El azar

                                                                       

el azar 

[Fotografía en photowallpaper.com]

Ahora que lo pienso, aquel día me había levantado con la sensación de que algo iba a ocurrirme. Y así fue. Camino del trabajo, me detuve en aquel semáforo que siempre pillaba en rojo: dos minutos para las mismas miradas hacia el horroroso bloque de viviendas de enfrente o al parque desierto aquellas horas, la curiosidad por el desconocido conductor de la derecha… ¿Desconocido? Aquella mañana giré la cabeza y allí estaba él, justo a mi lado. Hacía quince, quizás veinte años que no lo veía. ¡No podía creérmelo! Habíamos sido muy buenos amigos, amigos y alguna cosa más. Se agolparon muchos y muy buenos recuerdos en mi mente. Me emocioné, en serio. Pero no supe reaccionar: ni siquiera le envié un gesto acelerado, un grito… La situación me superó. Él aprovechaba el rojo para revisar su móvil, sin notar el peso cercano de mi sorpresa. El claxon de algún conductor impaciente nos devolvió injustamente a la realidad y le obedecimos. ¿Y ahora qué? Dejé pasar aquella oportunidad que no volverá a presentarse. Tonta, tonta.

Gloria Pérez, exGS

Alguna jugada que te hizo el azar. Extensión libre.

Secretos en el baño

urbanoutfitters

[Foto en urbanoutfitters]

Estoy venciendo la tentación de llevarme todas las amenidades (palabra inexistente) de los baños de hotel. ¿Para qué un gorro de baño o una esponja, un peine o un gel de veteasaber? Ese control sobre mí me asombra. La última vez, me fui sin nada en mi neceser, o casi, porque no me resistí a un cepillo de dientes minimalista, transparente, muy recto. Vuelvo a mi cuarto de baño y suspiro: ¡Es todo tan soso! Amigos excéntricos que uno tiene necesitan en su aseo de la presencia de plantas, cuadros o de una pequeña biblioteca; otros de un Muy Interesante antiguo o de un ambientador en espray autónomo, de esos de cada 38 minutos. Una vez vi una caja de mixtos, sobre el lavabo de un conocido. Al preguntarle, me aseguró que al prender una cerilla, el olor que desprende disipa cualquier otro más reciente. Lo capté a la primera. Mi baño no tiene nada de especial, ni siquiera el color. Solo tiene tostados y beis porque me convencieron de que el mármol blanco no se llevaba aquel entonces y yo tenía ganas de acabar las reformas. El jabón en pastilla es mi secreto: no me gusta en gel, ni siquiera para champú. ¡Ah!, y después, unas bolas de golf que hacen las veces de tapón inútil, pero que llaman la atención.

Secretos en tu cuarto de baño. Real, inventado…qué más da. Extensión libre.

Perros que ya no están (2ª edición)

Lennox-Nico

[Foto: Nicolás Beck]

Recuerdo de Lennox

Apenas pesabas tres kilos cuando llegaste a casa y ya tenías una capacidad de destrucción sobrenatural. Si hubieras podido hablar te hubiera preguntado cómo se come una puerta cerrada y por dónde se empieza, especialmente si no hay esquinas libres. Pero si te hubieras servido de palabras, nos hubiésemos llevado peor, tú y yo. Tú no; tú, si te reñía, solo me mirabas con tus ojos negros y brillantes -y ese ligero estrabismo, arma mortal-, movías la cola e intentabas lamerme. Desbordabas una ingenuidad encantadora con la que conseguías casi todo. Luego aprendiste a poner cara de culpable y di por perdida toda mi firmeza. En poco tiempo tuvimos nuestro propio sistema de comunicación, infalible. Y así, caminamos juntos, por la vida y por los parques, forjando esta historia de amor sin peros ni complicaciones. Íbamos creciendo y convirtiéndonos en algo parecido a seres responsables, y lo hacíamos en paralelo, sin molestarnos, hasta el punto de que nos acompañamos en los malos momentos del otro pero nunca formamos parte de ellos. Lo estábamos haciendo bien, Lennox. Aún no sé cómo voy a caminar sin ti y tengo ganas de volver a reñirte. Pero será en vano, porque, estés donde estés, seguro que sigues siendo irresistible.

Rebeca Chaparro

Recuerdos con perro. Memoria personal, de unas ciento cincuenta palabras.

