Turistas de verdad (añoranza)

Madrid - Royal Palace tourists
Madrid – Royal Palace tourists

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Ya no quedan turistas; lo que vemos por las calles son simples paseantes, ciudadanos de una inmensa ciudad que se estira, que se expande por encima de los límites. Aquel que tú ves como turista, que a duras penas identificas -por su mirada cauta, porque anda deprisa o porque compra fruta ya cortada y envasada – es posible que haya tomado un vuelo de bajo coste mientras tú aún dormías y se marchará rumbo a casa antes de que tú hayas preparado tu cena. No lleva peso, ni muda de recambio. Tampoco ha comprado moneda, no lleva guía. Se confunde ese turista de hoy con nuestro compañero de la facultad, con nuestra vecina del ático, con el primo pesado de las bodas. A veces te ofrecerías, amable, a indicarle un atajo, una mejor vista, pero su iPhone sabe mucho más de lo que sabes tú y tu ciudad, en definitiva, no es tan distinta de la suya. Tampoco verá en ti una simpatía que necesite: lo que ve desde fuera y solo por fuera ya le basta, y quizás tu cercanía le intimida o le asusta. Ellos ni siquiera visten de turista. En este mundo nuestro tan esnob ya todos nos creemos viajeros -faltaría más- y nos aterra que nos confundan con aquellas gentes tan lejanas, tan ruidosas y tan felices que traían aires nuevos,  extraños raros y vistosos como ellos solos. Sí, quizá desentonaban, o eran prepotentes o vestían imposibles. Pero yo los añoro, como tantas otras cosas.

Tus impresiones sobre el turismo, en unas 75 palabras.

12 thoughts on “Turistas de verdad (añoranza)”

  1. -Me voy Paula, hasta la semana que viene. Cuídate y cuida la casa.
    -Adiós mama que tengas buen viaje, nos vemos pronto.
    Son las cinco de la mañana, mi madre camina por el barrio con su maleta, como cada semana.
    En ese instante, ella pasa a ser una posible turista a los ojos de los que esperan el V7 para ir a trabajar.
    El conductor del Aerobús que se dirige a la Terminal 1, vende billetes cada día a personas de todas partes del mundo.
    -Un tiquet d’anada i tornada siusplau- pide mi madre.
    El conductor le responde con una mirada cómplice. Ella sonríe y se sienta al lado de un japonés mientras lo observa y se pregunta cuántas veces estará retratada la Sagrada Familia en su cámara de fotos.
    Al cabo de un rato, gira un poco la cabeza con curiosidad y observa a un grupo de jóvenes medio dormidas. Las imagina en La Rambla, algo ebrias, disfrazadas y cantando a gritos mientras celebran una despedida de soltera.
    La voz de un niño rompe el silencio. Se trata una familia con dos niños de aspecto nórdico que conservan la pulsera verde del Tibidabo en la muñeca.
    Mira por la ventana, cierra los ojos mientras recuerda y añora aquellos tiempos en los que eran pocos aquellos que llegaban con la maleta por el barrio.
    Un hombre hablando por teléfono la hace reaccionar y le devuelve la curiosidad: abre los ojos y a su izquierda lo ve, está solo. Con su escaso conocimiento de francés, deduce que, al parecer, un familiar querido ha fallecido, que todo ha ido bien y él regresa a París.
    Se abren las puertas del aerobús y los pasajeros van recogiendo sus maletas. Esas mismas maletas que han sido cómplices de la diversidad de culturas.
    Y es al entrar al aeropuerto, cuando mi madre se da cuenta de que todos y cada uno de nosotros, nos fusionamos en la corriente de gente y que somos solamente, viajeros del mundo.

  2. Me pregunto hoy en día quién es el verdadero turista. Sin ir más lejos que por las calles de mi barrio, me siento turista por completo: puedo pasar de China a a EE.UU. sin cruzar ni siquiera la calle. Es algo que no deja de sorprenderme, el sentirme turista en mi propia ciudad, en mi propio barrio donde he nacido y me he criado. Es asombroso cómo la diversidad étnica que vive me hace sentirme en otros países, convirtiéndome casi por completo en un visitante de mi propia ciudad. Si algo me agrada de sentirme turista en mi “casa” es la riqueza cultural que hay y por ende, poder aprender y conocer las costumbres de otros países sin tener que viajar. El turismo como tal creo que se extinguió hace tiempo.

