirarse en el gran banco, de manera que su cabeza quedara totalmente ajustada al torno; después, le ató los pies y las manos con gruesas cadenas de hierro; se podían ver las gotas de sudor cómo le resbalaban, los ojos transmitían miedo y desesperación, sabía que iba a morir. Leo escogió el bisturí para empezar la matanza. Empezó por el pie izquierdo, practicando un pequeño corte en el tendón de Aquiles. Continuó haciendo un pequeño corte en el cuádriceps; como los chillidos de dolor de Jane eran insoportables, decidió amordazarla con un paño mojado. El desangrado era aún escaso por lo que decidió cortarle las venas detrás de las muñecas, si bien le hizo un torniquete para que cesara un poco, ahora sí, la tremenda hemorragia. Para asustarla un poco más, decidió poner en marcha la sierra electrica e ir haciendo cortes por todo el cuerpo, no muy profundos, ya que guardaba otros planes para el cuerpo. Con la radial cortó el cuerpo en canal para sacar los intestinos y Jane acabó desmayándose a causa de tanto dolor. Una vez fuera los colgó en la pared para que la sangre quedase en el suelo. Como que de la cabeza lo único que pudo aprovechar fue el cerebro para los lobos que vivían cerca, inmediatamente decapitó a Jane. Los demás órganos los extrajo rápidamente para introducirlos en botes de conserva. Desató el cuerpo y lo colgó de los pies para que se fuese desangrando y los huesos se pudiesen extraer mejor. El suelo quedó totalmente cubierto de sangre y el olor era espantoso. Pero Leo estaba convencido de que la cena de Bri quedaría perfectamente preparada. Mientras el cuerpo acababa de gotear Leo echó el cerebro y los huesos con resto de carne a los lobos. Después de una hora de paseo, Leo cortó el cuerpo en pedacitos que o bien sazonó o bien les añadió vinagre para que su sabor fuese intenso y se pudiesen acompañar con queso y un buen vino francés del 73. Leo llamó a su amada Bri para que viniese a cenar a su casa; Bri sin dudarlo aceptó pero Leo no pudo evitar sentirse mal por la dulce Jane. Ahora bien, en cuanto vio que por fin podía ser feliz con Bri se le fueron todos los remordimientos y cuando alguien preguntaba por su difunta esposa no dudaba en decir que estaba en un viaje de negocios por Tailandia y que aún tardaría mucho tiempo en volver.

  14. Otra vez suenan las sirenas de la ambulancia… los nervios nos poseen… la inquietud nos domina… situación alarmarte otra vez en casa. Por su enfermedad sale esa sangre oscura, con su olor especial… parece alquitrán… es como de un color negro… ¿Sangre de ese color? Cómo podemos expulsar sangre si no hay herida aparente, porque no es roja… miles de preguntas discurren por nuestras mentes. Pues sí, la hay: ese sangrado lo producen esas varices esofágicas, el cuerpo humano desecha todo lo que no quiere dentro de él… Pasa por todo su tubo digestivo hasta que es expulsada fuera del cuerpo. Entonces esa es la respuesta, es por eso que son de color negro. Es una urgencia, vámonos ya para el hospital. No esperamos ni un minuto para que nos atiendan; ya está en manos de los médicos, ahora le están poniendo trasfusiones de sangre, tienen que nivelar lo que ha perdido. Bolsas de sangre de un color rojo vivo. ¡Qué importante es la sangre! Gracias a ese donante puede seguir viviendo, por eso la importancia de este acto generoso. No esperéis a vivir una experiencia trágica para daros cuenta de lo importante que es la donación de sangre, empezad ya. Muchísima gente depende de nuestra sangre, no importa el grupo sanguíneo que seas, hay millones de enfermos. Hazlo ya.

  15. Sentada en su sillón favorito, el de los cojines de terciopelo rojo, miraba el charco de sangre, también rojo, que se extendía desde la cocina hasta la sala de estar y que pronto mancharía la alfombra persa. No más discusiones, no más mentiras, todo se había acabado. Se lo había dicho mil veces, no aguantaba más ni a él ni a sus traiciones. Había sido más fácil de lo esperado: el cuchillo había entrado en la carne con facilidad. Él la había mirado entornando los ojos, más por la sorpresa que por el dolor. Con un ruido de gorgoteo había tratado de decir algo, imposible con la garganta cortada de cuajo. Tenía que parar de pensar y levantarse antes de que se manchara la alfombra. Todos saben que la sangre es muy difícil de quitar de los tejidos.

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