[Fotografía en photowallpaper.com]
Ahora que lo pienso, aquel día me había levantado con la sensación de que algo iba a ocurrirme. Y así fue. Camino del trabajo, me detuve en aquel semáforo que siempre pillaba en rojo: dos minutos para las mismas miradas hacia el horroroso bloque de viviendas de enfrente o al parque desierto aquellas horas, la curiosidad por el desconocido conductor de la derecha… ¿Desconocido? Aquella mañana giré la cabeza y allí estaba él, justo a mi lado. Hacía quince, quizás veinte años que no lo veía. ¡No podía creérmelo! Habíamos sido muy buenos amigos, amigos y alguna cosa más. Se agolparon muchos y muy buenos recuerdos en mi mente. Me emocioné, en serio. Pero no supe reaccionar: ni siquiera le envié un gesto acelerado, un grito… La situación me superó. Él aprovechaba el rojo para revisar su móvil, sin notar el peso cercano de mi sorpresa. El claxon de algún conductor impaciente nos devolvió injustamente a la realidad y le obedecimos. ¿Y ahora qué? Dejé pasar aquella oportunidad que no volverá a presentarse. Tonta, tonta.
Gloria Pérez, exGS
Alguna jugada que te hizo el azar. Extensión libre.