Sangre y noviembre

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[Foto: HannahJoe7, en Pixabay]

Con cada latido mi fin está más cerca, pero ya no me importa. Mientras espero a que la vida me abandone y la sangre tiña de rojo el agua, parece increíble que solo pueda pensar en lo irónico que resulta morir desangrado. Desde el primer momento la sangre ha nutrido mi cuerpo y no ha dejado de cumplir su cometido: mantenerme con vida. Ahora, mientras veo cómo escapa por mis venas buscando el exterior, siento que la vida se me escapa con ella. Es duro reconocer que al acercarse la muerte, puedas ver cómo tu esencia, lo que definía tu nombre y teñía tu piel, se aleja de ti llevándose todo a su paso. En cierto modo, es lo que dice la gente: ‘’Cuando estás cerca de morir, ves pasar la vida ante tus ojos’’. Qué gracioso me resulta comprobar que una frase tan manida ocultaba una verdad tan agónica. Pero el tiempo de pensar se agota y el cansancio se hace dueño de mi voluntad. No se me ocurre un final apropiado para esta historia; mejor así: la muerte será como la vida misma. Incertidumbre.

Roberto de Celys, exGS

Es noviembre, el momento de los relatos con sangre. Extensión libre.

11 thoughts on “Sangre y noviembre”

  1. La imagen onírica de estar tumbado en la mesa quirúrgica; lentas constantes,creando una canción.

    Poseer un órgano ajeno a mi,sentirlo;toda un experiencia que guardaré de por vida.

    Ahora los latidos van mas rápido… espera! Un instrumento nuevo se a unido a la melodía ,es un nuevo corazón.

    El origen asistiendo el milagro; hoy volví a nacer.

  2. Solo necesitaba un incentivo para cumplir su cometido. Habian intentado reprimirle de muchas formas, sin embargo, atiborrarle con pastillas no era suficiente para calmar su sed de sangre. Continuamente pensaba en ella, la delicada flor que trabajaba en la libreria, que el tantas veces frecuentaba. Recordaba con júbilo sus manos rozando el cuello de la joven, la cuchilla deslizandose con suavidad por su garganta mientras cientos de flores carmesíes brotaban de su pecho. Cúan extasiante habría sido, si aquellas personas no lo hubieran retenido.
    Confinado en su celda, anhelaba con buscarla, con sentir el cálido tacto de su sangre entre las manos, solo así culminaría su obra y gozaría del reconocimiento que el tanto deseaba.

  3. El chico de la torre de ajedrez reaccionó. Con la mitad del cerebro asomando por la brecha de su cabeza, alzó su brazo derecho sosteniendo la torre y empujó levemente la cabeza de Ana hacia atrás. Esta abrió los ojos de puro pánico al notar que la cicatriz de su cuello se descosía y la cabeza se le caía hacia atrás. Los músculos, tendones y cuerdas vocales quedaron al descubierto entre un torrente de sangre. El cadáver semidecapitado cayó de rodillas, inerte, y seguidamente se desplomó contra el suelo. Mi sonrisa se esfumó. El chico de la torre de ajedrez cogía entre sus manos con curiosidad parte de su cerebro y se lo comía. Pero no tuvo mucho tiempo para seguir probando nuevos sabores: de repente, un cuenco de ramen fue a parar con una violencia inaudita contra su cabeza.

  4. Cuando me llamaron a redacción para pedirme que cubriera un feo suceso en un barrio periférico conocido por sus problemas con la droga, pensé que se trataría de otro ajuste de cuentas más. Salí enseguida y fui de los primeros periodistas en llegar. Cuando entré en la habitación la escena era peor de lo que imaginaba y podía soportar; aunque ya había cubierto hechos parecidos, este se superaba: había sangre por todos lados. Las salpicaduras llegaban hasta el techo y el hedor era perceptible en la atmósfera. Tres jóvenes habían sido asesinadas; al parecer, también les habían seccionado todos los dedos de las manos. Un claro mensaje de quienes castigan por un tema de drogas y traición. O al menos eso parecía.
    Dos detectives hablaban en voz baja mientras señalaban con el dedo índice las salpicaduras de sangre desde los cuerpos y su posible trayectoria. Uno se rascaba la barbilla y examinaba su móvil de vez en cuando, buscando quizás una respuesta a este terrible suceso. El otro nos sugirió que termináramos cuanto antes y que ese día no habría rueda de prensa. No hasta que llegaran los médicos forenses y procedieran a los levantamientos.

