ROBO EN LA “CENTRAL”

Imatge4

En aquellos días yo trabajaba en el estado de Arizona. Como buen arqueólogo que era, para mí los costes que suponían este tipo de viajes no eran un problema. Por el trabajo, cualquier cosa.

Yo era un británico apasionado por la ciencia. Desde hacía ya muchos años trabajaba para la F.A.B. (Fundación Arqueológica Británica), con la que había realizado muchas expediciones. Gracias a ello había ganado diversos premios y títulos mundialmente reconocidos. En aquella ocasión yo estaba en Estados Unidos buscando la antigua tumba de un importante oficial inglés, muerto años atrás en una de las expediciones que hicieron los ingleses a la antigua colonia británica en el siglo XVIII. El susodicho falleció a causa del ataque de unos indígenas. Sus compañeros le enterraron y, junto a él, dejaron todas las joyas encontradas en las expediciones anteriores. Siglos después la fundación se informó del suceso y, con el objetivo de recuperar el ataúd perdido, puso rumbo al “Nuevo Continente”. Yo en esos instantes estaba supervisando las excavaciones que se estaban llevando a cabo en Phoenix[1] (el presunto lugar donde fue enterrado).

En estas cosas y muchas más estaba yo pensando antes de que uno de mis ayudantes me alertara del hallazgo. Me acerqué a la zona donde él me indico, y ante mis ojos, un llamativo y bonito ataúd apareció. Era de madera de pino y en sus laterales tenía incrustados diferentes joyas y gemas. Aunque lo que más llamaba la atención eran los ojos que había grabados en la parte superior del objeto. Eran amenazadores e inspiraban temor.

Tras mi aprobación, mis compañeros lo cargaron en un camión y se lo llevaron a la improvisada “central” que habíamos montado en una fábrica abandonada de las afueras. Una vez se fueron, cogí mi móvil y mantuve una breve conversación con mis superiores. Les expliqué lo sucedido y rápidamente me subí en mi coche y puse rumbo a la “central”. Cuando llegué allí, ya habían abierto el ataúd y sacado el cuerpo y las joyas. Como cabía esperar, el estado de descomposición del cuerpo había hecho su trabajo y ya casi no quedaba ni rastro de él. Acto seguido me puse a trabajar con mis colegas hasta altas horas de la noche; de manera que en poco tiempo descubrimos el material y la procedencia de las joyas.

Cuando me fui a dormir no me pude quitar de la cabeza la mirada de aquel grabado que tanto temor me había inspirado.

****

Ruidos… Chillidos… Nervios…

Quería dormir…

-¡Charles, despierta!!!!- me dijo alguien desde la puerta (tenía demasiado sueño como para levantarme y ver quien era).

-¿Qué pasa?… Tengo sueño…- le contesté.

-Lo siento pero es urgente.¡¡ El ataúd y las joyas han desaparecido!!!!!!- exclamó.

-¿Qué??????????- le contesté con auténtico estupor.

-Lo que oyes. Esta mañana, cuando hemos entrado en la sala con la intención de proseguir con la investigación, nos hemos dado cuenta de que la puerta estaba forzada y los susodichos no estaban- dijo él con nerviosismo.

Me incorporé y dije:- ¡Ahora voy para allá! ¡No te preocupes!

Seguidamente me vestí y me dirigí a la sala donde guardábamos y analizábamos los restos arqueológicos encontrados. Efectivamente: de la tumba no había ni rastro.

El desconcierto era general. Nadie tenía idea alguna de qué había podido pasar. Me encargué de poner sobre aviso a la policía y seguidamente observé detenidamente la caja blindada donde habíamos guardado los objetos desaparecidos. Estaba estupefacto; no podía entender cómo el presunto ladrón los había robado sin dejar una sola marca en la caja. Si no la habían forzado, la única explicación posible es que nos había robado las llaves con sumo sigilo y gracias a ellas había podido perpetrar el golpe sin dejar rastro alguno.

Todos estos hechos indicaban que el ladrón conocía perfectamente al equipo, el lugar donde guardábamos las llaves y la hora a la que estaría vacía la sala. Sin duda alguna, solo lo hubiera podido hacer alguno de mis compañeros.

El único problema es que yo conocía personalmente a cada uno de mis trabajadores y no podía imaginarme que alguno de ellos pudiera haber cometido tal fechoría. Ese fue el motivo que me incitó a investigar la posible relación que había entre el ladrón y lo robado.

Me fui a la sala donde guardábamos todos los archivos, ficheros, documentaciones, anotaciones u otras cosas relacionadas con los descubrimientos realizados hasta la fecha. Además de las fichas de todos los integrantes de la fundación.

