Secretos en el baño

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Estoy venciendo la tentación de llevarme todas las amenidades (palabra inexistente) de los baños de hotel. ¿Para qué un gorro de baño o una esponja, un peine o un gel de veteasaber? Ese control sobre mí me asombra. La última vez, me fui sin nada en mi neceser, o casi, porque no me resistí a un cepillo de dientes minimalista, transparente, muy recto. Vuelvo a mi cuarto de baño y suspiro: ¡Es todo tan soso! Amigos excéntricos que uno tiene necesitan en su aseo de la presencia de plantas, cuadros o de una pequeña biblioteca; otros de un Muy Interesante antiguo o de un ambientador en espray autónomo, de esos de cada 38 minutos. Una vez vi una caja de mixtos, sobre el lavabo de un conocido. Al preguntarle, me aseguró que al prender una cerilla, el olor que desprende disipa cualquier otro más reciente. Lo capté a la primera. Mi baño no tiene nada de especial, ni siquiera el color. Solo tiene tostados y beis porque me convencieron de que el mármol blanco no se llevaba aquel entonces y yo tenía ganas de acabar las reformas. El jabón en pastilla es mi secreto: no me gusta en gel, ni siquiera para champú. ¡Ah!, y después, unas bolas de golf que hacen las veces de tapón inútil, pero que llaman la atención.

Secretos en tu cuarto de baño. Real, inventado…qué más da. Extensión libre.

8 thoughts on “Secretos en el baño”

  1. Una noche, hace once años, unos días después de enterarme de que no me habían aceptado en la universidad de primera elección, me di un baño con mi madre. En Japón, no es raro que madres e hijas se bañen juntas en casa; es una parte importante de la cultura bañarse con amigos y familia. Estaba llena de frustración y desilusión, y no me acuerdo cómo, pero empezamos a discutir. Le dije: “¡No entiendes cómo me siento, porque lo único que tú hiciste durante el tiempo de colegio fue escribir cartas a tu amiga!”; me refería a algo que me contó alguna vez, que se carteaba con una chica durante su adolescencia y que no estudiaba, y por lo tanto, fracasó en su examen universitario.

    Después de un silencio angustioso, empezó a contar su secreto poco a poco, como un grifo que gotea: su madre, mi abuela, tenía intenciones suicidas e intentó matarse alguna vez en aquellos días. Me contó que por la noche, cada vez que oía un sonido desde su habitación, se desvelaba, no podía dormir ni concentrarse en los estudios, y vivía con el miedo de que mi abuela pudiera estar colgándose en ese momento. La miré sin decir nada. Nunca había pensado en su vida antes de ser mi madre. Bajo el vapor, una cara de dieciocho años estaba mirando fijamente la superficie del agua. Llorando o no, no lo puedo decir. Me callé y me sentí culpable. Unos minutos más tarde, salió del baño sin decir nada, y yo abrí de nuevo el grifo del agua caliente para calentar la bañera. El baño se estaba enfriando.

  2. Tengo una amiga quien, un sábado noche de hace tiempo, jugando a las confesiones, me confesó entre risas y cervezas, su “gran secreto”: Cada vez que va a un baño particular, fuera de su casa, se siente atraída a abrir los armaritos y cajones de los muebles. Lo suele hacer mientras está sentada en la taza, o mientras se mira en el espejo, o mientras se lava las manos. No tiene un ritual establecido ni nada parecido.
    Abre armarios, observa y mira sin atreverse a tocar nada por miedo a que los dueños de la casa descubran que algo ha sido cambiado de sitio. Le gusta ver si usan cremas o colonias caras. Si los cepillos están con o sin pelos. Si usan champús específicos anticaída, antipiojos o anticaspa. O por el contrario, champús estándar de tamaño familiar.
    También me dijo que le interesan de manera enfermiza los diferentes medicamentos que suelen guardarse en el baño: pastillas para dormir, cremas para la candidiasis, antidepresivos, fijador para las dentaduras postizas, etc. Mi amiga me dijo que no sabe por qué siente esa curiosidad y necesidad de abrir armarios de baños ajenos, pero que lo hace desde muy jovencita. Finalmente, me confesó su descubrimiento más impactante. Fue en el baño de sus padres, cuando ella ya no vivía en su casa. Vio una cajita metálica que sobresalía por encima del armarito del espejo. Tuvo que ponerse de puntillas para alcanzar a cogerla. La abrió y se quedó boquiabierta. Ahí dentro había un enorme trozo de hachís. Lo olió para asegurarse y sí, estaba claro, eso era costo del bueno. Pero, ¿de quién? ¿De su madre? Lo dudaba. Jamás había fumado. ¿De su padre? Solo recordaba un par de cigarrillos mentolados al día, seguidos, antes de irse a dormir. ¿Pues de quién entonces? No se imaginaba a ninguno de los dos fumándose un porro.
    Han pasado más de veinte años desde aquel descubrimiento y aún no se sabe a quién pertenecía aquel gran trozo de chocolate.

