COM FER QUE ELS INFANTS ODÏIN LA LECTURA

Com fer que els infants odïin la lectura és el títol amb el que  ha batejat el seu article a partir del llibre de Gianni Rodari Escuela de fantasía, reflexiones sobre educación para maestros, padres y niños.

Podem estar més o menys d’acord en algun punt, però segur que hi ha molt de cert. Reflexionem-hi, ens pot ajudar a comprendre certes actituds d’alguns infants entorn a la lectura.

Hay muchos padres que no leen ni el diario y después les sorprende que los hijos hagan lo mismo

Gianni Rodari

“La lectura es un privilegio y no un deber”. Gianni Rodari nació en el Piamonte italiano el 23 de octubre de 1920 y murió el 14 de diciembre de 1980 en Roma. Periodista, maestro, pedagogo de la fantasía y militante comunista, está considerado como un revolucionario de la literatura infantil. Hijo de panaderos, no sólo defendió que la imaginación debe ocupar un lugar clave en la educación, sino que la creatividad se aprende, enseña y nos hace mejores.

Blackie Books ha publicado  Escuela de fantasía,  reflexiones sobre educación para maestros, padres y niños, con traducción al catalán de Bel Olid. Se presenta como una recopilación de artículos y ensayos del escritor que, pese a ser publicados entre 1966 y 1980, hoy son tan vigentes como ayer. Leemos las nueve formas con las que Rodari “sin florituras pero no sin convicción” veía que se enseñaba a los niños a odiar la lectura.

                    Foto: Amanda Tipton

 

  1. Presentar el libro como una alternativa a la televisión[…] La tele enriquece el punto de vista, nutre el vocabulario, pone en circulación una cantidad inverosímil de informaciones, inserta a nuestros pequeños analfabetos en un círculo más amplio que el familiar, que no siempre está enriquecido con informaciones, cultura, ideas. Prácticamente podría decirse que la televisión disminuye las dificultades de lectura. De entrada porque disemina (aunque sea en un nivel discretamente bajo) la lengua estándar y entrena a los niños a reconocer las diferencias que pueda haber entre ésta y su dialecto. Y también porque familiariza a los niños, a través del sonido y las imágenes, con un determinado número de «palabras difíciles» con las que los pequeños lectores tropiezan inevitablemente. Quizás hoy día tropiezan menos que antes.Por otra parte, psicológicamente no me parece que negar una diversión, un empleo placentero (o que se siente como placentero, que es lo mismo), sea la mejor manera de hacer querer otra. Más bien será la forma de proyectar una sombra de molestia y de castigo.

    2. Presentar el libro como una alternativa a los tebeos

    La técnica de aplicación de este sistema subraya lo que ya hemos dicho sobre el anterior. «Si no te veo leer, te quemaré a todos los tebeos». «Has suspendido lengua, ¿eh? A partir de mañana se acabaron los tebeos». Y así, ir haciendo.

    […] El tebeo sólo ha conservado la función de nutrir y alimentar la necesidad de aventuras, humor, consumo rápido, para renovar a menudo. Es manejable, barato, intercambiable: sustituye a un cine para niños que no existe y que la tele todavía no ofrece: no tiene nada que ver con la lectura, es otra cosa, pero los niños no sólo necesitan buenas lecturas.

    […] Conozco a filósofos que al menos una vez por semana leen novela negra. Y no puede dudarse de que su pasión principal sea la filosofía. Conozco a chicos que leen mucho y cultivan, a escondidas, el gusto por los tebeos. Esto significa, en mi opinión, que no existe una relación de causa-efecto entre la pasión por los cómics y la ausencia de interés por las buenas lecturas. Este interés debe nacer evidentemente de otro sitio, donde no llegan las raíces de los tebeos.

    3. Decir a los niños de hoy que los de antes leían más

    A menudo los adultos tienen la tentación (y raramente se resisten) de alabar «sus tiempos», sobre todo los de cuando eran pequeños, que la memoria les pinta de colores vivos y los presenta como una época ideal. La memoria es una aduladora y una estafadora de primera, pero cuesta darse cuenta.

    «Antes se leía más». Antes, ¿cuándo? ¿Hace cien años, cuando la mayoría no sabía leer? Hace veinte, ¿cuándo todavía había millones de analfabetos? ¿Quién leía más? ¿Cuántos eran? Quizás leían los hijos de la burguesía, o más bien algunos: una pequeña minoría de la minoría.

    Hay cifras que desmienten a los padres que se ponen constantemente como ejemplo de cara a los hijos. Los índices de escolarización, las estadísticas de edición, el aumento del número de editoriales, las tiradas que suben. Quizás unos pocos leían más, pero ¿a costa de quién se mantenía su bienestar? Millones de parados, millones de familias que comían pan y cebolla, y carne una vez al año.

    «Antes había libros muy bonitos para los niños». ¿Para qué niños? Ya volvemos a estar ahí. Y así ocurre que muy buenos padres regalan Las torres de Malorya sus hijos y quedan parados que no les golpee ni les emocione demasiado. O les regalan Los cincoy les extraña que a sus hijos no les diviertan.

