El azar

                                                                       

el azar 

[Fotografía en photowallpaper.com]

Ahora que lo pienso, aquel día me había levantado con la sensación de que algo iba a ocurrirme. Y así fue. Camino del trabajo, me detuve en aquel semáforo que siempre pillaba en rojo: dos minutos para las mismas miradas hacia el horroroso bloque de viviendas de enfrente o al parque desierto aquellas horas, la curiosidad por el desconocido conductor de la derecha… ¿Desconocido? Aquella mañana giré la cabeza y allí estaba él, justo a mi lado. Hacía quince, quizás veinte años que no lo veía. ¡No podía creérmelo! Habíamos sido muy buenos amigos, amigos y alguna cosa más. Se agolparon muchos y muy buenos recuerdos en mi mente. Me emocioné, en serio. Pero no supe reaccionar: ni siquiera le envié un gesto acelerado, un grito… La situación me superó. Él aprovechaba el rojo para revisar su móvil, sin notar el peso cercano de mi sorpresa. El claxon de algún conductor impaciente nos devolvió injustamente a la realidad y le obedecimos. ¿Y ahora qué? Dejé pasar aquella oportunidad que no volverá a presentarse. Tonta, tonta.

Gloria Pérez, exGS

Alguna jugada que te hizo el azar. Extensión libre.

13 thoughts on “El azar”

  1. Todo empezó un veintinueve de marzo. Yo estaba en un gimnasio, allí empezó todo lo que voy a contar, quizás fue el azar, la casualidad o porque estaba escrito que tenía que suceder. En dicha fecha sufrí un infarto en el cual quedó dañado mi corazón, en un 90%. Una vez fui atendido de urgencias y tras haber pasado la noche, los médicos me dijeron que era necesario hacer un trasplante. Uno no llega a creerse lo que le está sucediendo, cree que estas cosas a uno no le pasan. “No hay que alarmarse, porque en estas fechas por vacaciones de Semana Santa, vacaciones estivales o Navidad, por suerte de unos y desgracia para otros se producen accidentes de tráfico”, me dijeron. La realidad es que has de asumir que te está ocurriendo; todo te lleva a pensar a creer que vas a ser afortunado y que vas a tener suerte o quizás no, de conseguir el órgano de un donante para poder seguir viviendo. ¿Suerte? ¿Azar? Todo esto sucede estando medio despierto, pero soñando; peleando porque quieres vivir, disfrutar de la vida, que te queda mucho por delante, eres joven y no quieres morir. Llega el día en el que uno despierta y es consciente de todo lo sucedido, de que ha estado en coma inducido y se le ha trasplantado un corazón. ¡Azar! ¡Suerte¡ Estaba escrito, lo que tenía que pasar, pasó.
    Gracias a estas personas anónimas donantes que dan vida.

  2. ¿El azar se busca? Tengo la sensación de que si tú no haces nada tampoco vendrán las cosas por arte de magia. Ese día estábamos los tres juntos: mi hermana, mi madre y yo, dirección a una exposición de juegos varios, tipo gincana. Coincidía con un sorteo de una bicicleta, cogimos muchos papeles y empezamos a poner los nombres a modo que no doblábamos casi los papeles para que quedaran más grandes; la espera valió la pena, ¡¡ nos dieron la bici!! ¿Magia?, ¿azar? No creo, otro hubiera cogido la papeleta, hubiera puesto el nombre, lo hubiera doblado hasta quedar diminuta… Y sus probabilidades hubieran bajado más del sesenta por ciento. Creo que nosotros ya sabíamos que teníamos muchas probabilidades. eEl azar no hará nada por ti, eres tú que te lo tienes que currar o tienes que ser más inteligente que los otros.