  5. ¿Petardos? ¡No! Han sido unas terribles explosiones seguidas de ráfagas de disparos por todo el centro de la ciudad.
    Es viernes noche y la ciudad se disponía a disfrutar del fin de semana, pero una serie de fanáticos al grito de Alá han atentado en la ciudad. La parte de la ciudad que estaba adormecida despierta y descubre sus calles repletas de policía, ambulancias y personas que caminan desorientadas mientras que otras corren presas del pánico.
    Encienden el televisor para saber qué está pasando y observan una ciudad que parece estar en guerra. Los espectadores de un partido de fútbol han de refugiarse en el centro del campo hasta que las autoridades los puedan desalojar con seguridad, otros se cuelgan por las ventanas de una sala de espectáculos para huir de unos locos que están ejecutando a las personas que disfrutaban de un concierto de rock, hay gente tiroteada mientras cenan tranquilamente con familia o amigos.
    Pasa la noche de noviembre teñida de sangre, miedo e indignación. Pero poco a poco, la solidaridad y el valor de aquellos que creen que hacer el bien es mucho mejor que matar se ven reflejada en la calle. Taxistas que llevan, gratis, a la gente a sus casas porque les aterra coger el metro, otras ofrecen sus propias viviendas a aquellos que no tienen donde ir e incluso lanzando sábanas para tapar las victimas mortales que están desperdigadas por las calles.
    Noviembre de sangre y muerte en París, pero también noviembre de demostración de unidad, solidaridad y valentía de un pueblo que no se deja amedrentar por una serie de locos criminales que dicen matar en nombre de su dios.
    Puedes ser creyente o no, pero nada ni nadie debe disponer a su antojo de la vida de las personas. Por eso este noviembre rojo alzaremos una bandera verde de esperanza y lucharemos con las armas más potentes que existen: la unidad y el amor y no bajo un amparo divino sino en nombre de la humanidad.
    ¡París hoy somos todos!

  6. No sé en qué momento todo cambió, en qué momento las palabras de amor y cariño se tornaron en silencios, quejas o discusiones. Quiero convencerme de que hay mucha gente en la misma situación. Que la vida ajetreada, las deudas, las obligaciones diarias… nos provocan tensiones y estas se reflejan en nuestra convivencia. Pero van pasando los años, va pasando la vida y me pregunto por qué cada día me cuesta más esfuerzo ponerme en pie, por qué sonreír se ha convertido en algo casi forzado, por qué ya no soy espontanea, por qué la risa solo está presente en mi vida cuando cierro los ojos a la realidad y me permito perderme en momentos de fantasía que me ayuden a seguir un poco más.
    Hoy he llegado a casa con el firme propósito de cambiar mi vida, darle un punto de optimismo y alegría y he decidido hablar con él. Lo estoy esperando nerviosa, ansiosa por decirle que quiero que recobremos aquello que un día tuvimos. Pienso que él también debe estar cansado de vivir así y que acabaremos abrazados con la ilusión de volver a aquellos días en que éramos felices.
    Paso mucho rato esperándolo, pierdo la noción del tiempo, por fin oigo cómo entra la llave en la cerradura y lo veo entrar. Sus ojos reflejan cansancio, o eso he querido creer siempre, pero hay algo oscuro en su forma de mirarme. Me armo de valor con la fe de que cuando me acerque a él para decirle lo que pienso su mirada volverá a iluminarse, pero como siempre me equivoco. Me mira con más desprecio que nunca, se ríe de mí y me trata de tonta e ingenua. Me dice que no le moleste más, que esa es mi vida y no hay nada más que hablar.
    Pasa un largo rato noqueada, no sé cuánto, pero de repente siento que despierto de un largo sueño y que quiero volver a recobrar las riendas de mi vida y que será sin él. Me levanto, me dirijo al dormitorio y lo veo dormido. Cojo una mochila y guardo unas cuantas cosas dispuesta a salir de esa cárcel, que yo creí mi hogar. Despacio, procurando no despertar a mi carcelero, abro la puerta cuando de repente siento un agudo dolor en el pecho, no sé qué pasa hasta que siento su aliento detrás de mí. Me giro y veo un cuchillo lleno de sangre en sus manos y entonces lo entiendo todo. Mi mira y me dice que le he obligado a hacerlo, pero esta vez no le creo, por fin he comprendido que no es culpa mía. No se espera mi reacción, le miro y me río. Sí, me río, a pesar de estar llena de sangre, porque sé que me he liberado.
    Creo que la sorpresa que le ha causado mi risa me ha salvado la vida. Porque mientras él me mira atónito yo salgo al rellano, dejando un reguero de sangre, y pido ayuda. He tenido suerte y en este día triste y sangriento de noviembre, empiezo de nuevo a vivir.