  3. Secretos no sé, pero pesadillas sí que las tengo. Si fuese una película se titularía La mancha y sería de terror, tipo The ring. Es verdad que en el piso de un soltero la palabra “impoluto” no se suele usar mucho y más si se vive solo, pero es que ni la brigada especial de limpieza superchacha ha conseguido acabar con ella y es que creo que se alimenta de la máquina de aire acondicionado que desagua allí. Esto que debería hacerme sentir mal, realmente consigue todo lo contrario, pues si nadie ha podido hacerlo, para qué esforzarme en eliminarla si yo tampoco podré. Y es que estos pisos nuevos low cost de hoy en día están tan mal hechos que nada mas estrenarlos ya dan problemas.

  4. Mi cuarto de baño es de juguete, es pequeño y en forma de ele. Abro la puerta corrediza y al pulsar el interruptor se enciende nada más que una de las dos bombillas. Eso es suficiente para que el espejo me dé los buenos días y me anime a refrescarme con su compañera, la ducha. Dos minutos de cepillo y pasta dentífrica, treinta segundos de licor morado y lista. La señora ducha se ha modernizado: se ha vestido del inicio de Facebook y no he podido evitar ponerme en su imagen de perfil con una larga sonrisa. Obviamente me tomo una foto pero la guardo para mí. Me lo paso bien con ella…La hora del secado me agrada: las caricias de las dulces toallas y la calidez del potente Turbo Alyon me reconfortan. En la estantería de cristal negro posan con belleza las colonias frescas y el perfume de ocasión. Como hoy es sábado le quitaré un poco de vida al frasco enamoradizo o mejor dicho, me regaré con su líquido embriagador. A continuación, busco con aburrimiento el neceser de cosméticos, situado en la cesta cuadrada de paja debajo de la pila. Al abrir el estuche, observo cómo miles de pintalabios, coloretes, perfiladores y polvos translúcidos se pelean entre sí para ser utilizados y lucidos al sol sobre la epidermis de mi cara. El silencio se convierte en bullicio y la tranquilidad en una situación estresante. No obstante, el cuarto de baño siempre ha sido un lugar mágico. Aún recuerdo las telenovelas que me inventaba con los Kens y las Barbis en los momentos de la bañera…o aquellos experimentos científicos de mezclar los polvos de talco con el suavizante capilar o la mítica colonia Nenuco con el Vicks Vaporub y la crema dental… ¡Aquello era una aventura! Sin embargo, esto de ir al baño se ha convertido en algo más serio, ya que los años no perdonan y un espejo nunca miente.

  5. He estado en todo tipo de baños y de servicios públicos habidos y por haber. Desde esos tan desagradables, de los que uno se encuentra en los conciertos o eventos de gran multitud de personas, hasta aquellos que son de alta elegancia, donde lavarse las manos requiere de un previo ritual. De mis experiencias traumáticas mencionaré que existen baños en países en los que utilizar el papel no es costumbre, así como tampoco la de sentarse para disfrutar de esa práctica tan humana. Mi última experiencia fue la mejor, ya que pude asistir a una exposición en la que se presentaban diferentes tipos de baños. Habían retretes de todas clases, incluso había algunos que hablaban y me decían cosas como “Gracias por tirar de la cadena” o “Que tenga un buen día”. Había algunos baños en los que incluso levitabas, ya que imitaban la misma experiencia que un astronauta puede experimentar en el espacio. Aunque este no me pareció el más confortable, ni el más práctico. Algunos emitían sonidos relajantes, otros sin embargo me ofrecían un abanico de aromas, mientras que otros simplemente se limitaban a funcionar solos cuando uno se levantaba. La típica tecnología que en el futuro se encontrará en todos los hogares y es que la cultura del baño, como todo, ha progresado, aunque el grado de cultura de algunos, al utilizarlo, no se note.