  3. El azar , qué curiosa realidad, yo solo iba a ir de acompañante a una cita en la que no conocía más que a mi hermano, incluso tuvo que sobornarme, ¡pues al día siguiente madrugaba! Tenía que trabajar y me cogió en la cama medio dormido ya. Al final le acompañé sin demasiadas ganas… Una vez llegamos al punto de encuentro en el que él había quedado con aquella chica, allí estaba ella de acompañante también; me desperté de golpe: los dos nos miramos y supimos que el estar allí a esas horas a desgana no había sido pura coincidencia. Después de esa noche y unas cuantas quedadas más se inició la relación más importante en mi vida y la que me marcó para siempre.Cuatro años que cambiaron mi ser, y todo gracias al azar, pues ni yo ni ella sabíamos que alguien más vendría.

  4. Cuando algo nos sucede por accidente, por casualidad o debido a algo que no esperamos, nos sorprendemos. Si es algo bueno, nos hace feliz, pero si algo malo pasa, entonces nos sentimos desgraciados. A mí me pasó una vez. Yo amo a mi mamá. Vine aquí con mi hermano y no volví a mi país en cuatro años, así que no vi a mi madre en ese tiempo. Cada día yo la extrañaba, deseaba verla.
    Un día estaba en casa, haciendo mis cosas, como un día normal para mí, pero ocurrió algo inesperado. A mediodía, alguien llamó a la puerta, fui a abrir y no podía creer lo que estaba viendo. Mi madre estaba frente a mí y también mi hermano, que había ido al aeropuerto a recogerla. Me sorprendió, era un plan de mi padre para darme una sorpresa. Y solamente sabía que mi madre vendría ese mes pero no sabía el día exacto. Aquel día fue muy especial para mí porque sucedió una cosa que yo no esperaba. Era un plan, pero para mí fue algo que sucedió al azar.

  5. No recuerdo si lo oí en una película o si alguien me dijo que jamás hay que volver la vista atrás, que da mala suerte. Y yo me lo creía a pies juntillas y nunca, aunque me muriese de ganas, giraba sobre mí. Un día que, durante un paseo, atravesaba un estrecho callejón del Raval, me encontré, cara a cara, con alguien que no me pareció… digamos, humano. Era terriblemente pálido, vestía ropa oscura, llevaba un sombrero calado hasta las cejas y no se distinguía bien si era hombre o mujer. Llamó poderosamente mi atención y justo iba a pasar a mi lado. Debía aprovechar ese momento, no perder detalle y no tentar a la mala suerte.
    El callejón se estrechaba y era imposible que pasáramos los dos al mismo tiempo. Fui yo quien se detuvo, quien cedió el paso. No retiré la vista, estaba hipnotizada, casi paralizada y de manera fortuita, al pasar, él rozó su mano con la mía. ¡Qué tacto más extraño! No era muy agradable y además, su paso reveló un olor peculiar.
    Seguí caminando, sorprendida, impactada, hasta que llegué a casa de mis padres. Era uno de esos domingos en los que no tienes nada mejor que hacer que ir a comer un plato casero de muchísimas calorías. En aquel tiempo, aunque era independiente, aún conservaba una llave de casa por lo que era costumbre que abriera y entrara sin aviso.
    Casi me desmayo cuando vi sentado, en el sofá de mis padres, al extraño personaje con quien me había cruzado minutos antes en el pasaje. Sentí una impresión fortísima en el estómago, y seguro que palidecí. Al momento mis padres me presentaron a Marcos, un viejo amigo de la infancia que marchó a Alemania y que estaba de visita en Barcelona. Resultó ser una persona muy culta, muy interesante y cierto es, extravagante.
    Por fin se había roto la superstición: no me giré en plena calle ni tenté a la mala suerte, pero el destino trajo a mi casa el motivo de mi curiosidad.