  3. UN TURISTA Y YO
    Se ha hecho tan grande la palabra turista que ya no entra un centavo más o quizás se podría decir que ya forma parte del circulo de los beneficios; hoy en verdad la palabra turista es igual a vender y todo lo que entra por los ojos, sale por los bolsillos. En cambio, yo siempre que fui de turista me sentí identificado con los lugares que recorrí y nunca me hicieron falta una guía o un mapa para llegar a tierras lejanas. Qué puedo decir si soy argentino y resulta que soy turista dentro de mi país: he querido conocerlo de este a oeste y de norte a sur y saber de sus gentes, su cultura, sus trabajos artesanales: yo caminando por mi patria.
    Recuerdo cuando crucé la cordillera de los Andes recorriendo Santiago, Viña del Mar, La Serena, Coquimbo, La Ligua… parecía que aún cargaba con un poco de nostalgia, pero el turista que visita y es agradecido quiere seguir en su afán de conquistar conocimientos y seguir una ruta sin fin. Así Facundo Cabral en su canción “No soy de aquí, ni soy de allá”, me hace imaginar una línea o un camino por recorrer y nutrirme, apropiarme de cosas desconocidas para el ser humano, y siempre que fui a un sitio supe encontrar sus bellezas, lo mejor de su naturaleza y una canción que me acompañara. Y así como un andariego llegué a Brasil, una etapa en la cual me encontré de todo, incluso dormí en una barraca con los Sin Tierra, en aquella época un movimiento político-social de raíces rurales muy popular. Está de más mencionar la experiencia de respirar ese aire puro que impone el Atlántico… Más tarde continué por Sao Pablo y Río de Janeiro. Justamente en Río pude disfrutar de la vida callejera, cuando baja el sol y va comenzando la noche, suena la samba y se comparte alguna barbacoa donde espetos de carnes hacen las delicias de la cordialidad. En ese barrio no llegan europeos, estos prefieren pasear por Copacabana en yip, porque es más cómodo; pero los miro indiferente y me quedo con quien más me gusta, la gente de la calle, donde verdaderamente está la facultad de la vida. Santo Domingo fue otro de los lugares donde me llamó la atención cómo la gente, a pesar de tener tan poco, te ofrece su corazón. Recuerdo que me alojé en un hotel donde todo estaba incluido y donde me sentía, la verdad, un poco atado. Participé de tantas actividades del hotel que el director me invitó a ocupar una de las casas de los directivos, y hasta me ofrecieron quedarme a trabajar allí, pero con todo el dolor del mundo no acepté. Realmente no sabía cómo agradecer tamaña atención. Conocí su señora y a su beba, entablé una amistad que nunca olvidaré. Después de esto, podría preguntarme: “Entonces, ¿en qué nos parecemos un turista y yo?”

  4. No es lo mismo ser turista, veraneante o guiri. Para mí un guiri es el típico inglés que viene a España en busca de sol y playa, que no sigue los parámetros de la moda y es capaz de combinar bermudas de cuadros con camiseta de rayas, chanclas con calcetines, camisa de vestir con pantalones de tenis. Me encanta lo desinhibidos que son cuando llegan a nuestro país: les gusta probar bebidas nuevas, comer paella a las seis de la tarde y disfrazarse de fanáticos del Barça. La playa para ellos es un lugar de culto donde se debe ir a diario, pasar las horas reglamentarias y cual penitente andaluz, quemarse al sol para más tarde no poder ni vestirse.
    Turista puede serlo cualquiera: todos viajamos, nos movemos de una ciudad a otra y tenemos ansias de saber y conocer lugares remotos y exóticos. Hoy en día es bastante fácil viajar si no se tienen grandes pretensiones. Hay ofertas para compartir vivienda, intercambiar domicilio, pernoctar en albergues baratos, volar a horas intempestivas por pocos euros…
    Y el veraneante es aquel que espera el estío para dejar la ropa de trabajo y marchar con la familia y el perro a la montaña o a la playa. Puede ser asiduo a los cámpines, que tenga una casita familiar o que alquile un apartamento. No suele ir de hotel porque necesita todo un mes para desconectar de la rutina y sería demasiado costoso. Este veraneante y los suyos provocan en mí una gran melancolía. Quizás me siento identificada. Igual me pasa cuando leo historietas de La Familia Ulises.

  5. Hoy encuentro turistas haciendo fotos con sus móviles de alta generación en los mercados, donde los clientes habituales apenas pueden andar. También los oigo, noche tras noche, haciendo fiestas estruendosas en los “fantásticos” pisos de verano, lo que conlleva que los vecinos no podamos descansar. Algunos de esos turistas son jóvenes que vienen con la promesa de un verano de alcohol y desenfreno, dejando un rastro en las calles nada agradable.
    Esos turistas no me gustan. Quiero que vuelvan los turistas de antaño, extravagantes pero divertidos. Esos, esos que solo querían disfrutar de unas merecidas vacaciones, que eran pintorescos pero respetuosos con el entorno y las personas. A todos esos turistas quiero decirles que les esperamos, que el verano sin ellos ya no es lo mismo.

