El hombre apenas mueve los hombros o la cabeza, y por sus pequeñas sacudidas adivinamos cuándo adelanta las manos para teclear o manejar el ratón. Sus manos, de dedos largos y huesudos, y la piel con motas amarillentas de vejez, solo aparecen en la pantalla cuando se las lleva a la cara: un dedo que rasca la nariz o hurga en su interior, la palma que frota la incipiente barba, dos dedos pinzando la barbilla, uno que empuja el puente de las gafas, la uña que levanta escamas en el cuero cabelludo o hurga entre dos dientes. Su rostro muestra señales de cansancio: los ojos brillantes, las bolsas acentuadas bajo los párpados, el pelo algo grasiento del final del día, la piel ensombrecida por las horas transcurridas desde el afeitado matinal.
Viste una camisa de cuadros, parece gastada en el cuello, una prenda de andar por casa, cómoda y vencida en sus costuras por años de uso. A su espalda, una librería deja ver cuatro baldas. Dos están llenas de libros, es fácil leer el título de la mayoría, no necesitamos un zoom, son volúmenes de gran tamaño, ilustrados, catálogos de museos, antologías de grandes fotógrafos, ediciones lujosas de exposiciones o recorridos visuales de ciudades monumentales, alguna obra en inglés, varios todavía con el precinto transparente. Las otras dos baldas exhiben objetos decorativos: un par de marcos con retratos de niños, una vela cuadrada y rojiza, y una cajita plateada que podría ser una pitillera aunque también una armónica, no lo distinguimos bien.
de La habitación oscura, de Isaac Rosa
Estás espiando a través de una cámara. Describe qué ves al otro lado. Sigue el modelo del texto dado. ¡Cuidado!, no es un texto de opinión. Extensión libre.