  6. Él y yo
    En la primavera de 2013, un mes de suerte, amor, y un año que cambió muchas cosas en mi vida y la suya. Recuerdo muy bien aquel día que yo fui a ver a un conocido, a quien conocí en la tienda donde trabajé, era un hombre amable y tranquilo. Me invitó a tomar un té y hablar un poco sobre un negocio que le había propuesto su amigo, un negocio que tenía relación con mi trabajo.
    Mientras estábamos hablando del trabajo, de repente empezó a hablarme de otra tema: el matrimonio. Fue algo que yo no esperaba ni tenía en la mente y además, viniendo de una persona a la que acababa de conocer. En un principio, pensaba que estaba hablando de sí mismo, pero en realidad estaba hablando de su amigo de la infancia, que es el hombre con quien estoy casada ahora y del que estoy esperando un bebé.
    Ni él ni yo habíamos pensado jamás que nos casaríamos de esa manera, a través de un amigo o conocido; sobre todo somos modernos y abiertos, pero el azar nos llevó de caminos separados a uno común: dos vidas en una, algo que nunca hubiéramos esperado. Dos meses después de aquella conversación ya estábamos comprometidos y en seis meses, casados. Nada era fácil y tampoco difícil, pero el amor no tiene ni día ni hora, cuando viene ya no puedes rechazarlo.

  7. ¡Poom! ¡Poom! Poom!…,y ¡cambiooo! Me encanta, podría pasarme horas escuchándola si no fuera por los estudios. Y eso que lo habitual de estos es que acaben en fracaso. Pero hay veces que por poca experiencia que uno tenga en el mundo de la música electrónica, el azar hace que cuando menos te lo esperas, dos canciones que jamas habías probado juntas, cuadren y se puedan mezclar.
    Es una sensación impresionante que te hipnotiza. Creo que es el gran momento de un disyóquey profesional y lo que me hace encender el ordenador cada día para molestar un poco más a los vecinos.

  8. Suelo considerarme una persona afortunada en el sentido más amplio de la palabra. Es cierto que tengo lo que necesito. Vivo en un lugar del mundo en el que puedo sentirme seguro. Realmente no me puedo quejar. Pero una persona con suerte, como seleccionado por el destino para cosas puntuales que le mejoren a uno la vida, pues no. Nunca me toca nada en la lotería, nunca gano en juegos de azar. Tanto es así, que apuesto a que jugando en una ruleta con trescientos premios buenos y uno malo, en la primera tirada me saldría a mí el malo. Pero vamos, mejor que no apueste mucho, porque igual también pierdo lo apostado. El caso es que una vez sí tuve suerte. Y fue realmente increíble.

    Ese día hacía mucho calor. Yo salía de donar sangre en el Hospital Clínico de Barcelona. Bajaba tranquilamente por la calle Muntaner, pensando en mis cosas. Hacia unos días que había cobrado el sueldo de un trabajo de monitor infantil de verano. Era poco dinero. Mi cuenta bancaria suele tener números simbólicos, al menos para que parezca que está activa. Pero ese día, algo había en ella, y pensé en que era necesario sacar un poco. Cincuenta euros serían lo ideal. Pues mientras pensaba eso, con la mirada fija en el suelo y bajando hacia la Gran Vía, vi un precioso billete de cincuenta euros tirado en plena calle. Por inercia y casi instintivamente, me agaché y lo cogí como si fuese mío y me lo puse en el bolsillo. Todo esto estaba siendo observado por un hombre de mediana edad que cruzaba por un paso de cebra. Al levantar yo la mirada del suelo, lo vi. Nos miramos durante unos instantes. Yo seguí caminado y lo perdí de vista. Mientras caminaba, ya pasados varios metros del lugar en que lo encontré, miré el billete en varias ocasiones. Comprobando que era bueno. Que había tenido de verdad, mucha suerte…

    Cuando llegué a casa y expliqué lo que había pasado, y de la manera que había ocurrido, hubo bastantes miradas de desconfianza. Comenté que casualmente lo había encontrado delante de un cajero del Banco Santander. Y empezaron las bromas con que si lo había robado, que me lo inventaba… Pero ellos saben que no haría algo así. Me creyeron y aceptaron que, al menos una vez en la vida, había tenido este tipo de suerte.