  6. Para mí los turistas de hoy son un rebaño de guiris hipnotizados a golpe de guía turístico. Un guía que los lleva de un lado a otro por las carísimas zonas turísticas y muchas veces peligrosas por la delincuencia. Tanto unos como otros, todos sacan tajada de esos pobres infelices. Porque no es lo mismo ser viajero que turista. El turista suele tener un programa diseñado y va en grandes masas, y sufre grandes colas para visitar los monumentos o entrar en los lugares de interés. En cambio el viajero es un especimen parecido, pero con más independencia y libertad.


  7. Mientras paseaba por una famosa calle de la ciudad, me puse a pensar… ¿quién es aquí el turista? A mi alrededor, pocas personas hablaban en español. Pensé en tantos países como idiomas estaba oyendo. Pensé que no todos los que yo veía eran turistas por placer, sino por otros motivos. Poco después, fantaseé si yo algún día llegaría a ser turista por obligación, por un largo tiempo y sin billete de vuelta. Y quién sabe… igual, me quedaba allá donde estuviera y ya no volvía nunca más.

  8. Nuevos colores, nuevos sabores
    gentes distintas
    distintas sus costumbres
    
fuegos, fogazas y humos
    comidas raras, sorbos calientes
    en las teteras menta y azúcar
    Vestidos largos, túnicas y tambores
    cedros, monos, escasez de agua
    altos camellos lentos

    Todas esas cosas
    había una vez
    cuando viajar era un placer


  9. Siempre que hablamos de turismo, hablamos de algo que está en constante movimiento. El turismo varía al estar fuertemente atado a las tendencias y exigencias del usuario. En la actualidad, viajar es algo accesible para todos los bolsillos y gustos: se puede viajar en cualquier época del año y a cualquier lugar. Sin importar rincón, siempre hay donde elegir. La euforia del consumismo y la diversidad han deformado la idealización que se tenía del turismo, dándole un aire parecido a las “guiadas excursiones escolares”.


  10. No me hago a la idea de que llega el verano. Años atrás, una marea de personas pintorescas, con sus pantalones cortos, pieles enrojecidas y estrambóticos sombreros, nos anunciaba el inicio de las vacaciones. Ahora todos somos más europeos, más civilizados, pero realmente ¿más felices? A mí me gustaba ver a las familias de turistas, embutidas en sus pequeños coches, dirigiéndose a la playa a pasar el día o paseando por las calles, un poco perdidas, pero alegres por disfrutar de un verano en que la mayor de las preocupaciones era no quemarse demasiado. No como ahora, esclavos del reloj, afanosos para no perderse ningún plan organizado por el guía turístico. ¿Turismo? Pantalón corto, sombreros, abanicos, pieles enrojecidas… y sobre todo, bullicio y risas.


  11. Me acuerdo como si fuera ayer de mi primera experiencia como turista. Tendría unos ocho años y fuimos a recorrer Europa con la caravana a cuestas. Me acuerdo de los productos prefabricados en las estanterías de las áreas de servicio y que suponian un comienzo de un largo viaje. Aquello sonaba a gloria. También me acuerdo de los largos trayectos de una ciudad a la otra en los que me entretenía ver pasar las farolas. Es increíble las pequeñas cosas con las que te diviertes siendo niña. 
Lo que más me impactó fue Viena, sus castillos, la respetada alma de Mozart que está por todas partes. Todo aquello inspira. Sus pequeñas iglesias donde siempre puedes escuchar un poco de música de cámara o los inmensos parques. Las flores hablan desde sus balcones y no sabrías decir cuál es más bonita. Pero hay una cosa que recuerdo por encima de todo: el olor de las calles. Sí, tenían un olor especial, y siempre que viajo ese olor vuelve a apoderarse de mí transportándome a una nueva dimensión. ¡ Me encanta ser turista!


  12. Todo va cambiando y es algo inevitable; el turismo y sus usuarios también. Ahora somos casi todos turistas sin movernos de la silla y frente a una pantalla; el mundo se ofrece ante nuestros ojos, asombrados de que esté a tan solo un clic. Podemos tener información de dónde vamos y prepararnos un buen viaje o irnos a la aventura, pero el turista gamba sigue andando por ahí y si yo voy de viaje se me nota que soy turista, porque me gusta preguntar, ir a lo típico y de vez en cuando, descubrir con ojos de de pardillo, algún paraje desconocido y lleno de belleza.


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