  6. Nunca recibimos ni una sola queja de aquel que recibe todos nuestros deshechos. Un gran maestro blanco, en muchos casos, silencioso y guardián de infinidad de secretos, pensamientos, emociones, canciones, llantos y charlas. Sin duda un oyente incondicional. Ni un solo reproche si lo hemos limpiado o no esta semana.
    A su vez, expresa tantísimos reflejos sobre nosotros mismos y no precisa utilizar ni una sola palabra.¡Qué lugar tan ambiguo! Que permite desnudarse por dentro y por fuera… Escucha las penas al igual que las alegrías sin emitir juicio alguno. Un toque de colores y formas inspiradoras ayudan a encontrarse cómodo, también alegre, en el rincón de casa que acoge la máxima oscuridad para ser transformada en pura luz. Es allí donde conviven suciedad y limpieza, en respeto y evolución constante. La alquimia halla su espacio en el segundo laboratorio del hogar. Los aromas a hierbas frescas o secas ofrecen color y bienestar en esta zona. ¿Algún producto cosmético puede reproducir las sensaciones que regalan las flores y plantas naturales? Con gran ventaja, para los amantes de la naturaleza salvaje, la respuesta es no. Así pues, a pesar de ser mujer, muy pocos productos de maquillaje, cremas desmaquillantes y jabones de supermercado encontraríais en mi rincón de los secretos. Sí mucho respeto hacia la Madre Tierra, gustos y opiniones. Algunas cremas y jabones artesanales, aceites esenciales, libres de componentes químicos y 100% beneficiosos para la piel. Agradecimiento a este espacio por una convivencia al natural, por transmitir el silencio necesario para encontrar cada uno su propia transformación. Además, por guardar infinidad de secretos sin traicionar a ninguno de sus visitantes.

  7. Tú siempre ves las cosas por el lado bueno. Pintas de color los momentos más grises. Pero este que ahora rebota mi imagen no miente. Y lo sabes. Él conoce todos nuestros secretos, porque nos ha visto crecer. Casi siento vergüenza de que me vea y me diga las verdades a la cara. Y aún así, lo miro. Lo miro de frente. Y sé que tú no sufres. No porque seas más fuerte, sino porque te escondes de él. Evitas ver la realidad. A veces me gustaría ser como tú. Inconsciente. Feliz. Pero no concibo en mí esa sensación de incertidumbre que provoca el descontrol.

    Lleva un rato el grifo abierto. Imagino que saber que el agua estaba malgastándose me ha hecho volver a la realidad. Mientras lavo mi cara para refrescarme y despejarme un poco cierro mis ojos de manera automática. En este momento de oscuridad, mi cabeza empieza a proyectar imágenes, como en diapositivas, de recuerdos de aquellos días.

    Sé que el tiempo no perdona. Sé que tendría que aprender a hacerme mayor con dignidad. Pero esa es otra de las cosas que nos diferencian. Tú eres capaz de seguir después de todo, y yo aún tengo que empezar a despertar.

  8. Se podría decir que desde pequeña he sido una chica muy coqueta y como tal, siempre me ha encantado tener mi baño lleno de maquillajes, colonias, perfumes, cremas y de todo lo que uno pueda imaginar. Mi baño es muy pequeño pero eso no impide que esté repleto de productos, la mayoría de ellos innecesarios y que nunca he usado. Simplemente están ahí por si acaso o que me da pena tirarlos. A pesar de eso, si me faltara alguno de ellos sería capaz de darme cuenta: se podría decir que tengo un don, un tanto peculiar, pero un don. Cuando me arreglo para una ocasión especial, los que me conocen saben que saco todo mi arsenal de maquillajes y potingues, y en consecuencia, el baño quedará inutilizable por unas horas.

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