  9. Es lo que tiene Barcelona, es una ciudad pequeña, sigue teniendo un cierto aire de pueblo en algunos aspectos. Te das cuenta con los años de que es fácil todavía encontrase gente conocida simplemente dando una vuelta. Y siempre alguien exclama: “¡Qué casualidad!”
    Una mañana de esas ajetreadas, coincidí con una exnovia, de hace 11 o 12 años, en el supermercado, al que curiosamente ambos solíamos ir, ya que por aquel entonces vivíamos juntos en esa zona. Fue una de esas relaciones tormentosas donde al final descubrí que ella llevaba una doble vida y yo era aquel chico perfecto que algún día no muy lejano iba a dejar y que además le ayudaba a llegar allá donde quería llegar. Era una de esas personas que solía establecer este tipo de relaciones poco honestas y siempre tuve la sensación de que algo se quedó a medias. Supe que ella, en alguna esquina de su corazón, sintió algo de amor por mí.
    “¡Hey!” -con acento estadounidense- “¡Que casualidad!” nos dijimos. Inmediatamente sentí dentro de mí una especie de energía extraña. “Aquí va a pasar algo”, repetía una voz en mi interior.
    -¿Qué te parece si tomamos algo y nos ponemos al día de todo?
    -Bien…-pensé.
    -Conozco un sitio nuevo.
    Después de un par de horas explicándonos batallitas, astutamente mencionó cómo gracias a ella yo ahora hablo inglés e inmediatamente dijo que estaba buscando a alguien para que le enseñara un poquito de español. Yo, que ya estaba atento a la jugada, le comenté que por un precio razonable podía ayudarle a practicar. Sorpresa la mía fue cuando, al juzgar por su cara, comprobé que ella esperaba que yo la ayudara, pero de forma altruísta. ¡Qué casualidad!! Me encontraba exactamente en la misma situación que 15 años atrás. Desde mi negativa, no la he vuelto a ver nunca más.
    Dijo Einstein: Dios no juega a los dados. ¿Será que no?

  10. Intento recordar algún momento que me transporte hacia un punto en el pasado donde la casualidad juegue algún tipo de papel, o al menos, lo intento. Pero no lo consigo.¿No será que últimamente todo lo que pasa en mi vida son casualidades? Mi vida lanzada al azar, como si de un tablero de cartas se tratase. Parece que mi vida ya estuviera condicionada a ser de una manera, a vivir desalmado entre cuerpos decrépitos, condenado a no poder salir de normas o reglas preestablecidas, a no poder coger con mis manos el agua de la vida que se me escapa día tras día. Vivir en libertad pero sin ella, aparentando ser libre y sin serlo. He ahorcado a mi inocencia, su orgullo aún voraz no impide que se mee encima. Su belleza efímera expira sus últimos latidos suplicantes, perdida entre detritos y flujos corporales viscosos. La he visto patalear indefensa hasta morir, parecía más humana que yo y en su rostro puedo leer un pánico sumiso y crudo que arde entre mis piernas. No me acostumbro al dolor. Quiero sentir el precipitado latido de mi corazón que se lanza hacia el cálido vacío. Sin darme cuenta, le corté el cuello a mi ilusión, la colgué de un semáforo ciego y vi cómo se desangraba, vi el dolor brillar muy cerca. Se fue apagando, velada tras su mísero destino. Abro la caja, está vacía. Poco a poco, me hundo en el olvido de mi propia tumba hasta ver mi muerte. Tan deprisa, que no soy capaz de aceptar. Ella me ha vencido.

