Aquel día salí de casa un poco antes de lo normal. Mi madre me había levantado más temprano porque el reloj no funcionaba bien. El día parecía perfecto. El sol de abril comenzaba a calentar. Al pasar por el parque reparé en las primeras flores que comenzaban a abrirse. De los arboles brotaban hojas verdes. Los pájaros alegraban la mañana con su canto.
A lo lejos, acompañado de su hermano pequeño, vi a mi amigo Diego. Aceleré el paso para caminar juntos. Diego es un chaval muy inteligente y sociable. Le gusta ayudar a sus compañeros y se preocupa por ellos. Es uno de mis mejores amigos. Cuando me encontraba cerca de él lo llamé:
-¡Diego! ¡Buenos días!
– Hola Raúl, no te había visto.
-¿Dónde vas con tu hermano? ¿No tiene clase?
-Mis padres han ido a Barcelona y lo llevo a casa de mis abuelos.
Estábamos cerca de la casa de los familiares de Diego. Su abuelo, que nos había escuchado, salió a la puerta a recibirnos. Jaime, el hermano de mi amigo, al verlo corrió hacia él sin prestar atención a la hora de cruzar la calle. De pronto, por el rabillo del ojo vi que un coche venía a gran velocidad. Instintivamente corrí hacia el niño y tiré de él con todas mis fuerzas para evitar la tragedia. Afortunadamente reaccioné a tiempo, porque el conductor no lo había visto.
Aquella mañana puedo ser muy triste, pero el reloj de mi casa por circunstancias de la vida se adelantó.
Mario Gasco Durán 4.2