Me llamo Leonardo, pero me llaman Leo, Leo el “Feo”. Nací con una deformación en la cara, por lo que tenía que llevar una máscara que me tapaba la mitad del rostro. Cuando era pequeño, en el colegio, los demás niños me molestaban y se metían conmigo. Siempre decían que mi cara era muy fea y por eso la tenía que llevar tapada.
Un día, cuando debía tener unos doce años, mi médico me dijo que ya era hora de quitarme la máscara e ir con la cara descubierta. Cuando iba por la calle la gente se quedaba mirándome fijamente y algunos se reían de mí. Me encontré incluso con el caso en el que algún hombre se me acercaba y me decía con voz muy baja que mejor que me tapara la cara porque a la gente le incomodaba verla. Fueron unos años muy duros.
Cuando cumplí los veinte, decidí viajar e ir a ver mundo, así que fui a una isla tropical llamada Trinidad. Lo primero que hice al llegar, fue ir a dar un paseo por la ciudad en la que estaba mi hotel, y lo que más me sorprendió fue que la gente no se fijaba en mí cuando pasaban por delante. Entré en una cafetería y me senté en la barra. Justo a mi lado había una anciana tomándose un café. Le pregunté lugares que se podían visitar en la ciudad, y ella nombró algunos. Entablé una conversación con ella. Al cabo de un rato, le dije que por qué nadie se fijaba en mí aspecto, y ella me contestó que la gente de cada país o cultura tenían un concepto de lo que les parecía bonito y lo que les parecía feo, que también variaba durante las distintas épocas de la historia. Pero lo que siempre y en todos los lugares se consideraba bello o feo era el aspecto interior, la manera de ser, y en esa isla tenía eso muy en cuenta. Aprendí una valiosa lección y, desde ese día, empecé a valorarme tal y como era, sin importar mi apariencia.
Albert Sánchez 3 ESO
Me ha gustado mucho, pienso que habeces las personas se fijan en el aspecto y no en el interior. Me ha gustado mucho.