Vigilante de garaje (confidencias)

guardianparquin

[Fotógrafo sin identificar]

La joven del Corsa siempre fue simpática conmigo. Nadie me había saludado hasta entonces, a media tarde, sonriente como ella. Aquí es normal. No pido saludos ni agradecimientos. Porque mi trabajo es vigilar. La chica del Corsa no logrará saberlo nunca, pero su pequeño coche azul siempre ha estado y estará a punto, en las mejores condiciones. Cuando todo está en calma, cuando sale de aquí el último de los clientes, de noche limpio sus faros,  intermitentes, embellecedores, toda la chapa. Tengo un programa de lunes a domingo, de pequeñas tareas. Repaso el aire de sus neumáticos, soplo las lunas de los retrovisores, repaso los cierres. Se extrañará, seguro, de que nunca se ensucie ese pequeño opel -“Claro, está siempre en garaje“- pensará. Pero se olvida de que aquí, en el subsuelo, se cuelan las motas grises de la polución, el barro de los días de lluvia, la destructora humedad de los años sin aire, el aliento podrido de los fumadores. Ella me saludó la primera aquel primer día oscuro hace ya tanto tiempo. Me dijo “Buenas tardes, ¿qué tal?“, sonriendo y sin detenerse. Pero me bastó.  Su coche siempre estará a punto. Cuidaré de su opel, cuidaré de ella. De lunes a domingo, de dos a tres de la madrugada. Yo.

Juego de rol literario. Ponte en el lugar de un vigilante, comparte una confidencia. La noche es cómplice. Extensión libre.

Sueño nº1

sueño núm.1

[Foto de autor sin identificar]

Tomo tranquilizantes para dormir. Duermo entre ocho y nueve horas diarias, en una tirada. Sin efectos secundarios, sin dependencia, solamente una contraindicación: sueño mucho. Sueños como la vida misma, horribles y rutinarios. Sorprende la veracidad de los espacios, de las personas, de los detalles; y lo peor de eso -o quizás, lo mejor-, es que los recuerdo uno a uno al despertar. En mi sueño número 1, tengo miedo escénico. Participio en un festival al que me he comprometido a asistir. Saludo a la soprano, está ya vestida, nerviosa. Yo también estoy ya vestido y parece que no me doy cuenta de que yo también he de salir al escenario y cantar y de que la gente ya nos espera afuera. Pero algo terrible me pasa: no me sé el papel, no recuerdo nada. Ni siquiera sabría cómo empezar, qué decir. Falta apenas media hora. Ya hay vida, murmullos en el teatro al aire libre, se encienden focos a pesar de que aún es de día. Pero yo no me sé el papel. Es de verdad. No soporto la ansiedad. De vomitar tengo ganas porque solo llorar no sería suficiente. Entonces me voy, me escapo, corro y corro.

Tu sueño recurrente, ese que se repite y repite, de extensión libre. Nota: si no sueñas, no nos lo digas. Inventa o huye de esta entrada.

La noche más larga

gasolinera

[Foto: autor por descubrir]

Un congreso ecuménico nos dejó sin cama en un albergue de Siena; al responsable no le dimos ninguna pena, no le impresionó nuestra juventud, nuestra inexperiencia, nuestro torpe italiano: pasó por delante a las monjas y curas que se congregaban en la ciudad sin reserva previa. Aspettare, aspettare nos decía el cretino y allí los dos, mirando el reloj, rogando que no llegara el último cuervo o la última urraca que nos quitara la última litera del ostello della gioventù. Pero llegaron, claro que llegaron. Eran las doce de la noche y entonces teníamos que dormir en la puta calle; pensamos que sería buena idea acercarnos al bar de una gasolinera, un poco hacia las afueras, porque allí, no se cerraban las puertas en toda la noche. Tomamos un café que alargamos entre los dos bajo la mirada torva del dueño; eran casi las tres cuando ya no pudimos luchar contra el sueño, derrengados y también entonces nos sacaron a gritos de allí, porque qué era eso de estar así. No nos resistimos, pobres de nosotros. Acabamos dentro de los sacos, refugiados en el acceso pestilente a los lavabos subterráneos del área de servicio. Maldormimos en las escaleras, si dormimos, esperando, por un lado, al desalmado que nos robara lo poco que llevábamos encima y por otro, al nuevo día, aquel que nos permitiría disfrutar al fin de la ciudad, de la Piazza del Campo, de la catedral de Pisano, del Campanille. Esa fue nuestra noche más larga, apenas cumplidos los dieciocho.

Tu noche más larga, buena o mala, en unas 150 palabras. Cuéntanos.

Sonetos de bienvenida

T. Gilecki

[Óleo, T. Gilecki]

Tu piel es el cristal, tu alma los peces

que se ven a través de esa mampara

que te une al mundo mientras te separa,

cuyo ancho disminuye si tú creces.