Fichero tras fichero… Pero nada…

Cuando ya estaba a punto de desistir vi que el archivo G no contenía nada. Al parecer también se habían llevado su contenido. Me habían quitado las llaves y se habían apoderado de él. Mi sorpresa por los acontecimientos sucedidos aquella noche era mayúscula y la rabia surgía de mí a raudales. No tenía idea alguna de por qué se habían llevado esta serie de cosas y tampoco la tenía en cuanto al contenido del fichero. Las preguntas me asaltaban  y yo no tenía respuestas para ninguna de ellas. Si supiera qué contenía el archivo…

“¡Claro, ahora lo entiendo todo!”. Todas las piezas encajaban. Solo me faltaba encontrar una prueba concluyente que pudiera demostrar mi razonamiento…

****

Tres horas después me hallaba en el comedor principal del edificio y contemplaba al resto del equipo con mucha atención. A mi izquierda había una polvorienta caja de herramientas y a mi derecha mi hombre de confianza: Phil.

-Os he reunido a todos aquí para revelaros el nombre del misterioso ladrón que ha actuado esta noche llevándose un ataúd, joyas y el contenido de un documento que le podía haber incriminado en este suceso. El modus operandi de este robo indica con toda seguridad que el ladrón es uno de vosotros; y ahora os lo demostraré.

Para empezar las puertas y las cajas blindadas no tienen signos de haber sido forzadas. Por lo tanto se deduce que el ladrón las ha abierto con las llaves que solo nosotros sabemos dónde están guardadas.

Además, el ladrón ha actuado justo después de que nos fuéramos a dormir, clara muestra de que sabía cuándo la habíamos dejado vacía. Todos estos hechos demuestran rotundamente lo que os he dicho anteriormente.

-¿Cómo puedes pensar que uno de los tuyos es el ladrón? ¿Acaso no confías en nosotros?-dijo con furia el supervisor del equipo científico con el que contaba la fundación.

-¡Claro que confío en vosotros! ¡Pero hay una prueba que justifica mi deducción y ahora os la enseñaré!- exclamé con aprensión.

Me acerqué a la caja, la abrí y extraje de ella una serie de joyas con las letras W.G grabadas en ellas. Eran las iniciales del oficial inglés muerto años atrás por culpa del ataque de unos indígenas. Eran las joyas robadas.

-Como podéis ver, esta caja contenía las joyas desaparecidas esta noche tras el robo de un ladrón poco meticuloso y precavido. ¿A qué no sabéis donde estaban? Pues bien, os lo diré. Estaban en el coche de Patrick Gligston: nuestro queridísimo arqueólogo aquí presente- dije convicción.

 

Todas las miradas se posaron en Patrick. Un murmullo de asombro y temor se apoderó de la sala. Tras unos instantes de incredulidad general, retomé la palabra:

–  Patrick es el hijo de la jefa de un conocido grupo de atracadores que actuaron en los años 90 en el área metropolitana de Nueva York. Se denominaban a ellos mismos: “The Thieves”. Nuestro acusado, decidió (equivocadamente) seguir los pasos de su madre y por ello la noche anterior, aprovechando el cansancio general, nos robó las llaves, las joyas, el ataúd y el fichero que le hubiera podido relacionar con el delito. En la ficha aparecía su segundo apellido y el lugar de nacimiento. Rápidamente le hubiéramos relacionado con su madre y las culpas hubieran recaído principalmente en él.

Si miramos las huellas dactilares que aparecen en los objetos robados podremos probar todo esta deducción y de esa manera no se quedara en un simple cuento al que le he echado mucha imaginación.

La sala enmudeció y los policías se encargaron del resto.

Al cabo de dos días los investigadores ya habían obtenido una confesión completa en la cual explicaba detalladamente el motivo que le había llevado a hacerlo. Para celebrar la conclusión del caso había salido a dar una vuelta con mi mejor amigo: Luke.

Mientras paseaba, no paraba de pensar en los motivos que llevan a una persona a cometer una infracción. A mí no se pasaba por la cabeza tal barbaridad. Justo en ese momento, Luke me preguntó:

-Charles: ¿cómo supiste el contenido del fichero si lo habían robado?

-Es sencillo, amigo. El ladrón subestimó la buena memoria de un arqueólogo. Al final esa arrogancia y poca previsión le ha salido muy cara- le contesté con firmeza.

Quién sabe, igual valdría para detective privado. Nunca se sabe… -pensé

Víctor Larrache Lizarte 1º ESO


[1] Capital de Arizona. Consta de 1.445.653 habitantes y está situada al sureste de Estados Unidos.

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2 respostes a ROBO EN LA “CENTRAL”

  1. santiago gomez diu:

    muy chulo, me encanta.

  2. Erin Sánchez Romero y Sara Pérez Santamaría diu:

    Me ha gustado mucho esta redacción.

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