    No se puede pedir a los niños de hoy que quieran el pasado, un pasado que no es el suyo. Cuando se consigue identificar los libros con el pasado de los demás, como algo que no forma parte de tu vida pero que hay que adoptar «para contentar al padre y la madre», se crea otro motivo para que los niños, así que pueden, se alejen de los libros.

    4. Considerar que los niños tienen demasiadas distracciones

    «Los niños de hoy tienen demasiadas distracciones, por eso leen poco». Situarse en este punto de vista es indispensable para quien no quiera entender un borrador sobre los niños de hoy y se proponga además no conseguir que se hagan amigos de los libros.

    Uno de los dramas de la infancia actual (y no sólo de la infancia) tiene que ver con la organización del tiempo libre. Lo que llamamos «tiempo libre», sin una organización adecuada, no es más que «tiempo vacío», tiempo derrochado. Pensamos en nuestras ciudades, donde no hay espacios por jugar, no hay teatros para niños, no hay bibliotecas, etcétera. Pensamos en los pisos de ciudad, donde no hay sitio para una «habitación de los niños».

    Hacen falta más distracciones y libros. ¿Es posible? No es posible , es un hecho. Y esto no depende del número o de la calidad de las «distracciones» (es decir, ocupaciones más libres, y por eso más apreciadas, y por eso más ricas de eficacia educativa). Esto depende del lugar que ocupen los libros en la vida del país, de la sociedad, de la familia, de la escuela.

    5. Culpar a los niños si no les gusta leer

    Esto no es un sistema en sí, es una actitud general, pero tiene la importancia y la eficacia de un sistema. Culpar a los niños, además de fácil, es comodísimo, porque sirve para esconder su culpa.

    Reconozcamos (girando en parte un razonamiento anterior) que los niños no leen lo suficiente, que las tiradas podrían ser mayores, que el «boom» de los libros para niños está por llegar. Si buscamos unos porqués algo menos cómodos en la acusación prepotente de quien apunta a los niños, encontraremos culpas de los padres. Hay demasiadas casas en las que nunca entra ni un libro, hay miles de licenciados sin biblioteca, hay muchos padres que no leen ni el diario y luego les sorprende que los hijos hagan lo mismo. También hay culpas públicas, de la escuela y del Estado, y de nuestra cultura, siempre demasiado aristocrática para ponerse deberes pedagógicos.

    […]

    Más en general, no existe una toma de conciencia colectiva de la sociedad adulta hacia la sociedad infantil. En el campo de la edición para niños el criterio comercial prevalece siempre sobre el criterio pedagógico: prácticamente no hay conexión entre la pedagogía más avanzada y los editores, para los que lo «educativo» es aún sinónimo de «aburrido» ».

    Los niños, acusados ​​como únicos responsables de una situación compleja y más complicada aún por la crisis de los ideales educativos que se habían aceptado pacíficamente hasta ayer, reaccionan como pueden. Escapándose al patio a jugar y escondiendo bajo la almohada a sus queridos tebeos.

    6. Transformar el libro en un instrumento de tortura

    Este sistema, a pesar de la renovación didáctica y de las buenas intenciones, encuentra una gran aplicación en las escuelas actuales de todo tipo y en todas las etapas. Los expertos comienzan a utilizarlos desde primero de primaria, obligando a los niños a copiar páginas y páginas de su primer libro de lectura. Además del trabajo de copiar (que para los niños no tiene ningún sentido ni el menor interés) se puede añadir la tarea de división en sílabas. Ostras, que divertido. Con el tiempo llega el análisis sintáctico, y después hace la entrada triunfal el análisis lógico. Tome un cuento bonito de Tolstoi, condene a un estudiante a analizar sus nombres y pronombres, verbos y adverbios, y le aseguro que con el tiempo asociará el nombre de Tolstoi a una sensación visceral de aburrimiento que le hará alejar de Anna Karèninacomo de la peste y esquivar Guerra y paz cómo esquivaría un nido de avispas.

    La transformación del libro en un instrumento para aburrir continúa y se intensifica a través de las distintas fases de resumir, aprender de memoria, describir las ilustraciones, etcétera. Todos estos ejercicios multiplican las dificultades de la lectura en lugar de facilitarla. Hacen del libro un pretexto y le toman cualquier capacidad de divertir si tenía alguno originariamente, de conmover si era capaz, de interesar si era concebido para interesar.

    La lectura ya no es una finalidad que debe perseguirse loablemente, sino un medio para actividades más serias, o presuntamente más serias. Esto corresponde perfectamente a la concepción del niño como medio, ya sea la finalidad la nota, el expediente, el adiestramiento de la paciencia, la preparación para la vida. Vete a saber qué preparación y para qué vida, presumiblemente concebida como sufrimiento, para la que hay que entrenarse. El libro que entra en la escuela en el esquema del rendimiento escolar produce reflejos meramente escolares. No se convierte en lo bueno y bueno, de lo que se tiene necesidad, sino lo que le sirve al maestro para emitir un juicio. La escuela como tribunal y no como vida.