Tus ojos son la luz, y sólo a veces

apartan la mirada que me azara;

contra mí misma nado, botavara

cautiva que se quiebra en tus dobleces.

Incierto es el afán con el que labro

caminos que te cerquen y te alcancen,

escalas que te rindan sin rendirse:

Y de cera la llave con la que abro

la puerta de tu almohada, donde abracen

mis peces a los tuyos hasta hundirse.

                                                                  Pilar Blanco, de A flor de agua

Bienvenidos y bienvenidas a este nuevo curso. El blog reinicia su actividad y está ávido de participación. Leed sin prisa, prestad atención a cada verso. Aquí, un soneto, composición formada por dos cuartetos y dos tercetos. El soneto, señor de los poemas.

Si queréis, dejad aquí vuestro soneto (no cualquier poesía, solo sonetos); mostradnos aquel que preferís, o aquel que justo hoy habéis descubierto.

El placer de la lluvia ausente

[Fotografía: autor sin identificar]

Me gusta este sol y sin embargo, me gusta también la lluvia. La lluvia que cae mansa, suave como una caricia, delicada y fina, limpia y cariñosa. Me gusta cuando me sorprende en la calle, violenta, una tarde de verano y sin paraguas; cuando cae aquí y no lo hace a dos metros delante de mis pies; cuando huele a tierra seca y cuando bate en las ventanas con ritmo narcótico, adormecedor, una tarde de domingo. Me gusta la lluvia espesa que cae como cascada, bulliciosa, alborotadora, y la lluvia que cae en gotas separadas, grandes y frías. Me gusta escuchar su son en las pausas de las conversaciones, su persistencia de cascabel en las noches de insomnio, su insistencia agresiva durante días enteros de tormenta, cuando, de tanta humedad, no te sorprenderías de que los geranios del balcón se convirtieran en peces de colores o ni siquiera te paras a admirar el milagro de las piedras floreciendo. Me gustan la nieve y el granizo, el viento y las tormentas.  Anxos Sumai

La lluvia. Extensión aproximada: cien palabras.

Relato afilado

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[Foto: autor desconocido]

Necesitaba pensar, replantearse su vida, quería cortar. Este año optó por vacaciones separadas. Tras ellas, los niños y yo regresamos morenos y estruendosos a una casa silente. Me dispuse a organizar una cena rápida, quedaban huevos en la nevera y patatas sin grillar. Con las prisas no hallé el cuchillo de pelar, supuse que estaba en el lavaplatos y opté por otro cualquiera, aunque, sin filo, la tarea resultó incómoda. Mientras se freían las patatas me dispuse a vaciar la maleta, la bolsa de ropa sucia estaba tan bien atada que necesité una tijera para abrirla, busqué en el cajón de la cocina pero no estaba, busqué en escurridor y tampoco la hallé, entonces rebusqué a fondo en el friegaplatos, no había rastro de ningún cuchillo con filo, ni el jamonero, ni el cebollero, ni siquiera los de sierra con mango de madera, que tan bien seccionaban el entrecot. Se había llevado toda la cubertería cortante. Todo lo demás sigue aquí, incluso su colección de fósiles. No me fue fácil convertir en girones su ropa con los dientes, hoy han terminado la reconstrucción de mi incisivo derecho, el hueco del colmillo está cicatrizando bien. Más laborioso y tedioso, pero sencillo, fue reducir manualmente a pedacitos todas sus revistas y documentos. Ahora estoy probando con el silex, pero todo me queda muy tosco, los niños se atragantan con los tropezones, creí que se me daba bien tallar, pero mi arte se limitaba a afilar cuchillos, quería cortar.

por Arqui, en antoniomuñozmolina.es

Un pequeño relato con filo, que corte. Extensión libre.

Un café contigo


[Imagen: Richard Estes]

Si vienes antes de las cinco, encontrarás el bar de Henrietta casi vacío y con ese olor de recién abierto que dura tan poco. Verás como, al entrar, el sol de media tarde se vuelve sombra y silencio y sobre la barra, minúsculas briznas de polvo suspendidas en el aire se hacen del todo visibles. Si respiras lentamente, notarás un discreto olor a capuchino. Ya lo verás: todo es un poco setentón, pasado de moda y la música es insulsa, rollo dentista. Negro, rojo, un poco de caoba, cristal. Y la calle ahí, fuera. Un rincón pequeñito en una esquina sin nada. Desde aquí te vi la primera vez y vengo a verte pasar cada tarde. Si lees esta nota, entra por favor en el Henrietta. Yo estaré allí.

Cómo es tu bar o tu establecimiento preferido. Incluye elementos descriptivos. Extensión: unas 70 palabras.