  7. Desde siempre me he sentido fascinada por lo misterioso y sobrenatural; por eso, cuando una amiga me invitó a un culto satánico, decidí acompañarla. Cuando llegamos a la reunión, me dijeron que me estaban esperando desde hacía mucho tiempo, pues completaría el círculo perfecto de doce puntos, también llamado “la estrella de Satán”. También, que debía ser obediente y que si intentaba huir, matarían a mi familia.
    Para poder entregarle mi alma al diablo, primero tenía que beber la sangre de un animal y luego la de una persona inocente. Así que maté a un gato, bebí su sangre y luego me comí su corazón. Con esto estaba entregando ya el noventa por ciento de mi alma. Pero aún me faltaba la ofrenda final, necesitaba un niño y como no tenía el valor de robar uno, tomé la decisión de quedarme embarazada.
    Me practicaron una cesárea a los ocho meses de gestación, en un ritual que comenzó a las doce de la noche, “la hora de las brujas” y terminó a las tres de la mañana, la llamada “hora del diablo”. Recuerdo que en el momento en que el médico me extrajo al bebé, yo, con todo el dolor de mi corazón le clavé un puñal en su cuerpecito y luego bebí su sangre; después, los otros miembros de la secta devoraron a mi hijo como si fueran caníbales.
    En este momento sigo siendo miembro del grupo y he participado en muchísimos ritos sanguinarios. La verdad es que no quiero pertenecer a este mundo, pero no puedo escapar de él.

  8. En una bonita noche de luna llena, alzo la copa de vino, la cual resplandece con un rojo intenso. Inspiro el contenido, el aroma es agradable y dulce. Cierro los ojos adentrándome en mi más reciente recuerdo.
    Conocí a una mujer en un bar de copas. Susurrándole palabras hermosas, cayó rendida a mis pies, y la invité a beber la última en mi casa. Pasamos una noche de pasión, y sin poder defenderse por las ataduras con las que la sometí, jugué a otro juego más divertido. Le rajé el cuello. Salía la sangre a borbotones empapando las sábanas de rojo. Fui al armario y saqué del estante de arriba una caja blanca, antigua, pero sin pizca de polvo. La abrí en mi cama y extraje mi más preciado objeto: un estuche negro mate. Lo desplegué en tres partes y deslicé suavemente el dedo índice por encima de cada cuchillo como si de un ritual se tratase. Y entonces escogí el más pequeño y afilado.
    Extraje toda la sangre del cuerpo y empecé a rebanar la piel a tiras. Con uno más grande fui cortando la jugosa carne en pedacitos. Etiqueté los túpers y los coloqué en el congelador grande que tenía en el trastero. Allí dentro, cualquiera podría haber leído otros nombres, de otros hombres y mujeres.

  9. Entonces estaba tan harta que miré el cajón de las herramientas y me dirigí hacia él; sin pensarlo cogí la navaja de mi padre y tan hastiada estaba de la vida que me corté las venas. Veía cómo mis muñecas se desangraban y de repente sentí cómo empezaba a amar mi vida, como si todo lo que creía malo se convirtiera en lo mejor, y todos aquellos pensamientos oscuros que tenía en mi mente se convertían en pensamientos dulces y hermosos. Poco a poco se me iban cerrando los ojos… Justo en aquel instante llegan mis padres a casa, todo se llena de gritos y lágrimas, y entonces me doy cuenta de que a aquellas dos personas a las que tan poco valoraba ya las empiezo a extrañar, sin haberme ido todavía de este precioso mundo.

  10. Sentado, moviendo con mi mano una copa rebosante de sangre y con la mirada fijada al frente, me dispongo a saborear este delicioso jugo de olor y sabor metálicos. Rozo mis labios sobre el cristal de Bohemia, siento el sabor del rojizo néctar que me hace perder el control y quiero más, más. Tan solo un trago y siento que ya nada importa, me embarco en la locura, esa que dicen que es tan mala y que a mí tanto me gusta. Pronto, ansiosamente tendré que buscar otra presa a la que dentellear. Pronto, una nueva víctima, un nuevo cuello se desgarrará entre mis colmillos.

  11. Sentada en su sillón favorito, el de los cojines de terciopelo rojo, miraba el charco de sangre, también rojo, que se extendía desde la cocina hasta la sala de estar y que pronto mancharía la alfombra persa. No más discusiones, no más mentiras, todo se había acabado. Se lo había dicho mil veces, no aguantaba más, ni a él ni a sus traiciones. Todo había sido más fácil de lo esperado: el cuchillo había entrado en la carne con facilidad. Él la había mirado entornando los ojos, más por la sorpresa que por el dolor. Bajo el ruido del gorgoteo había tratado de decir algo, imposible entender nada con la garganta cortada de cuajo. Tenía que parar de pensar y levantarse antes de que se manchara la alfombra. Ya sabemos que la sangre sale mal de los tejidos caros.

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