  11. Como cada mañana al despertar recuerdo mis sueños. Siempre son varios e intensos, ocupan parte de mi mente hasta que estoy más despejada. Aquel día me desperté habiendo soñado que me tocaba la lotería: lo había visualizado todo, cómo me tocaba, con quién estaba en ese momento, cómo se lo contaba a mi familia… incluso guardaba la imagen del número. Sí, del número. Qué raro, pensé. Pero no le di importancia y seguí mi rutina. Por la tarde se lo comenté a mi pareja, como es habitual en mí contar las mil historias vividas. Y por curiosidad o por intuición, propongo comprar un boleto de ese número. En ese momento me doy cuenta de que ya no lo recuerdo bien, terminaba en 30 creo… Sí, seguro, de los dos últimos dígitos me acuerdo perfectamente. Compramos un décimo con esta terminación. Al tenerlo en mis manos sé que no es el número pero ya no importa. Solo lo he soñado. El sorteo llega y toca uno de los premios a esa misma terminación. Desde entonces sí sueño con lotería, la compro, pero no he vuelto a tener la misma suerte. Estas cosas solo pasan una vez en la vida, o no.

  12. Desde que me pasó, los recuerdos inundan mi mente impidiendo ser consciente en el día a día. Estoy más despistada que de costumbre, más ausente y es que algo ha cambiado en mí. Hace dos días llegué al trabajo como siempre, contenta y entusiasmada por compartir con mi compañero el café de todos los días antes de entrar al supermercado donde trabajamos. Y además, deseando festejar que yo justamente cumplía seis meses allí. Pero me encontré con la sorpresa de que mi compañero no estaba: había pedido librar ese día. Me extrañé, porque era la primera vez que él faltaba y también la primera vez que me encontraba sola en la fila de cajas, pues mi jefe tenía mucha tarea administrativa y trabajaba en su oficina.
    La tarde transcurría con toda normalidad. Eran las cinco cuando entró un chico joven; mi intuición me decía que algo iba a ocurrir, que no iba a ser nada agradable. Pero no entendía el porqué, pues el cliente no presentaba mal aspecto. Minutos más tarde salí de dudas cuando nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos se clavaron en los míos, intimidándome. En ese mismo instante sentí una inexplicable sensación de inquietud e inseguridad que se desvaneció cuando pagó sin más la lata de coca-cola que había cogido y se marchó. “¡Uff!”, pensé, y me dije a mi misma: “Tú y tus cosas raras”.
    Aquella era una tarde movida: hubo más personas que habitualmente, no salí de caja hasta la hora del descanso, y que fui relevada por mi jefe. Merendé rápidamente para no perder tiempo y volví a incorporarme a mi puesto y él al suyo.
    Fue entonces cuando percibí que una persona se dirigía con prisas hacia mí. Me giré suavemente para ver de quién se trataba y comprobé que era el mismo chico de antes: aquel chico alto de mirada desafiante, el mismo, pero que ahora me apuntaba con una pistola, amenazándome para lograr su único objetivo de llevarse todo el dinero. Consiguió su propósito y se marchó satisfecho: coincidió que por una equivocación, aquella tarde el dinero sobrante de la caja no había sido retirado a tiempo.
    ¡El azar hizo que para él fuera un gran día y para mí el peor!

  13. LAS COINCIDENCIAS EXISTEN

    Durante el verano de 2009, un amigo y yo decidimos ir a pasar unos días a Madrid. Queríamos verlo todo: la Puerta del Sol, el Palacio de Cristal en el parque del Retiro, el Museo del Prado, el Palacio Real… Así fue, cinco días intensos en los que pudimos ver casi todo lo que habíamos pensado. Pero lo más curioso de todo es que uno de los días decidimos comer algo cerca de la estación de Atocha, y cuál fue mi sorpresa cuando en la cafetería donde estábamos me encontré con una amiga del colegio a la que hacía muchos años que no veía. Al parecer llevaba ya muchos años en Madrid. Fue un momento muy emotivo y al mismo tiempo muy gracioso, ya que resulta extraño encontrarse con alguien a quien hace muchos años que no ves, y a tantos kilómetros de distancia. Pasamos un rato agradable recordando momentos que vivimos las dos y contándonos cosas de nuestras respectivas vidas. Por desgracia todo se redujo a ese encuentro, ya que desde aquel día no hemos vuelto a hablar y yo tampoco he vuelto a ir a Madrid. Es una pena que todo quedase en una conversación y no siguiéramos teniendo ningún contacto.

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