    Así se elude la principal dificultad, que es hacer nacer la necesidad de la lectura, que es una necesidad cultural, no un instinto como comer, beber y dormir, no un hecho natural.

    7. Negarse a leer a los niños

    La voz de la madre, del padre (del maestro) tiene una función insustituible. Todos obedecemos a esta ley, sin saberlo, cuando explicamos un cuento al niño que todavía no sabe leer y creamos, mediante el cuento, el «vocabulario familiar» (como diría Natalia Ginzburg ) en el que la intimidad, las confidencias, la comunión entre padres e hijos se expresan de forma única e irrepetible. Pero ¿cuántos tienen la paciencia de leer solos, o sabrían pero les da pereza hacerlo, o lo hacen habitualmente pero quizás necesitan de vez en cuando no estar solos con el cuento?

    El cuento escrito es ya un mundo: ya no es «vocabulario familiar», es contacto con una realidad más vasta, conocida a través de la fantasía, que para los niños es como un tercer ojo.

    Ya sean los cuentos de Andersen o la vida de los insectos, Pinocho o Verne, y quizá (excepcionalmente) el pato Donald, lo que cuenta en la lectura común sea cual sea la calidad es hacer pasar el libro de mero objeto de papel impreso a «médium» cariñoso, en el momento de la vida.

    Por eso hace falta paciencia. También hace falta habilidad: se debe saber leer de manera expresiva, o esforzarse en ella. Incluso hay que saber traducir, porque el vocabulario escrito no siempre corresponde al de una lectura perfecta, y los escritores no siempre escriben con claridad o piensan en el lector antes de utilizar un término insólito, una palabra con solera , un vicio literario que encuentra el fin en sí mismo.

    Hay que animar siempre a los niños a hacer las cosas solos, pero hay un límite que no se les puede empujar a traspasar, y es cuando necesitan darles la mano y les acompañes con amor. Nunca debe obstaculizarse, nunca forzarse.

    8. No ofrecer suficiente variedad

    Nosotros no leemos el primer libro que nos cae en nuestras manos. Nos gusta elegir. En cambio, raramente ofrecemos a los niños la diversidad suficiente. Les regalamos un libro de cuentos, lo deja a un lado, y concluimos que no le gustan los cuentos, cuando podría ser que en este período simplemente tenga otros intereses. Por eso la biblioteca personal o colectiva es indispensable. Veinte libros son mejor que uno y cien mejor que veinte, porque pueden suscitar curiosidades diversas, satisfacer o estimular intereses diversos, responder a los cambios de humor, a los giros de la personalidad, de la formación cultural, de la información.

    Se entiende que en la pequeña biblioteca de casa es necesario que haya todo un trabajo delicado de actualización, una reflexión atenta, una sensibilidad despierta. Nada se obtiene de la nada, ni de la naturaleza ni de los niños. Pero aquí entraría, sin quererlo, en las indicaciones llamadas «positivas», cuando había decidido imponerme exponer algunos de los métodos negativos (con la esperanza, es cierto, que la exposición sugiera por sí misma algunos antídotos).

    9. Obligar a leer

    Es sin duda lo más eficaz si se quiere que los niños aprendan a detestar los libros. Seguro al cien por cien. Facilísimo de aplicar.

    Coges un niño, coges un libro, los colocas ambos en el pupitre e impides que el trío se separe antes de una cierta hora. Para tener aún más garantías de que la operación tenga éxito, se anuncia al niño que después del tiempo prescrito deberá hacer un resumen de las páginas leídas.

    Las aplicaciones escolares son aún más sencillas. Basta decir «lea de aquí hasta aquí», y la orden será ejecutada sin lugar a dudas, incluso con la complicidad de los padres.

    Tanto si el experimento llega por un lado como por otro, el niño aprenderá por su cuenta una lección que no olvidará: leer es una de las cosas que hay que hacer porque lo dicen los mayores, un mal de aquellos inevitables, relacionado con el ejercicio de la autoridad por parte de los adultos. Pero en cuanto nosotros también seamos mayores, así que seamos adultos, así que seamos libres…

    Si nos lo miramos a posteriori, es decir, según el número de adultos legalmente alfabetizados que, una vez traspasada la mayoría de edad, no vuelven a leer ni una raya, éste debe ser el sistema más extendido de todos.

    Hace varios siglos que los pedagogos repiten que, al igual que no se puede ordenar a un árbol que florezca si no es su estación y si no se han creado las condiciones adecuadas, no se puede obtener nada de los niños por el camino trillado obligación, sino que a la fuerza hay que buscar caminos menos fáciles, senderos menos cómodos. Pero los pedagogos predican y el mundo va haciendo la suya.

Escuela de fantasía, reflexiones sobre educación para maestros, padres y niños.

© Gianni Rodari
© de la traducción: Bel Olid
© de la ilustración de la cubierta: Bruno Munari
© Blackie Books, 2017

 

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